Perdidos en el espacio: por qué el streaming dio rienda suelta al reciclaje de historias
Desde hace décadas, el cine norteamericano viene reciclando historias ya probadas bajo la forma de remakes, revivals, reboots, revampings, spin offs o el neologismo que sea para decir que se vuelve a hacer algo que ya se hizo. Desde que la televisión (acaso un término que dejó de representar bien eso que vemos en nuestras pantallas personales), en sus versiones de aire, cable o streaming, multiplicó la demanda, el cartoneo de cualquier cosa que en otro momento haya conquistado a un público o que resuene en la memoria y ahuyente nuestra aparente alergia a la novedad entró en un estado maníaco.
Solo en el último año sucedieron los regresos de títulos tan dispares como Westworld (la semana que viene HBO estrena su segunda temporada), MacGyver, SWAT, Dinastía, Queer Eye for the Straight Guy, Roseanne y muchísimas más. Para los próximos meses se espera la vuelta de otros shows recordados como Magnum y Murphy Brown, por nombrar solo los regresos más comprensibles.
Estas nuevas versiones, junto con caras reconocibles para los centennials, suelen recibir una actualización automática de sus políticas de género y raciales, es decir, que se les adosa un maquillaje inclusivo transmutando a un personaje masculino en femenino, a un heterosexual en gay y a un blanco en negro o asiático. Se podría imaginar que estos postergados cambios traerían de la mano una transformación de las historias o del modo de contarlas pero, en verdad, tienden a darse de modo mecanizado, sin que sean acompañados de una evolución del personaje o el relato y sin que encuentren una justificación, más allá de evitar un posible boicot mediático por la supuesta invisibilización de minorías (los guerreros de la corrección política suelen dedicarse a combatir la opresión donde es más seguro e inofensivo, por esto se muestran mucho más preocupados por Hollywood que, digamos, por Oriente Medio). De paso, se disfraza de una impostergable incorporación de diversidad a la bancarrota creativa. Así, en la anunciada versión de El gran héroe americano ya no habrá un superhéroe sino una superheroína; en la venidera Los Hart (serie de los 80 de una imperturbable mediocridad en la que Robert Wagner y Stephanie Powers eran una pareja de millonarios que resolvía crímenes), los protagonistas serán un matrimonio gay y en la remake de En la dimensión desconocida, encomendada a Jordan Peele , los acontecimientos sobrenaturales reflejaran la problemática de los negros en los Estados Unidos, tal como el realizador había hecho en su muy buen debut, ¡Huye!
En este sentido, el estreno en Netflix de la nueva versión de Perdidos en el espacio –su diez capítulos ya están disponibles en la plataforma– es un inmejorable signo de los tiempos (sus . Esta es una remake de la serie creada por Irwin Allen en 1965, que ya tuvo una justamente olvidada versión cinematográfica a fines de los 90. A su vez, la serie original era una adaptación a la ciencia ficción de la novela del siglo XIX El Robinson suizo, que contaba la odisea de una familia europea que naufragaba en "otro mundo", el sudeste asiático, obviamente inspirada en el clásico de Daniel Dafoe, Robinson Crusoe. Es decir que el factor "re", por los interminables reenvíos de un relato a otro típicos de nuestro momento, está más que cubierto.
En esta nueva iteración de la historia, que sucede unos 30 años en nuestro futuro, la Tierra está al borde de un colapso ambiental, de modo que, para preservar a la especie humana, se envían colonos a un planeta habitable descubierto en Alfa Centauri. En mitad del viaje (y en el comienzo del relato) una explosión hace que varios de los viajeros evacúen la nave en capsulas de salvamento que caen en un planeta cercano. Luego se revela que la explosión fue un ataque que sucedía al tiempo que atravesaban una suerte de anomalía espacial, una coincidencia de acontecimientos que resulta confusa.
La cápsula de los Robinson, la familia protagónica, se estrella contra un glaciar y la serie dedica cuatro de sus diez episodios a mostrar su escape. "Varados en una montaña" hubiera sido un título más preciso que "Perdidos en el espacio". Luego, se vuelcan a explorar este extraño nuevo mundo que luce mas o menos como un bosque del nuestro. Según la astrofísica del clan familiar, se encuentran en una galaxia desconocida "a trillones de años luz" de casa, lo que hace imposible el regreso (¿no había nadie en todo el equipo de guionistas que supiera que el universo no es tan grande como para que una cosa esté a trillones de años luz de otra?). Cuando encuentran a otros colonos sobrevivientes y comienza a organizarse y asentarse, la serie se despega de la original para parecerse a otras como Terra Nova o The 100.
Si se compara la vieja serie de los 60 con esta nueva versión, se percibe el efecto que Netflix y su idea de retrasar la llegada de los puntos de giro para instigar al binge watching tuvieron sobre el ritmo de la narración: insólitamente, un relato de hace 53 años muestra una densidad de acontecimientos mucho mayor que uno actual. En los primeros cuatro episodios de 1965, los Robinson sobreviven a un robot asesino, encuentran una nave extraterrestre, enfrentan a un monstruo espacial, caen en el planeta perdido, exploran sus ecosistemas y descubren a varios de sus extraños habitantes, incluido un gigante de un solo ojo que recuerda al mítico Polifemo. Aquí se toman la mayor parte del mismo metraje solo reparar su nave para salir del lugar en el que cayeron.
A pesar de los prologados tiempos de exposición, los personajes tienen una nota sola. La actualización doctrinaria hace que el clan familiar sea un matriarcado en el que manda la esposa, la astrofísica Maureen (Molly Parker, de Deadwood): su marido, John (Toby Stephens), es un varón beta que obedece y cuando no lo hace, suele tomar las decisiones equivocadas. Sus tres hijos (dos blancos y una negra, porque evidentemente que una pareja blanca también tenga hijos blancos no es lo suficientemente diverso) tienen roles inamovibles: Penny, la cómica; Judy, la valiente y el tímido e indefenso Will. El personaje más cautivante es el robot que no dice más que las tres palabras que constituyen el célebre mantra de la serie: "¡Peligro, Will Robinson!" Como no se sabe casi nada acerca de él, excepto su origen extraterrestre, a diferencia del resto de los personajes, es misterioso e impredecible.
La ex reina del cine independiente Parker Posey interpreta al malicioso Dr. Smith, pero es poco lo que puede hacer con un rol que requiere lo mismo en cada secuencia: siempre, primero miente y luego traiciona. Más que una nueva serie, Perdidos en el espacio es un síntoma que señala el nuevo conjunto de problemas que trae consigo la nueva era dorada de la televisión.
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