El cuento de la criada, una historia demasiado cruel
El libro de Margaret Atwood dio un exitoso salto a la TV en el servicio de streaming Hulu, protagonizado por Elisabeth Moss; sin pantalla aún en la Argentina, ya es considerada una de las mejores series del año y fue renovada para una segunda temporada
La escena es una declaración de principios. En el primer capítulo de la serie, una mujer de pie abofetea a otra, que está sentada delante de ella. Es la protagonista quien recibe la cachetada. Dura apenas un segundo y así se crean el tono y la atmósfera de esta historia tan cruel, demasiado cruel. Alguien, desde un plano superior, sacude la cabeza de otra persona y, simultáneamente, con este golpe ingresa en un mundo aberrante de violencia absurda.
La criatura que abofetea a otra es Margaret Atwood , la autora de la novela que inspira la serie, quien accedió a realizar un pequeño cameo en la ficción. Quien recibe el golpe es Elisabeth Moss , la heroína y narradora de esta historia, la voz y los ojos desde los cuales se narra The Handmaid's Tale o El cuento de la criada (Hulu, aún sin señal en la Argentina). La adaptación cuenta con la venia de la escritora canadiense, quien agita prejuicios y estructuras fosilizadas de pensamiento, como también pone en alerta al espectador, quien no va a poder recibir este relato en estado de sopor, apoltronado en su sillón. Moss y Atwood son más que la titiritera y la marioneta de la serie. Son sus productoras.
En la historia, luego de una guerra de escala planetaria y del desastre nuclear que ese conflicto genera, un alto porcentaje de la población resulta estéril a causa de la contaminación. La República de Gilead emerge en lo que antes de la guerra se conocía como los Estados Unidos, cuyo Congreso se disolvió y su Constitución se declaró extinguida. La acción transcurre específicamente donde se erigía la ciudad de Cambridge, en Massachusetts (allí donde ocurrieron los juicios a las brujas de Salem, que luego recogería Arthur Miller para su célebre obra de teatro), en las inmediaciones de la Universidad de Harvard.
Surge entonces una sociedad teocrática, liderada por hombres. Las esposas de los jerarcas de este régimen (los comandantes) tienen como misión lograr que sus maridos fecunden a las pocas mujeres que aún son fértiles, para así poder asegurar no sólo el crecimiento de su casta, sino también el futuro de un país donde el índice de natalidad es ínfimo. En esta sociedad ideada por Atwood hay dos tipos de población femenina: las mujeres y las no mujeres. Entre las primeras, los estamentos están delimitados con un uniforme cuyo color denota su posición y función: las criadas visten de rojo; las esposas, de azul; las tías, de marrón, y las Marthas, de verde. Existen otros rangos en ese mundo, pero no aparecen, al menos en la primera temporada de la serie orquestada por Bruce Miller.
En este universo se busca anular la identidad de las mujeres y homologarlas con las demás de su clase. Así aparece la voz de una criada en particular que se resiste a esta esclavitud. Moss -la actriz que interpretó a Peggy en Mad Men- compone a Defred [su nombre, como el de todas las criadas, se compone de dos partículas: "de", la preposición que denota pertenencia, y "Fred", el nombre del comandante a quien sirve con su cuerpo]. Como Peggy, Defred es un personaje feminista que lucha contra los excesos de un mundo que degrada a la mujer. La intérprete se impone con este trabajo como una de las más destacadas de su generación, dueña de un arco compositivo sin estridencias, capaz de generar un huracán con sutiles expresiones.
Relaciones e intertextos
Tal como ocurrió con Game of Thrones, The Handmaid's Tale superó el libro de 1985 que inspira la acción, ya que habrá una segunda temporada que supervisará Atwood, pero será escrita por otros guionistas. En 1992 hubo una adaptación en el cine (en la Argentina se conoció como Entre la furia y el éxtasis), de la mano de Volker Schlöndorff, con guión del mismísimo premio Nobel Harold Pinter e interpretada por Natasha Richardson, Faye Dunaway y Robert Duvall. En la serie de Hulu, el villano lo interpreta Joseph Fiennes, su pérfida esposa es Yvonne Strahovski, y Ann Dowd (la esperpéntica Patti de The Leftovers) también tiene un rol reservado para la crueldad. Completan este elenco Samira Wiley (Orange is the New Black), Max Minghella y Alexis Bledel. Hay que detenerse en la excelente labor de la chica Gilmore, una tortuosa y torturada criada rebelde Deglen, muy alejada de los roles con los que logró popularidad.
Es curioso cómo en el siglo XXI, en que de modo apresurado se pensaría que tantos relatos orbitan alrededor de la tecnología, son la religión y la fe las que regresan al centro del debate y de la búsqueda. Algunos ejemplos actuales son The Leftovers, The Young Pope y The Handmaid's Tale, que indagan en las columnas de los dogmas, los profetas y la espiritualidad de feligreses. Ninguno de ellos pertenece al género de la ciencia ficción (mejor dicho, ficción científica, tal es su correcta traducción). En el mundo de Atwood no hay robots ni armas sofisticadas, sino que, por el contrario, la sociedad vuelve incluso a un mundo primitivo, arcaico, y para ello basta ver los mercados donde se realizan las compras. "Si iba a crear un jardín imaginario, quería que los sapos que vivieran en él fuesen reales. Una de mis normas consistía en no incluir en el libro ningún hecho que no hubiera ocurrido ya en lo que James Joyce llamaba la «pesadilla» de la historia ni usaría un aparato tecnológico que no estuviera disponible actualmente. Nada de cachivaches imaginarios, ni leyes imaginarias, ni atrocidades imaginarias. Dios está en los detalles, dicen. El diablo, también", escribe Atwood en el prólogo de la reedición de esta novela, que estará disponible a fines de este mes en las librerías locales, editada por Salamandra.
Inspirada en el relato bíblico de Jacob, Lea y Raquel, y también en los Cuentos de Canterbury, de Chaucer -fuentes que explicita Atwood-, hay también una fuerte conexión con Las mil y una noches, donde contar una historia es la única válvula para sobrevivir, aunque Defred, a diferencia de Scherezade, no tiene un destinatario específico. O sí: es ella misma narradora y narrataria de una historia que elabora dentro de su propia cabeza.
De la novela a la TV
Ninguna adaptación es un calco de la versión original. Algunas decisiones pueden explicarse de modo racional, aunque otras, no tanto. En el caso de El cuento de la criada -una novela breve, dividida en 15 partes, cada una con varios capítulos, un total de 46- el resultado es bastante fiel. Sí, a causa de las virtudes y posibilidades de la narrativa, la voz de la heroína refleja su confusión y su sufrimiento, su esfuerzo por reconstruir recuerdos y por comprender un mundo absurdo. "Lamento que en esta historia haya tanto dolor. Y lamento que sea en fragmentos, como alguien sorprendido entre dos fuegos o destrozado por fuerza. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo", dice la protagonista.
Esta oscilación constante y los permanentes saltos temporales dotan la novela de cierta complejidad. Atwood, escribe en el prólogo, comienza a gestar la historia en Berlín a comienzos de los años 80, cuando vivía en Alemania, y en el clima de sospecha que la presencia del Muro, con dos sociedades tan cercanas y tan distantes a la vez, generaba en la vida cotidiana de los habitantes. Por estos días se conoció la noticia de que la escritora será premiada por los libreros de la capital alemana el próximo 15 de octubre, por su "clarividencia para detectar las corrientes y evoluciones peligrosas" que se dan en la sociedad actual.
Dicho esto, la serie es más cruel y radical que la novela. Serena Joy es aún más gélida y perversa que en el texto. Además, en la versión de Atwood la narradora recuerda que cuando era niña esta dama era ya una celebridad, por lo tanto, la diferencia de edad es notable entre ambas. Sin embargo, en la serie el ícono de la mujer del régimen de Gilead es tan joven como la criada. Deglen, una inmensa heroína, no es presentada en el texto como una criatura tan salvaje o intrépida como sí lo es en la serie, donde padece vejaciones descarnadas. En la serie, Moira, la mejor amiga de la protagonista, tiene un desenlace incierto, a diferencia de lo que le ocurre en la serie y se devela en el último capítulo.
En la novela aparece más nítida la clasificación en los distintos estamentos de la sociedad, así como algunas reglas y precisiones sobre hechos históricos. Incluso se explica mejor el atuendo de cada clase, como el de las criadas y su ridícula toca, cuya función es la de ejercer como "anteojeras", que impiden que quienes la llevan puedan ver y ser vistas.
En la serie aparece el nombre de la criada, a pesar de que en la novela nunca se precisa su identidad. Sólo se la desliza. Lo mismo ocurre con el nombre de la hija de la criada, una licencia de la versión de TV. A diferencia del cargo de editora que tiene la criada en la serie, en la novela trabaja en una biblioteca. Además, su reacción es diferente cuando se instala la República de Gilead, ya que en la serie se muestra su activismo feminista (hay una lograda escena al son de Blondie, con "Heart of Glass"), pero en la novela la narradora admite que no.
En su cautiverio, la criada de la novela puede leer algunos autores, como Raymond Chandler y Charles Dickens, escritores que no aparecen en la serie, donde a las criadas no se les permite leer, y tampoco etiquetas ni carteles (toda información relevante es pictórica). El relato aparece en el texto de Atwood como un mecanismo de supervivencia, como un modo de vencer una rutina sádica: "Contando, más que escribiendo, porque no tengo con qué escribir y, de todos modos, escribir está prohibido. Pero si es un cuento, aunque sólo sea en mi imaginación tengo que contárselo a alguien. Nadie se cuenta un cuento a sí mismo. Siempre hay otra persona".
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