El Gran Chaparral: la historia del colono inflexible para un western distinto, la actriz argentina que se destacó en el elenco y la decisión que enfureció a su creador
Rompiendo los estereotipos del género, la serie exploró los conflictos de clase entre estadounidenses, mexicanos y apaches, en la agreste Arizona post Guerra de Secesión; respetando la diversidad cultural, dio protagonismo a la comunidad latina
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Drama familiar ambientado en la frontera entre los Estados Unidos y México, después de la Guerra de Secesión, cuando norteamericanos blancos, mexicanos y apaches fluctuaban entre la tregua inestable y el enfrentamiento armado como expresión de los conflictos de clase. De 1967 a 1971, El Gran Chaparral le puso picante al western clásico televisivo, apostando al revisionismo histórico, la representación de la contracultura juvenil, el empoderamiento femenino y la diversidad étnica, haciendo del Manolito interpretado por Henry Darrow un icono global, y permitiéndole a la argentina Linda Cristal alzarse con un Globo de Oro.
El hombre fuerte
¿Cómo se sigue después de haber creado un éxito gigantesco? Arrancaba 1966 y la pregunta retumbaba en la cabeza de David Dortort, el productor más importante que tenía la NBC, inventor de Bonanza y responsable del desarrollo del nuevo western que estaba exigiendo la cadena televisiva. Sabía que no la tenía nada fácil, porque la solicitud le imponía replicar el modelo que tan bien le había funcionado a los Cartwright: mismo periodo histórico, similar esquema familiar, profundización del enfoque humanista para el registro dramático. Todo, por supuesto, evitando caer en la burda copia. “Debo confesar que estaba algo perdido -declaró Dortort en 1997-. Los primeros planteos no funcionaron y ya estaba empezando a pensar que no lo lograría. Hasta que la figura de Pete Kitchen me iluminó”.
Kitchen había llegado al sureste de Arizona en 1854, siendo uno de los primeros anglosajones en asentarse en el fértil territorio mexicano anexado por los EE.UU. casi un lustro antes. Las crónicas de la época suelen describirlo como el “hombre fuerte” de la zona, verdadero ejemplo a seguir por el resto de los colonos. En parte, por la obsesiva atención que le dedicaba a sus cultivos, pero principalmente por su capacidad para entablar mínimos consensos entre las partes enfrentadas entre sí en esa triple frontera real y simbólica: los estadounidenses invasores, los mexicanos anticolonialistas y la Nación Apache que peleaba por esas tierras. Estricto e inflexible con propios y ajenos, funcionó como mediador cuando el Ejército le daba su respaldo; y lo siguió siendo cuando las tropas se marcharon para ir a pelear la Guerra de Secesión, en 1861. En ese momento, parte de la leyenda de Kitchen empezó a ser escrita por su esposa, Doña Rosa, una hermosa mexicana tanto o más dura que él; juntos, supieron hacerle frente al mítico Cochise y lograron mantener el estado de situación en un equilibrio tan frágil como violento.
Estaba decidido. La nueva ficción de Dortort transcurriría en la década de 1870, en la frontera entre los EE.UU. y México, pleno territorio apache. A ese lugar, convertido en un polvorín siempre a punto de estallar por las escaramuzas derivadas de la posesión de la tierra, llega la familia Cannon para administrar una enorme finca e iniciar su imperio ganadero. En la premisa inicial, el patriarca John Cannon no podía evitar el asesinato de su esposa, en manos de los apaches. Para garantizar la seguridad de los suyos, forma una alianza estratégica con el hacendado más poderoso de Sonora, el mexicano Don Sebastián Montoya, armando un frente común ante las virulentas avanzadas de Cochise.
El pacto se firma con el matrimonio por compromiso entre John Cannon y la hija de Montoya, la hermosa Victoria, 30 años menor. Un hecho que repercutirá en las relaciones entre Cannon, su hijo Billy Blue y su hermano Buck; que también deberán aprender a convivir con Manolito, hermano de Victoria que se muda con ellos a El Gran Chaparral, rancho que debe su nombre a una especie de pequeños arbustos leñosos de corta altura, muy resistentes a la sequía y, por eso, altamente inflamables. “La metáfora perfecta para hablar de la tensión siempre creciente entre los personajes”, según Dortort.
Diversidad y realismo
Con la venia de la NBC, el siguiente paso fue la elección de los protagonistas. Después de verlo en un episodio de Bonanza, Dortort eligió a Leif Erickson como John Cannon. Y durante un viaje a Tucson en el que compartió asiento con Cameron Mitchell, convenció al actor del western revisionista Hombre (1967) de aceptar el papel del hermano Buck. Después de un rápido casting, supo que el rostro de Mark Slade, con participaciones en Viaje al fondo del mar y Perry Mason, entre otras series, era la máscara que estaba buscando para el rol de Billy Blue.
El resto del reparto, por insistencia de Dortort, debía reflejar la diversidad étnica que daría identidad al programa. “Si íbamos a ir por el camino del realismo, los latinos debían ser latinos y los apaches, apaches”, rememoró poco antes de morir. Independiente y pícaro, inconformista y rebelde, leal y justiciero: Dortort escribió el personaje de Manolito Montoya para Henry Darrow (seudónimo del boricua Enrique Tomás Delgado Jiménez), que lo convirtió en el icono más grande de la serie y le dio fama internacional. “Era un espíritu libre -confió Darrow en 2015-. Lo compuse en base a dos creaciones de Shakespeare que había interpretado en teatro: la cómica ligereza del Mercucio de Romeo y Julieta, más la oscuridad inherente al Yago de Otelo”.
Casi a punto de empezar a filmar, Dortort encontró a Victoria en la argentina Linda Cristal (nombre artístico de la rosarina Marta Victoria Moya Peggo Bourgés), asentada en los EE.UU. desde la adolescencia y con una carrera siempre ascendente en cine, reverdecida luego de su participación en El Álamo (1960), con John Wayne. “Después de tres frustrantes semanas de audiciones, la ví. En ese momento, supe que era Victoria. Hermosa y sofisticada, aristocrática y salvaje. Muy inteligente, capaz de moverse con soltura entre las diferentes culturas”, dijo Dortort. Y no se equivocó. Por ese papel, Cristal se alzó con el Globo de Oro a la mejor actriz dramática de 1970.
Delante y detrás de cámara, Dortort llenó el set de profesionales apaches, mexicanos y con ascendencia latina, conformando la plantilla de trabajadores latinos más importante de la industria del entretenimiento estadounidense de esos años. “Para que sea realista, tiene que ser real -repetía ante quien quisiera escucharlo-. Si se va a hablar en español, tiene que sonar a español; y el lenguaje de señas apache tiene que ser el lenguaje de señas apache”. La obsesión por el realismo lo llevó a filmar los exteriores en el desierto de Tucson y el Parque Nacional Saguaro. “El polvo, la suciedad y la transpiración no eran de utilería –recordó Darrow-. Las condiciones de trabajo eran durísimas y bastante extremas, pero el resultado final sigue siendo una maravilla”.
Mucho más que tiros
El Gran Chaparral (The High Chaparral) se estrenó el 10 de septiembre de 1967, con un capítulo doble que la NBC presentó como película de la semana, entrando directamente al top 20 del ranking televisivo estadounidense. Detrás de la acción y los diálogos picantes, los espectadores se engancharon con la saga de la ensamblada familia, siguiendo los iniciales desplantes entre los Cannon y los Montoya, que terminarían reconvertidos en respeto mutuo y camaradería; en amor verdadero para John y Victoria; y en un inédito empoderamiento femenino para el personaje de Linda Cristal. Manolito y Billy Blue, inicialmente dos secundarios responsables de la pata humorística del programa, crecieron hasta apropiarse de las iniciativas argumentales más serias, llegando a plantear disidencias generacionales con los protagonistas adultos.
La serie se animó a romper con los principales estereotipos del western, explorando los conflictos de clase entre norteamericanos, entre mexicanos y entre apaches, complejizando los escenarios de tregua y enfrentamiento que delineaban los involucrados. El ejército, por lo general, aparecía retratado como parte del problema social, político y económico, más dedicado a trabar los inestables acuerdos alcanzados entre blancos e indígenas, que a garantizar la paz en la región. La grieta evidenciada por la Guerra de Secesión se metió de lleno en el seno de los Cannon, reapareciendo recurrentemente para tensar la armonía alcanzada entre John, ex capitán de la Unión abolicionista; y su hermano Buck, soldado de la Confederación esclavista.
La crudeza de algunos planteos fue rechazada por la NBC, que los consideró inapropiados para la sensibilidad de la sociedad norteamericana. Por ese motivo, Dortort acordó dos montajes distintos para la serie: uno, sin las escenas recurridas por la emisora, para la platea estadounidense; y otro, incluyendo las secuencias cortadas, con destino a los canales europeos, donde El Gran Chaparral alcanzaba cifras extraordinarias de rating, habiendo obtenido el primer lugar en Alemania y un puesto en el top five de España, Francia, Italia y Portugal.
Ética mestiza
Habiendo dejado Bonanza en buenas manos, Dortort se dedicó cien por ciento a su nueva criatura. El encendido lo acompañó, manteniendo a El Gran Chaparral dentro del top 20 durante la segunda y la tercera temporada, la última en la que participó Mark Slade. Alentado por la fama, el actor pidió un aumento de salario y la NBC eligió no renovarle el contrato. En la ficción, Billy Blue desapareció sin rastros ni comentarios de los otros personajes. Y para la cuarta temporada, estrenada en septiembre de 1970, Dortort incorporó al reparto al adolescente Wynd, interpretado por Rudy Ramos.
Wynd, mitad Pawnee y mitad blanco, le sumó al programa un costado bastante controvertido de la vida rural en Arizona: la discriminación cruzada que sufrían los mestizos. Después de que asesinaran a su madre, Wynd había sido esclavizado por los indígenas y por los blancos, razón por la cual ahora se movía solo y bajo una ética personal que justificaba las buenas razones que guiaban sus malos comportamientos. Había sido descubierto cazando ganado de manera furtiva, para alimentarse; y estaba a punto de ser ahorcado cuando John Cannon interviene para salvar su vida. Ya instalado en el Chaparral, Wynd se convirtió en el reflejo televisivo de la conciencia juvenil capaz de cuestionar la autoridad de sus mayores. “Buscamos representar a la contracultura de la época, sobre todo en su manifiesto rechazo a cualquier tipo de jerarquías, pero no nos salió del todo bien”, contó Dortort.
Al aire, Wynd terminó mostrándose más arrogante que contestatario; y no tuvo tiempo para afinar el trazo de su perfil. A fines de 1970, NBC estaba recortando costos de manera brutal; y entre Bonanza y El Gran Chaparral, dos de los programas más caros de la emisora, escogió continuar con los Cartwright.
El 12 de marzo de 1971, con 98 episodios y cuatro temporadas, después de sobrevivir al desierto y los apaches, la familia Cannon-Montoya cerró los portones de su hacienda. “Fue una decisión equivocada, pero la acepté -reconoció Dortort-. Como compensación, me ofrecieron volver a hacerme cargo de Bonanza, pero eso no lo acepté”. Enojado y frustrado, el hombre fuerte del western televisivo puso punto final a su etapa profesional más importante, como todo un cowboy. Sin volver la vista atrás.
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