El robo de las manos de Perón, en un documental que no le escapa a lo macabro y sobrenatural de un hecho que permanece impune
La miniserie de cuatro episodios, disponible en Flow, recorre diversas teorías acerca de la profanación del cuerpo del expresidente argentino, ocurrida en 1987
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Hermes IAI y los 13: El robo de las manos de Perón (Argentina/2024). Dirección: Laura Durán, Juan Fernández Gebauer. Guion: Laura Durán, Juan Fernández Gebauer, Juan Manuel Bordón. Fotografía: Juan Fernández Gebauer, Juan Manuel Bordón. Edición: Ignacio Ragone. Música: Ramiro Jota Bochatay. Disponible en: Flow. Duración: 4 episodios de alrededor de 60 minutos. Nuestra opinión: Buena.
La Argentina es -desgraciadamente- un reservorio inagotable de casos policiales irresueltos, de misterios que ganan con el tiempo un aura mitológica. Si una diferencia se puede hacer entre el “true crime” estadounidense y el vernáculo es que, en general, los misterios norteamericanos se resuelven, sin contar las miles de teorías conspirativas que surgen cuando tal solución no satisface a una parte del imaginario popular. Casos emblemáticos de “allá” son la muerte de John F. Kennedy (dijera lo que dijese Oliver Stone, sí, lo mató Lee Harvey Oswald solo, y la cantidad de pruebas al respecto son abrumadoras) o el 11-S (sí, fue Al Qaeda y nadie detonó las torres desde adentro). Pero en el sur, especularmente, los casos que involucran al poder quedan en un suspenso angustioso. Los atentados a la Embajada de Israel y la Amia, o la muerte del fiscal Alberto Nisman. Incluso casos privados (García Belsunce, por poner uno) quedan enredados en el mundo de la imposibilidad. El mito argentino es que el poder sostiene la impunidad. Es triste; la contracara es que crea otros mitos, aunque sean de los indeseables.
Entre esos casos, el peronismo ha provisto al imaginario popular dos casos dos: el robo del cadáver de Eva Perón (ese sí, finalmente resuelto) y la profanación del cuerpo de Juan Domingo Perón, el corte de sus manos en 1987; manos que, se cree, difícilmente reaparezcan alguna vez. Sobre ese caso, Flow acaba de estrenar Hermes IAI y los 13: el robo de las manos de Perón (título “tintinesco”, y algo de aventura retorcida hay), una miniserie documental de cuatro episodios donde se revisan los pormenores, se retrata aquella época primero esperanzada y luego conflictiva de los 80 alfonsinistas, y se cuenta, sobre la base de buenos materiales y testimonios (no tanto, hay que decirlo, las recreaciones) qué pasó o qué pudo haber pasado.
A la fecha, la causa ha quedado en el misterio. Los restos de Perón descansan en San Vicente y sus manos, vaya uno a saber dónde. Se cuenta hacia el final (spoiler) que la CIA tiene información al respecto, pero que se mantenía clasificada. Quizás ahora ya no. Son muy valiosos varios elementos -notablemente los testimonios de los dos periodistas que investigaron a fondo el caso, David Cox y Damián Nabot, autores del libro Perón: La segunda muerte- y de diversos testigos y conocedores de las diversas hebras que se tejen de modo macabro y no poco grotesco alrededor de la profanación. Desde el experto en temas metafísicos y sobrenaturales Antonio Las Heras hasta miembros de la masonería, desde el sobrino de Juan Perón, Alejandro, hasta el hijo del juez Far Suau, que intervino en la causa hasta que murió en un extraño accidente. Desde Domingo Liotta, el médico que atendió al expresidente en sus últimos días, hasta las voces de Licio Gelli (reconstruida de la entrevista que le hicieran Cox y Nabot) o Carlos Grosso. La primera virtud es que nadie relacionado con el caso quedó fuera.
Es cierto que, estilísticamente, no se evitan todos los lugares comunes, como el uso de ciertas imágenes de archivo demasiado conocidas o cierta simplificación a la hora de explicar la época o la Dictadura. Pero eso último se puede disculpar si se tiene en cuenta que, en el último episodio, cualquier sospecha de parcialidad política que pudiera surgir en los primeros al darle voz a ciertos protagonistas, se diluye en algo más oscuro y mucho más complejo. Hay testimonios que desafían lugares comunes (el de Liotta respecto de López Rega), hay otros que apuntan a la idea de que la Guerra Fría era un combate secreto que no carecía de bajas grotescas. Todo apunta a Licio Gelli, un personaje extraordinario, uno de los villanos secretos más atractivos de ese cuento que puede construirse sobre el siglo XX (no por nada Francis Ford Coppola lo retrata, con otro nombre y destino, en El Padrino III).
A medida que la serie avanza, surge el malestar de que tal cosa tan grotesca, macabra y llena de aristas preocupantes sólo podría pertenecer a la ficción. Pues no: incluso en aquellos momentos en los que lo grotesco del caso inspira una respuesta más o menos humorística, la serie se introduce, cada vez más, en un universo arcano y primitivo, y muestra un paisaje larval donde la cordura y la lógica son reemplazadas por el ritual y la venganza. Es sintomático que la serie podría durar menos, pero se va haciendo más interesante a medida que llega el final. El cuarto episodio tiene toda la carga de ambigüedad moral y política que diluye cualquier “pero” partidario: ahí está la historia, ahí están los documentos.
También hay una metáfora que puede interpretarse como profecía: un conocimiento esotérico dice que, sin manos, no hay salvación para el alma. Tal metáfora puede ser la del personaje central, la del partido al que dio origen, la de un estado de las cosas que tiende al melodrama macabro. O puede ser la de un país donde la justicia es aleatoria y, en casos como estos, no sólo lleva los ojos vendados sino, también, las manos atadas. Si las tiene.
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