El final de Monzón, una serie que jugó siempre entre la ficción y la realidad
Después de 13 semanas muy comentadas, con resultados artísticos que por lo general estuvieron por encima de las expectativas previas, llegó el punto final de Monzón, la serie basada en la vida del famosos boxeador, emitida por el canal Space. El muy esperado episodio de cierre llevó al extremo la premisa de todo el ciclo: un juego permanente, casi al límite, entre la realidad y la ficción. Entre lo que ocurrió de verdad y lo que pudo haber pasado si algunos de sus protagonistas centrales del relato convertían en hechos algunas de sus pulsiones más profundas.
La serie emitida por el canal Space que acaba de concluir abrió desde el comienzo un enorme abanico de debates. Discusiones que se multiplicarán con toda seguridad después de la emisión del último episodio (el número 13) porque no a todos les gustará el giro elegido por sus responsables para cerrar la historia. Hasta podría decirse que Monzón tiene dos finales. El primero aparece en el cierre del duodécimo episodio, cuando está por comenzar el juicio contra el boxeador por el asesinato de Alicia Muñiz en Mar del Plata y todos los personajes de peso ya jugaron sus cartas ante nuestros ojos. Solo les queda esperar el veredicto del tribunal y sobre todo la versión de la historia que contra la postura de sus propios abogados el propio Monzón quiere hacer pública.
En el mismo momento en que concluye ese penúltimo episodio, con la cámara fija sobre el rostro de un Monzón a punto de hablar en la sala del juicio, se pone en marcha el segundo final. Ocupa toda la extensión del episodio de cierre, en la que se narra la jornada final de la vida de Alicia Muñiz desde su llegada a Mar del Plata hasta su cruenta muerte, estrangulada por Monzón, en la casa de la calle Pedro Zanni. Los momentos finales y decisivos, con el ataque salvaje del boxeador y su furia descargada sobre el frágil cuerpo de la mujer, están expuestos casi en tiempo real con un compromiso físico y emocional extremo por parte de sus dos intérpretes, Jorge Román y Carla Quevedo.
En ese momento todo el resto del elenco queda relegado a un profundo segundo plano. Ya no hay lugar para que el fiscal Parisi (Diego Cremonesi, lo mejor de un elenco muy preciso) se siga preguntando sobre el sentido de lo que hace mientras sufre sus consecuencias. Tampoco para que el abogado que interpreta Gustavo Garzón (otro punto altísimo del reparto) intente por enésima vez convencer a Monzón de no actuar como si fuese su peor enemigo en el proceso. En el fondo, ellos representan una constante en la serie: la imposibilidad que tiene cada personaje en lograr que su búsqueda (o su anhelo) encuentre plena satisfacción. Este es uno de los puntos más logrados del ciclo. Detrás de un hecho aberrante (el femicidio cometido por Monzón) nadie consigue llegar al punto que se propone como meta. Con los elementos de ficción que se agregan a las constancias reales expuestas a través de las imágenes de archivo y los documentos periodísticos, la trama de la serie se hace cada vez más intrincada y apasionante.
Tal vez los artífices de la serie se hayan propuesto desafiar a quienes parten de algo indiscutido, ya que estamos frente a una historia cuyo final conocemos de sobra. Lo que la serie suma a lo archisabido es lo esencial que toda ficción puede aportar: preguntarnos sobre qué hay detrás de los hechos probados y de las acciones de los personajes sin condicionarlos a representar un lugar fijo y rígido en el tablero de la crónica periodística. El gran mérito de Monzón pasa por la libertad con que esas preguntas se expresan y la precisión narrativa que alcanzan varios de esos interrogantes y sus posibles respuestas, algunas de ellas expuestas con una muy apropiada dosis de ambigüedad. El plano final es un buen ejemplo de esta elección.
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