El final de Breaking Bad: cuál fue el destino de sus personajes
Un repaso por el gran final de la serie de Vince Gilligan
Atención, esta nota contiene spoilers del último capítulo, si no lo viste y no querés saber cómo termina... dejá de leer acá. ¡Estás advertido!
"Sólo llévame a casa". Con esas cuatro palabras comienza "Felina", el último capítulo de Breaking Bad. Cuatro palabras que Walter White emite solo en un auto, mientras padece el frío de New Hampshire. Si uno pensaba que por "casa" Walter se estaba refiriendo a su vida con Skyler, Walter "Flynn" Jr. y Holly, habría que pensarlo dos veces. Desde el momento en que en "Granite State" su hijo le desea la muerte, que Walter White decide transmutar definitivamente en Heisenberg. Uno podría argumentar que el cambio ya se había producido mucho antes (con "Crawl Space" como momento bisagra), que Walter, "the teacher, the father" ya hacía rato que había desaparecido. Desde que miró a Jane morir. Desde que envenenó a Brock. Desde que su megalomania lo condujo a asesinar a Mike. Pero no. El cambio radical se produce en el final porque es el propio Walter quien lo admite. En una brillante secuencia filmada por Vince Gilligan, Skyler le da cinco minutos a su marido para que expulse lo que sea necesario antes de irse. Skyler cree, como todos, que Walter va a justificar sus actos como lo hizo siempre: argumentando que fue por el bien de la familia. Sin embargo, el verdadero giro, sorpresa, vuelta de tuerca de "Felina" es la aceptación de Walter de que todo lo que pasó, todo lo que hizo, todo lo que generó, fue impulsado por una sensación de placer, de bienestar consigo mismo, de egoísmo puro. Como le aseguró una vez a Jesse, nunca se trató del dinero o de las drogas, su verdadero negocio era cimentar un imperio, un nombre, una leyenda. "Lo hice por mí. Me gustó. Era bueno en ello. Me sentía verdaderamente vivo", dice Walter ante la mirada de Skyler, remitiendo indefectiblemente al primer capítulo de Breaking Bad, cuando le confiesa a Jesse que su incipiente negocio de la metanfetamina lo hacía sentir "despierto".
Sin familia ni perdón... Por lo tanto, por "casa" Walter no se refería a ese paso fugaz por lo de Skyler, quien lo despide (como solo Ana Gunn pudo haberlo interpretado) con la combinación justa de amor y odio, con lágrimas por todo lo que pudo haber sido y no fue. Porque, en un punto, siempre fueron dos caras de una misma moneda, sagaces, con inteligencia para sortear las dificultades más grandes, capaces incluso de vencer la enfermedad de Walt y haberse ahorrado todo la pesadilla posterior. Luego, Walt acaricia a Holly y, en otro acto de movimiento solapado (todo el preludio al final tiene ese sello inconfundible de Breaking Bad: el de la calma previa a la tormenta), mira a Walter Jr. ingresar a su nueva casa, y es en ese instante – entre muchos otros - donde Gilligan acierta porque no brinda el alivio que quizás otra serie sí hubiese necesitado: acá la familia está perdida y punto; el "we’re family!" que Walt gritaba con vehemencia y locura en el insuperable episodio "Ozymandias" dejó de ser real. Su hijo se adentra a otra clase de hogar, no solo ya sin su padre, sino también con la imagen de su padre totalmente quebrada. La ilusión terminó de romperse y Walt no recibe perdón alguno. Sin embargo, antes lo vemos, como una suerte de hombre errante, dejar el reloj que le regaló Jesse al cumplir 51, ya asimilando que no habrá un cumpleaños 53. Una vez que el tiempo se suspende, Gilligan lo filma a Walter de manera análoga: cual fantasma deambulando por la casa de Gretchen y Elliot, en uno de sus clásicos planes ejecutados rápida y astutamente. La venganza la consigue no solo atormentándolos sino asegurándose que su hijo reciba el dinero ganado ("I earned this"), antes de irse y hacernos testigos de la reaparición de Badger y Skinny Pete, otro de los guiños de Gilligan a quienes añorábamos el núcleo de contención de Jesse.
Libre al fin... Y si hablamos de Jesse, es importante remarcar que si bien no es el eje del capítulo y su tiempo en pantalla es breve en relación a su transcurrir en la serie, todo lo que sucede con él se desarrolla con absoluta fidelidad a su naturaleza. Gilligan introduce lo que podría ser un flashback, un episodio onírico o un flashforward (los optimistas comulgaríamos con lo último), mostrándolo a Pinkman construir esas cajas de madera que tanto disfrutaba confeccionar, abrazándose a una de ellas con cara de niño, el mismo niño grande que se subía a calesitas, que arrojaba plata sucia como si fuera Robin Hood y que se desvivía por Brock y por cualquier otro pequeño que se cruzara por su camino. El contraste entre verlo feliz y verlo torturado fue uno de los momentos más duros del último capítulo, ya precedido por el terrible asesinato de Andrea que Jesse presencia contra su voluntad. "Yo podía hacerlo mejor. Entonces hice una caja de madera dese cero. Y luego otra. Y otra. Y para el final del semestre, para la caja número cinco, construí esta cosa, deberían haberla visto, era una locura (…) era perfecta. Se la di a mamá (…) bueno, en realidad no. La cambié por marihuana" contaba Jesse, temporadas atrás, en el grupo de autoayuda.
Gilligan retoma el episodio tanto para ratificar el valor que tiene para Jesse el aferrarse a aquello que puede hacer bien si se lo propone como para anticipar el tan esperado alivio que va a recibir cuando logre escapar de la tortura de Todd y compañía. Porque Jesse fue siempre el corazón de la serie, Jesse fue siempre el que yacía en el asiento de acompañante, ya sea al lado de Walt o en sus viajes con Mike. Nunca pudo (ni le permitieron) tener el control, nunca pudo escapar del círculo de manipulación de Walter. Nunca hasta el final. Nunca hasta que, a pesar de Brock, a pesar de Jane, decide no darle el gusto a su ex profesor y arrojar el arma el piso para dejarlo así con vida. Después de que en sus manos yaciera la merecida posibilidad de matar a Todd (hecho catártico, si los hubo), Jesse no mataría más, especialmente cuando uno de sus máximos traumas fue el asesinato de Gale que White lo forzara a cometer. Jesse es libre. Y conduce por primera vez solo, quizás hacia Alaska, hacia Brock, hacia Skinny Pete y Badger, hacia un taller donde pueda confeccionar más cajas de madera. No lo sabemos. Pero los gritos, las lágrimas y la felicidad que se reflejaban en el rostro de Aaron Paul nos dan a entender que el destino de Jesse no es unívoco, que el destino de Jesse lo terminamos eligiendo nosotros.
La verdadera casa de White... No sin antes elaborar ese plan maestro micro (envenenar a Lydia, víctima de su propio esquematismo) y ese plan maestro macro (la confección del arma letal que aniquila a casi todos los Neo-nazis), Walter finalmente se despide de Jesse con una mirada mucho más pesada que aquella que le dirigió cuando Pinkman se caía de una ventana y todo empezaba. Walter muere por salvar a Jesse, indirectamente muere a manos suyas, y es acá donde Gilligan otra vez ata todos los cabos sueltos y cierra cada historia como corresponde: con el respeto a sus personajes como bandera. Y en lo que sería una constante en la serie, retomamos lo cíclico (como cíclica era la historia de Gustavo Fring, tan similar a la de Walt, con paralelismos infinitos) cuando Walter reingresa al laboratorio y comprendemos a qué se refería cuando decía "sólo llévame a casa". La "casa" era ese lugar, el lugar donde entabló una relación inquebrantable con la química, el único vínculo imperecedero en su vida. El lugar donde literalmente deja su sangre antes de caer al suelo. "Jesse, vos me preguntaste si estaba en el negocio del dinero o de la metanfetamina. La respuesta es en ninguno. Yo estoy en el negocio del imperio". Siempre se trató del nombre ("Say my name" – "Heisenberg" – "You’re goddamn right"), del peligro, del "yo" ("I am the danger, I am the one who knocks"), de dejar impresa la leyenda. Y qué mejor modo de partir para Walter que con "Baby Blue" sonando en esa "casa", su casa, el lugar donde respetó la química tanto como ella lo respetó a él.
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