El lobista: un relato atrapante que jamás se detiene en minucias
Muy bueno / Libro: Patricio Vega / Fotografía: Guillermo Zappino / Edición y musicalización: Alejandro Alem / Música: Octavio Stampalia / Dirección de arte: Bernardo Losada / Elenco: Rodrigo de la Serna, Darío Grandinetti, Alberto Ajaka, Leticia Brédice, Julieta Nair Calvo, Juan Nemirovsky, Luis Machín / Producción: Diego Andrasnik, Adrián Suar, Mariano César / Dirección: Daniel Barone / Canal: Eltrece / Estreno: miércoles 30, a las 23.
Arrancó muy bien El lobista, 15 minutos después del horario anunciado por Eltrece en la noche del miércoles último. Una nueva desconsideración al televidente todavía fiel a los canales abiertos, primera pantalla de esta nueva muestra de producción convergente entre varias fuerzas televisivas: aire (Eltrece, Pol-Ka), paga (TNT) y Cablevisión.
Algunos dirán que se trató apenas de un detalle, porque este último operador ya puso a disposición la temporada completa (10 capítulos) para ser vista en cualquier momento online o vía streaming desde cualquiera de sus plataformas. Pero el maltrato ya está hecho y no puede disculparse, porque todavía buena parte de la repercusión de estas producciones depende del espectador más tradicional.
El lobista se sostiene sobre todo en los méritos del guion. Hay personajes sólidos, decididos, convincentes. Hablan mucho (los diálogos están muy bien escritos y trabajados), pero sus intenciones siempre quedan a la vista desde la acción. Al moverse (por fin) con comodidad en un genuino lenguaje televisivo, enriquecido desde un montaje exacto, el atrapante relato fluye y jamás se detiene en minucias. Y se da el lujo de resolver la mayoría de las escenas sin sobrecarga de explicaciones o mediante un recurso que hacía tiempo no veíamos en una ficción televisiva local: la elipsis. Basta un ejemplo: las escenas de sexo, concisas y con gran sentido de integración en la trama, contrastan con la inmensa mayoría de sus equivalentes en la televisión argentina, cargadas de culpa y de estética publicitaria.
Matías Franco, el lobista de marras, logra en la brillante interpretación de Rodrigo de la Serna atrapar al televidente de entrada. Con su sinuoso andar y sus dotes de "facilitador", el personaje se mueve en una cuerda ambigua entre el bien y el mal que lo hace de inmediato atractivo y, sobre todo, empático. Más que identificarnos con él, queremos saber si tiene éxito en lo suyo. Su personaje y el de la fotógrafa Lourdes Inzillo (una magnífica Julieta Nair Calvo) se sacan chispas en cada diálogo. Mientras tanto, no sabemos de entrada qué vínculo lo une con Javier (Juan Nemirovsky), que acaba de salir de la cárcel. Lo intuimos cercano, pero el guion lo insinúa sin hacerlo explícito. Otro hallazgo.
La confesión en off con la que De la Serna arranca la historia muestra con habilidad el gran equívoco de su personaje: dice que influye en los demás para no trabajar y vivir bien, pero la trama nos muestra que no tiene ni un minuto libre, sobre todo para dejar a la vista todo un entramado de intrigas, corruptelas, negocios y suspicacias que envuelven a la política, a la Justicia y a varias instituciones (entre ellas, una de raíz religiosa) que saben moverse en la oscuridad. Sin necesidad de aludir a situaciones concretas de la realidad argentina, sabemos que todo lo expuesto resulta cercano y posible. Lo mismo vale para el modo en que aquí se retratan el lujo y la marginalidad, lejos de cualquier mirada testimonial oportunista o demagógica.
El lobista empezó con grandes momentos, talento interpretativo genuino y una impecable factura técnica. Pero todavía no puede sacarse de encima algún exceso de forzada languidez, un viejo vicio de las ficciones argentinas.
13 puntos de rating
Alcanzó en su debut un buen número para su horario, pero quedó detrás de la novela turca Todo por mi hija (13,3 de promedio por Telefé)
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