Electric Dreams: despareja aproximación a las obsesiones de Philip Dick
Philip K. Dick’s Electric Dreams. Creada por Ronald D. Moore y Michael Dinner. Con Bryan Cranston, Greg Kinnear, Steve Buscemi, Vera Farmiga, Mireille Enos, Timothy Spall, Benedict Wong, Janelle Monae, Geraldine Chaplin y otros. Disponible en Amazon Video.
Nuestra opinión: buena.
Entre todos los creadores de utopías y distopías de la ciencia ficción, el escritor californiano Philip K. Dick es quien parece haberse preguntado de modo más obsesivo y preciso sobre uno de los principales problemas de nuestro presente. Aunque tuvo un período temprano de fijación con Richard Nixon, el consumismo y la guerra fría que derivaron en relatos característicos de los años 50 sobre las sociedades de control, la alienación y la amenaza de lo “otro”, encontró lo mejor de su producción cuando se volcó a la más básica pregunta ontológica: ¿Qué es real? ¿Cómo separar la realidad de la apariencia? En la época de la posverdad, de las fake news, de los bots que interactúan online con internautas como si fueran personas, estas preguntas no son paranoicas sino perfectamente realistas y pertinentes.
Curiosamente, la nueva serie de antología Philip K Dick’s Electric Dreams, producida por Amazon Prime Video sobre diez relatos del escritor, no aprovecha demasiado la interpelación de nuestro presente a la que invita la obra de PKD (como sí lo hace Black Mirror , cargada de temas “dickianos”) sino que elige pasar por una variedad de tópicos de la ciencia ficción que en la actualidad se sienten fechados. Todos los relatos elegidos fueron escritos entre 1952 y 1955, cuando Dick promediaba su veintena y hacía apenas un par de años que había vendido su primer cuento a una revista, es decir, son textos que no reflejan su obra madura.
Es claro que la serie (coproducida por su hija, Isa Dick Hackett) intenta mostrar la diversidad temática del escritor, al tiempo que se pliega a la tradición de antologías clásicas como La dimensión desconocida, que presentan un mundo distinto en cada episodio, con sus correspondientes sorpresas y un final inesperado. El inconveniente aquí es que muchos de los relatos juveniles de Dick, sesenta años después de su escritura, ya no guardan muchas sorpresas. “The Father-thing”, por ejemplo, en el que un chico ve como su padre (Greg Kinnear) es absorbido por un extraterrestre que se vuelve su doble idéntico y no logra convencer a otros de lo que sucedió, tiene un argumento idéntico a La invasión de los ladrones de cuerpos (de hecho, Dick creyó que le habían robado la idea hasta que comprobó que el film estaba basado en un relato de Jack Finney publicado antes que el suyo). Es decir que esta trama ya no era demasiado original incluso antes de que existieran las ¡cuatro! adaptaciones cinematográficas del cuento de Finney que tenemos hoy (la película de Don Siegel de 1956 y sus tres inexplicables remakes).
Los creadores de la serie (un equipo de guionistas y director diferentes para cada episodio), de todos modos, tuvieron total libertad para modificar las historias de PKD, al punto insólito de que por lo menos una de ellas, titulada “Crazy Diamond” y supuestamente basada en el relato “Campaña publicitaria”, no tiene nada en común con el texto original: es un pastiche del argumento del film de Billy Wilder Pacto de sangre con algunos temas característicos de Dick como los humanos artificiales (que no aparecen en ese cuento) y un guiño a la biografía del autor: su pasión por el coleccionismo de discos (aunque aquí se trata de uno de Syd Barrett y Dick prefería la música clásica). Su delirio y el carisma de Steve Buscemi, sin embargo, lo hacen uno de los episodios más llevaderos. “The Commuter”, sobre un pueblo que parece entrar y salir de la existencia y la posibilidad de editar los malos momentos de la propia vida, es otro de los puntos altos, en particular por la sensible interpretación de Timothy Spall del “hombre común” característico de PKD. “The Hood Maker” es un buen relato de acción sobre una sociedad transformada por la aparición de telépatas, con altos valores de producción. Por el contrario, la producción de “Impossible Planet” parece salida de un episodio de Star Trek de los años 60 y, además, se cambió el final predecible del cuento (este planeta que no podía ser la Tierra, era la Tierra) por uno inexplicable.
Los episodios de las antologías siempre serán desparejos, pero aquí la necesidad de volver sorpresivos y relevantes para los saturados espectadores de 2018 los relatos con los que Philip Dick estaba enseñandose a sí mismo el oficio de escritor por 1950 se probó un desafío demasiado grande.
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