La ficción de Sam Levinson protagonizada por Zendaya atrajo un volumen de espectadores en su regreso que superó notablemente al cosechado con su primera entrega, estrenada hace tres años
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Sin proponérselo, el escritor David Foster Wallace se convirtió en un elocuente portavoz de la llamada Generación X. Tras la publicación de la que sería su obra cumbre, La broma infinita, el fallecido autor, que no pensaba “en términos de mejor o peor”, reconocía que tenía una sola adicción: la televisión. Un día, se limpió retirando el aparato de su casa, para luego reflexionar en papel sobre el contenido y su función: “Se nos ha puesto una enorme presión por crear algo que entretenga al otro y viceversa, al punto tal de que no nos ha quedado otra opción más que convertirnos en una audiencia para todo”.
Resignado, Foster Wallace intuía que los debates maniqueos o la cultura del descarte iban a amplificarse con la llegada de Internet. “Estamos atravesando una relación muy complicada de amor-odio con la cultura”, expresaba el escritor en el año 2000, mucho antes de que esas manifestaciones colectivas sobre el entretenimiento encontraran en las redes sociales el escenario ideal para hacerse oír.
¿Por qué Euphoria de Sam Levinson se transformó en un fenómeno global? Tal vez alguna explicación como referencia pueda llegarse a encontrarse a través de otro suceso: Trainspotting (1996). Si bien la película dirigida por Danny Boyle en base a una novela de Irvine Welsh sucede en Edimburgo y Londres, las líneas emocionales y discursivas son parecidas. Jóvenes con una estética y moral identificables con su época que no saben qué hacer de sus vidas (con excepción de personajes como el de Lexi, al que se le atribuye el rol de observadora), que consumen drogas y tienen sexo en forma explícita, que escuchan cierta música y que intentan comprender su propio mundo en contraposición (o en tensión) con el viejo mundo. Trainspotting debe haber provocado a los padres de los jóvenes de aquellos años lo mismo que Euphoria a los de ahora. Incomprensión, desasosiego, algo de repulsión y un cúmulo de preguntas sin respuesta. En esencia, lo que este tipo de narrativas generacionales suelen suscitar desde tiempos inmemoriales, y con otros exponentes más intolerables, como el caso de Kids, vidas perdidas de Larry Clark.
Euphoria aggiorna su modelo, introduce la cuestión transgénero, posa su mirada sobre la clase media americana y lo que transcurre puertas adentro, pone en el centro a actores en ascenso (entonces, Ewan McGregor; hoy, Zendaya), pero se hermana en ciertas líneas como el consumo de drogas autodestructivo (en la nueva temporada aparece la heroína, como en Trainspotting), la estética videoclip (Euphoria puede pasar de una suerte de cortometraje romántico indie con INXS como banda excluyente a una secuencia tragicómica musicalizada por Sinéad O’Connor) y un cierto toque pesadillesco que bordea lo lyncheano para las masas, fusionado con la trama de los dealers y un montaje afilado ya de base tarantinesca (visto en la intro donde se nos muestra la infancia de Fez).
Pero volvamos a su propuesta por fuera de las influencias. El afiche de la segunda temporada de Euphoria, el drama adolescente de Sam Levinson basado en la miniserie israelí, nos muestra a su protagonista, Rue Bennett (Zendaya), de pie, con el rostro inclinado y los ojos cerrados. Estamos ante la escena posterior a una jornada intensa de consumo. “Recuerda este sentimiento”, puede leerse debajo de esa imagen que contrasta notablemente con el póster promocional de la primera temporada, en el que Rue estaba con los ojos bien abiertos mientras una lágrima de glitter caía sobre su mejilla. Con su nueva carta de presentación no solo se nos estaba adelantando que el regreso de Euphoria sería más oscuro sino que también se nos estaba solicitando algo. El punto de partida de una interacción que el drama de HBO -disponible desde 2021 en su plataforma de streaming, HBO Max- no descuida nunca.
La experiencia Euphoria
El pedido de “recordar este sentimiento” no es más que la punta del ovillo de “la experiencia Euphoria”, una ficción que se absorbe del mismo modo en que Foster Wallace planteaba el concepto de disfrute: de manera compulsiva, maniquea e integral. “Mientras muchos están entusiasmados con un fenómeno, el resto se queda a un costado con la boca abierta, como maravillados ante esa exageración de la experiencia”, también remarcaba el escritor, nuevamente presagiando lo que sucedería con la Generación Z, con los centennials, cuando todavía no existía el neologismo de corte teen FOMO, acrónimo para ese “fear of missing out”, es decir, el miedo a estar perdiéndose algo que es discutido por tu entorno. La ansiedad que genera el quedarse afuera mientras los demás sí son parte del zeitgeist.
Si bien la audiencia de Euphoria también alcanza a los Gen Xers, su foco primigenio es ese público adolescente que está habituado a la interacción en todos los niveles. De esta forma, el contexto en el que nació la ficción fue lo que le brindó ese diferencial respecto a otras que también mostraban la complejidad de las relaciones en esa edad de autodescubrimiento, como el caso de Skins, gran serie británica nacida en 2007 que no tuvo como aditamento la vorágine posterior al consumo.
Sin embargo, la diferencia abismal entre la audiencia que cosechó Euphoria con su primera temporada estrenada en junio de 2019 y la segunda, cuyo regreso se emitió el domingo 9 de enero de este año, también nos habla de la facilidad de su consumo gracias al arribo de HBO Max en junio de 2021, y de las decisiones narrativas y estéticas que tomó su showrunner en su estridente retorno. Levinson había construido inicialmente una serie de nicho en la que Rue era la protagonista indiscutida, una joven quebrada por la muerte de su padre quien, al no poder lidiar con el duelo y con sus problemas de salud mental, comienza a consumir en su propio ecosistema.
La arrolladora actuación de Zendaya (quien se convirtió en la intérprete más joven en ganar el Emmy como mejor actriz dramática, una victoria para las ficciones adolescentes que siempre parecen quedar relegadas de la nomenclatura “televisión de prestigio”) era el caballito de batalla de Levinson, quien, más allá de la historia de amor que concibió entre su personaje y el de Jules (Hunter Schafer), siempre ubicó a Rue en otro plano, como si fuera una figura espectral que, reforzada por su voz en off, sobrevolaba los pasillos de la secundaria de East Highland como si no fuera parte de ella.
Una segunda temporada que redobló la apuesta
Entre la primera temporada y la segunda, muchas cosas cambiaron en el universo Euphoria. Levinson realizó el largometraje Malcolm & Marie, con Zendaya como coprotagonista y colaboradora en el guion. Asimismo, HBO estrenó, con un mes de diferencia entre uno y otro, dos episodios especiales dedicados a Rue y Jules, respectivamente, escritos y filmados en pandemia. En ambos notábamos a un Levinson despojado del exceso de artificio y focalizado en diálogos que enriquecían a sus figuras femeninas centrales. El primero de ellos, “Trouble Don’t Last Always” [”Un problema no dura para siempre”], ambientado en Navidad, demostraba que el showrunner no solo quería acariciar lo áspero. El diálogo de una hora entre Rue y su sponsor Ali (Colman Domingo) le valió a Levinson una nominación al prestigioso premio Peabody, logro que no pudo cosechar con ninguno de los primeros ocho episodios de Euphoria que, por fuera de Zendaya, eran elogiados por su diseño de producción y por el rol del supervisor musical.
En lugar de continuar por ese camino, hoy “Trouble Don’t Last Always” se lee como una casualidad más que como una primer vistazo a la segunda temporada en la que Levinson no esquivó las balas y le hizo frente a las críticas que había recibido cuando Euphoria debutó hace tres años y se la acusó de romantizar desde las adicciones a los trastornos alimenticios. Pero hacerle frente a cuestionamientos no implica necesariamente ser complaciente, y Levinson habrá escuchado, pero redobló la apuesta con una ejecución que pone sobra la mesa la vieja antinomia entre forma y contenido. El mantra que le dice el papá a su criatura es, de igual modo, bastante claro: “No importa lo que hagas, nunca pases inadvertida”.
Su vuelta con el capítulo “Trying to Get to Heaven Before They Close the Door” [”Tratando de llegar al cielo antes de que cierren la puerta”] fue todo un suceso. De acuerdo a lo informado por el portal Deadline, el episodio atrajo a 2.4 millones de espectadores; es decir, nueve veces más que la primera temporada. “Tan solo en su día de estreno, la producción batió récords de audiencia en América Latina, convirtiéndose en el estreno de serie más visto en la región por los usuarios de la plataforma”, comunicaron desde HBO Max, servicio que recientemente subió a Spotify la playlist oficial de la serie, que cuenta con un tema que Lana del Rey compuso especialmente para la misma (“Watercolor Eyes”), como ya lo habían hecho Billie Eilish y Rosalía con “Lo vas a olvidar”.
La lista de reproducción está segmentada según lo que queramos sentir en ese preciso momento. ¿Las opciones?: Amor, motivación, relax y, claro, euforia. Así, cuando el capítulo se acaba, empieza otro, el del intercambio en las redes (el debate “amor/odio” en Twitter es insoslayable), el de los gifs, el de los memes, el de la devolución de gentilezas.
Porque Euphoria podrá pedirle a su público que recuerde este sentimiento, pero su audiencia también está dispuesta a tirarle la pelota para su cancha exigiendo que se alteren ciertas subtramas (el triángulo entre Rue, Jules y Elliot, por ejemplo) y que se les brinde más tiempo a otros personajes (Lexie, Fez). Como sea, todo suma en esta interacción en loop que no puede emanciparse del visionado mismo. Lo peor para Euphoria es que no surjan los reproches.
El consumo compulsivo y la llegada en redes
El último episodio emitido hasta el momento, ese sueño febril que fue “You Who Cannot See, Think of Those Who Can” [Tú que no puedes ver piensa en los que sí”], puede ser interpretado como una sumatoria de escenas estéticamente perfectas en las que se luce el director de fotografía, Marcell Rév, pero quien verdaderamente quiere lucirse es Levinson, director y guionista de todos los capítulos, el hombre que no cede el control de su maquinaria porque sabe lo que funciona. La imagen de Sydney Sweeney, el as bajo la manga de la serie, rodeada de flores y con los ojos vidriosos, es el material ideal para esa réplica en las redes donde una postal, una instantánea, es más fácil de consumir y de compartir que cualquier extenso diálogo de esos dos episodios especiales. Lo mismo sucede con frases como “la pérdida es un sentimiento mucho más grande que el amor”, destinada a resonar en una demografía que, en esa ansiedad por no perderse nada, se está perdiendo a sí misma.
En una entrevista exclusiva con LA NACION con motivo del regreso de Euphoria, Zendaya decía: “Los personajes están tratando de seguir su corazón, la cabeza los está controlando, pero el corazón prevalece, sus emociones son su fuerza. Lo que nosotros queremos decirle a la gente que mira la serie es: ‘Hola, te vemos y te entendemos, esta mierda es difícil’”. Su protagonista nos estaba dando una de las claves del fenómeno Euphoria. El personaje como espejo de la audiencia, el pacto tácito, el acuerdo transaccional. La interacción de donde partió todo. El “yo te veo”... si vos me ves.
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