El planeta de los simios: el monumento de la discordia, las críticas que la llevaron al fracaso y el toque de distinción de un argentino
Apuntando contra la paranoia nuclear de la Guerra Fría y dando su apoyo a la lucha por los derechos civiles de la población afroamericana, llegó a la pantalla chica en 1974, buscando capitalizar el éxito obtenido por la saga de películas, pero la injerencia de la cadena televisiva terminó haciendo fracasar la experiencia.
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“Maniáticos. Realmente lo hicieron. ¡Lo destruyeron todo! ¡Los maldigo! ¡Váyanse todos al infierno!”. Arrodillado y vencido sobre la arena de la playa, frente a los restos de la Estatua de la Libertad, Charlton Heston descubría la triste jugarreta de su destino: nunca había viajado al espacio sino al futuro. El planeta de los simios no era otro planeta sino el suyo, devastado por las armas atómicas y la codicia humana. Con esta emblemática escena final, nacía una de las franquicias más exitosas de la historia del cine. Una saga que se prolongó con otros cuatro largometrajes y una corta serie televisiva.
Emitida entre septiembre y diciembre de 1974 por la cadena CBS, El planeta de los simios pretendía denunciar el peligro nuclear de la Guerra Fría y acompañar la lucha por los derechos civiles afroamericanos, condenando en el camino a la guerra de Vietnam y la injerencia estadounidense en el Golpe de Estado de Chile. Nada de eso pudo ser. Finalmente, por decisión de la compañía televisiva, se sacrificaron todos los contenidos de alto impacto sociopolítico y la versión light que llegó a las pantallas fue un rotundo fracaso. Eso sí, convertida en objeto de culto, finalmente terminó conquistando el mundo entero.
Bestias humanas
Casi sin querer, el gorila le clavó la mirada. Por un segundo, el hombre sintió que él y el simio se quedaban solos en el populoso zoológico de París. En sus ojos de cautiverio, le pareció reconocer los dos años que había pasado en Hanói, preso por la Francia colaboracionista de los nazis cuando descubrieron su condición de espía de la Resistencia. Siempre dijo que lo habían tratado peor que a un animal, aunque las verdaderas bestias fueran los captores que, en aquel rincón de la Indochina francesa, profesaban lealtad al mariscal Philippe Pétain y su estado títere conocido como Régimen de Vichy.
Corría 1962 y, al llegar a su departamento, Pierre Boulle se puso a escribir. En el año 2500, una avanzada francesa viaja al planeta Soror. Al llegar, son hechos prisioneros por una civilización de simios, tan avanzada y compleja como la de los humanos terrestres. La sociedad primate estaba segmentada en tres estratos: la dirigencia política y religiosa, compuesta por orangutanes conservadores; la casta militar, con gorilas salvajes a cargo de las Fuerzas Armadas y la Policía; y el cuerpo científico, donde se agrupaban los chimpancés más liberales. Debajo de todo quedaban los humanos, meros esclavos y conejitos de indias. Sobre el final, los franceses regresaban a la Tierra, sólo para encontrar una París tan hermosa como siempre, pero gobernada y habitada por simios. La condición humana había hecho avanzar la evolución hacia el pasado; y la Tierra ya era un nuevo Soror.
Con el manuscrito caliente, Boulle intentó seducir a distintos estudios cinematográficos a ambos lados del Atlántico. Chapeó con su éxito anterior, El puente sobre el río Kwai, que en su versión fílmica había reventado las taquillas del mundo entero, pero no obtuvo respuestas. Sólo el norteamericano Arthur P. Jacobs, representante de actores devenido productor, se mostró mínimamente interesado. En 1963, cuando El planeta de los simios (La Planète des singes) se publicó en Francia y los Estados Unidos, la 20th Century Fox ya se había sumado al proyecto y solicitado cambios en la trama. Resultaba obvio que la superproducción hollywoodense que estaba en marcha iba a necesitar mucha revisión para conquistar a las masas. “Era una gran idea, arruinada por un desarrollo mediocre”, diría años después Jacobs. Por suerte, sabía a quién tenía que llamar para corregirla.
El mono tremendo
“Por más talentoso y creativo que sea Boulle, carece de la destreza que necesita un escritor de ciencia-ficción para trascender la simple alegoría moral en tiempos de guerra. Pero es cierto, qué buena es la idea central de la trama”, le dijo Rod Serling a Jacobs, escritorio de por medio. Prolífico guionista y productor, Serling había elevado el estándar intelectual de las series televisivas con Dimensión desconocida, antología semanal con un enfoque existencial y kafkiano del ser humano, expuesto a situaciones fantásticas que desafiaban la cordura y la credibilidad. Ese enfoque era el que Jacobs buscaba para su film; y por eso le había encargado el guion a Serling.
Jacobs tenía razón. Si El planeta de los simios es hoy una de las franquicias más lucrativas y populares del séptimo arte (Nuevo reino, su décimo largometraje, acaba de estrenarse en todo el mundo), se debe a los cambios formales que le inoculó Serling. Primero y principal, la icónica secuencia final con la Estatua de la Libertad derruida. No sólo por la potencia de la imagen, sino por haber transformado el viaje espacial de Boulle en un viaje temporal al futuro de la Tierra, devastado por la hecatombe nuclear y la irresponsabilidad humana. En segundo término, la inclusión de esta pulsión autodestructiva permitió que la saga dialogara con las demandas políticas, sociales y ecológicas de cada coyuntura. “La distopía como llave de la lectura crítica -definió Jacobs. La perspectiva era la correcta, pero el presupuesto que demandaba, no
”.El guion final, retocado por Michael Wilson, redujo considerablemente los gastos en vestuario, decorados, locaciones y efectos especiales, redireccionando la inversión del film hacia el maquillaje y las máscaras prostéticas de los simios, fundamentales para alcanzar la credibilidad necesaria. En el camino, estas modificaciones terminaron cargándose una parte importante de los cuestionamientos filosóficos de Serling, priorizando la acción por sobre la reflexión.
Dirigida por Franklin J. Schaffner y protagonizada por Charlton Heston, Roddy McDowall, Kim Hunter y Maurice Evans, El planeta de los simios (Planet of the Apes) se estrenó en los Estados Unidos el 3 de abril de 1968. De manera unánime, crítica y público aplaudieron el film. El único que quedó disconforme fue Pierre Boulle. “Se le realizaron muchos cambios al libro -dijo-. La primera parte de la película estuvo muy buena, pero el final con la Estatua de la Libertad no me gustó. Prefiero el mío”. Sin dudarlo, Jacobs redobló la polémica. “Qué raro –aseguró el productor-. Cuando le mostré nuestro final a Boulle me dijo que era mucho mejor que el suyo, que tendría que usarlo en la novela”.
Continuación y reinicio
Éxito instantáneo, el film disparó cuatro secuelas: Regreso al planeta de los simios (1970), Huida del planeta de los simios (1971), La rebelión de los simios (1972) y La batalla por el planeta de los simios (1973). “Buscamos reflejar el espíritu de la época -aseguró Jacobs-. Y creo que lo logramos”. Vista en su conjunto, la saga metaforizó dos de las temáticas más candentes del momento: la paranoia nuclear derivada de la Guerra Fría y la lucha por los derechos civiles afroamericanos. En la ficción, los simios repetían la historia humana y desataban el infierno atómico sobre su planeta. Huyendo hacia el pasado (los contemporáneos años ‘70), experimentaban en carne propia los conflictos raciales, la represión de un estado totalitario y una irracional escalada bélica. Contra todos los pronósticos, sobre el final aparecía la posibilidad de la convivencia pacífica entre simios y humanos.
“Antes de La batalla…, habíamos logrado interesar a CBS con una serie televisiva de El planeta de los simios”, confió Jacobs. La premisa funcionaría como continuación y reinicio de la franquicia, haciendo hincapié en el costado sociopolítico de las historias. Con Rod Serling al frente de los guiones, el eje narrativo pasaba por la condena explícita al segregacionismo; y exponía la grieta entre los simios y humanos pacifistas y los simios y humanos xenófobos. Todo arrancaba en un futuro bastante próximo, el 18 de agosto de 1980. Ese día, los astronautas Alan Virdon y Peter Burke se estrellaban sobre la superficie del planeta de los simios. El joven chimpancé científico Galen, alertado sobre lo que había ocurrido diez años antes, corrió a rescatarlos. En ese encuentro, entendió que la historia gorila había sido intencionalmente modificada por el Consejo de Ancianos para justificar la explotación del hombre. A partir de ese momento, Galen y los humanos forjaron una férrea camaradería que evolucionaría en amistad, mientras la sociedad gorila le encargaba a Urko, su jefe de Seguridad, el exterminio del peligroso trío.
En la huida, los protagonistas recorrerían distintos lugares y entornos, encontrando otro tipo de comunidades y una amplia variedad de peligros. Roddy McDowall, que ya había interpretado a dos simios distintos en el cine, encarnó a Galen, mientras que Mark Lenard le dio vida a Urko. La parte humana del reparto recayó en Ron Harper (Alan Virdon) y James Naughton (Peter Burke). El tema principal de la serie, y parte de su música incidental, fue compuesta por Lalo Schiffrin. De acuerdo con Jacobs, el trabajo del músico argentino fue “extraordinario y sensible.”, y “definió la identidad que queríamos darle al show”.
A punto de empezar a filmar, Jacobs sufrió un súbito ataque cardíaco y murió el 27 de junio de 1973, quince días después del estreno cinematográfico de La batalla por el planeta de los simios. “Entramos en pánico y la serie estuvo a punto de cancelarse -recordó McDowall-. Hasta que Fox y CBS tomaron el control e hicieron todo lo posible para cancelarla”.
Sin previo aviso, la nueva administración decidió bajar el octanaje crítico del programa y ceñirse al clásico modelo infanto-juvenil de aventura y suspenso. Lo primero que hizo fue despedir a Serling, pasteurizar todas las tramas y desechar aquellas ideas que consideraba inapropiadas. Para no lastimar la moral conservadora de las autoridades, modificó secuencias enteras y sacrificó ocho episodios completos, ya escritos y pagados.
El 13 de septiembre de 1974, El planeta de los simios (Planet of the Apes) se estrenó en la TV norteamericana. El primer capítulo lideró el rating semanal, el segundo cayó un poco y a partir del tercero, el encendido se desplomó. “El público esperaba otra serie -sentenció McDowall-, no la que estábamos haciendo”.
Con catorce episodios terminados, CBS dio por finalizado el proyecto y el 20 de diciembre de 1974 cerró una de las sagas más exitosas de la industria contemporánea del entretenimiento. Según el escritor Howard Dimsdale, asiduo colaborador de El hombre nuclear, Centro médico y Mannix, no todos los capítulos grabados salieron al aire. “Mientras previsualizaban los episodios -reveló-, encontraron que uno de mis guiones se oponía abiertamente a la guerra de Vietnam y condenaba la participación estadounidense en el golpe de Estado de Pinochet en Chile, por lo cual lo levantaron inmediatamente de la grilla semanal”. La historia en cuestión, El libertador, se emitió en los mercados internacionales antes que en los Estados Unidos, donde recién pudo verse a principios de los ‘90, cuando la serie desembarcó en la señal de cable Sci-Fi Channel.
Nostálgica despedida
Fuera de los Estados Unidos, la serie obtuvo gran repercusión. Por los coletazos de la saga original, Europa y Latinoamérica la adoptaron como clásico de las noches catódicas alrededor de la mesa familiar. Entre fines de 1980 y principios de 1981, ABC emitió la saga cinematográfica dentro de su programación semanal. El público acompañó y la televisora decidió continuar la saga con cinco nuevos telefilms que, en realidad, eran remontajes de diez capítulos de la serie. Unificados bajo el título genérico de The New Planet of the Apes, las películas Back to the Planet of the Apes; Forgotten City of the Planet of the Apes; Treachery and Greed on the Planet of the Apes; Life, Liberty and Pursuit on the Planet of the Apes y Farewell to the Planet of the Apes, contaron con nuevos segmentos de inicio y cierre filmados específicamente para la ocasión.
En el papel de un Galen ya adulto, McDowall reflexionaba sobre los acontecimientos que se iban a presentar, mientras emitía mensajes moralizantes desde el futuro. Como si le estuviera hablando a una nueva generación de simios, sentado en un cómodo sillón dentro de una modesta habitación con luz eléctrica, Galen reveló el verdadero final de la historia. “En una ciudad, Virdon y Burke encontraron una computadora que les permitió volver a su tiempo. Y desaparecieron en el espacio tan rápido como habían llegado”, afirmó en el cierre de Farewell… “Acepté el trabajo como una nostálgica despedida a Jacobs -contó McDowall en 1996-. Su visión del Planeta de los simios merecía un cierre mucho más digno del que le dieron después de su muerte. Sólo lamento que esos segmentos se hayan perdido con el tiempo”.
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