El sabor de las margaritas: en Galicia, pueblo chico, infierno grande
El sabor de las margaritas (España, 2018) / Dirección: Miguel Conde / Guión: Ghaleb Jaber Martínez, Raquel Arias, Eligio R. Montero / Elenco: María Mera, Toni Salgado, Nerea Barros / Disponible en: Netflix / Nuestra opinión: Buena
Producida por la Televisión Gallega, esta miniserie consigue amalgamar la tradición del policial del enigma anglosajón (el famoso whodunit) con el universo cerrado del pequeño pueblo que encubre las miserias y perversiones del infierno grande. A la aldea gallega de Muriás, donde todos los pobladores se conocen y parece que nunca pasa nada, llega Rosa Vargas (María Mera), una teniente de la Guardia Civil de La Coruña, para investigar la misteriosa desaparición de la joven Marta Labrada. Marta es una outsider en el pueblo, trabajadora ocasional de una estación de servicio, con pocos amigos e incursiones más allá de la ley. El arribo de Rosa, que despierta más resquemores que simpatías en la policía local, coincide con el revuelo por la visita del Papa a Santiago de Compostela, hecho que queda fuera del relato, pero que tiñe esos días de una preocupación que parece opacar la investigación y de una consistente noción de pecado y redención que termina definiendo el alma de este policial.
Este iberinoir actúa con astucia para escenificar su red de culpables que se enraiza en todos los habitantes del pueblo. Todos parecen tener algo que ocultar, y junto con la desaparición de Marta se despliegan otros hechos paralelos: las prácticas fetichistas de un oficinista, la existencia de un burdel en las afueras, la sospechosa conducta de un profesor de Literatura, la desaparición de la perrita Dori, la clausura de una granja de pollos. Si bien algunas de esas pistas son plantadas con algo de obviedad y la conducta de la investigadora a veces resulta impulsada en su periplo solo por los artilugios del guion, el entramado de silencios y ocultamientos que se propaga como un virus logra mantener la atención y la intriga.
Hay dos caminos que la serie desaprovecha. El primero es el aura cultural que parece asomar detrás de desapariciones y hallazgos macabros. Las citas de la Divina Comedia que presiden cada episodio, el uso simbólico de la pintura roja y la tardía aparición de supuestos ritos satánicos auspician una oscuridad que termina confinada a una mera distracción. Y el segundo se vincula con la figura de la investigadora, que se insinúa como una antiheroína traumatizada y asediada por fantasmas internos.
La teniente Rosa Vargas llega a Muriás cargando sus propios secretos: una foto que nunca vemos, una misteriosa grabación y reiterados sueños que la persiguen. Pero la serie parece demasiado preocupada en instalar pistas falsas, en presentar falsos culpables, sin darse cuenta de que tenía en el carácter de su personaje algo digno de explorar con mayor profundidad.
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