Hace poco más de veinte años la ficción literaria escandinava inició una pequeña revolución. El nombre que asoma como clave en esa joven tradición es el del sueco Henning Mankell, creador de la popular saga criminal protagonizada por el detective Kurt Wallander. Sus libros se convirtieron en best sellers de la noche a la mañana, su personaje llegó a la televisión, y ese universo bautizado como scandinoir –o nordic noir, siguiendo el mismo espíritu regional– dejó una estela que hoy sigue imborrable en la ficción policial contemporánea. Sin embargo, el mismo Mankell se ha desmarcado de la paternidad, y ha señalado a los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö, una pareja de periodistas dedicados a la literatura, como los verdaderos artífices del fenómeno. Y si seguimos su pista, ya a mediados de los años 70 su novela Los terroristas presentaba al detective Martin Beck frustrando un atentado contra un mandatario estadounidense de visita en Suecia, en un entorno opaco e inquietante, definido por la ambigüedad moral y el clima hostil. La escritura franca de cuño realista, la obsesiva atención a los males sumergidos bajo la tranquila superficie de la socialdemocracia y las evidentes fallas del celebrado estado de bienestar escandinavo fueron los pilares para ese nuevo imaginario literario.
Habría que esperar hasta los años 90 y el éxito de la saga Wallander para que el fenómeno cobrara cuerpo y cruzara las fronteras hacia el resto del mundo. En 1997 se tradujo al inglés Asesinos sin rostro de Mankell y el crimen de una pareja de ancianos a manos de un inmigrante instaló otro de los tópicos que define al scandi noir: el miedo al extranjero como signo de la época. Unos años después Stieg Larsson, también periodista e investigador de temas raciales y escándalos políticos, ofrece un nuevo salto de popularidad con la saga Millenium. Los hombres que no amaban a las mujeres, publicada en 2005, desnuda la xenofobia y misoginia que subyace en una sociedad aparentemente equilibrada como la sueca, haciendo de su heroína Lisbeth Salander una extraña adalid de la justicia más allá de toda legalidad. Esa efervescencia literaria con epicentro en Suecia no tardó en encontrar eco en Noruega, con el éxito de Jo Nesbø, exfutbolista y rock star convertido en meteórica celebridad literaria. Anunciado como el nuevo Stieg Larsson, su novela El muñeco de nieve llegó a la lista de best sellers en 2010 y, como la saga de Larsson –primero en Suecia con la trilogía Millenium protagonizada por Noomi Rapace y luego en Hollywood, de la mano de David Fincher con La chica del dragón tatuado–, hizo su desembarco en el cine en 2017.
Las pioneras de la televisión
La atracción del mundo televisivo por este filón inagotable de ficciones nórdicas no podía demorarse demasiado. La primera de las exitosas adaptaciones fue la serie Wallander, estrenada en 2007 en la TV sueca y luego exportada al mundo. Allí el célebre detective de Mankell demostraba una y otra vez que el mal es ubicuo en el capitalismo contemporáneo y que sus tentáculos son mucho más difíciles de detectar que en la novela inglesa del enigma. Estas ficciones se apoyan en el tono sombrío y desencantado de la serie noire para desde allí delinear sus aspectos regionales: el entorno natural de los fiordos, el clima helado, el aislamiento, las sociedades en crisis subterránea, las muertes brutales de jóvenes, la corrupción en el seno de un estado democrático. Entonces ya no tenemos el crimen de salón, ni el detective sagaz y racional, ni los entornos aristocráticos y transparentes, sino una serie de alteraciones irreversibles que dan a estas ficciones su magnética identidad.
Las dos series televisivas que instalaron definitivamente el scandinoir en el corazón del público fueron la danesa Forbrydelsen, creada por el novelista Søren Sveistrup y estrenada en 2007, y Bron/Broen, coproducción sueco-danesa emitida por primera vez en 2011 de la mano de Hans Rosenfledt. Ambas despertaron un culto a sus obsesivas protagonistas, una radiografía de esos mundos regidos por una naturaleza extraña y perturbadora, intrincados enigmas desplegados con una narrativa expositiva que reinventa los códigos del policial de procedimiento, y un tono lúgubre y asfixiante que se revela como el mejor vehículo para la crítica social.
Sveistrup, showrunner clave en el éxito televisivo del scandinoir, fue el artífice del tipo de heroína de estas ficciones, una mujer fuerte de mediana edad, de vida complicada que debe a menudo elegir entre trabajo y familia, que encontró su trilogía de oro en los rostros de Sofie Gråbøl en Forbrydelsen, Sidse Babette Knudsen en Borgen y Sofia Helin en Bron/Broen. Esta última, creada por Hans Roselfeldt como santo y seña de la detective contemporánea, delineó en la oscuridad de la Marcella de Anna Friel, a su más perturbadora heredera.
Todas las pioneras tuvieron sus remakes. Wallander tuvo su versión británica en 2008 de la mano de la BBC y protagonizada por Kenneth Branagh; Forbrydelsen, su versión norteamericana en The Killing (2011-2014), ambientada en la lluviosa Seattle y protagonizada por Mireille Enos y Joel Kinnaman; y Bron/Broen resultó la más prolífica en su descendencia, siendo sus dos remakes más conocidas: The Bridge (2013-2014), ambientada en la frontera entre Estados Unidos y México y protagonizada por Diane Kruger y Demián Bichir, y la franco-británica The Tunnel (2013-2018), situada en el túnel que conecta Calais con la región de Kent, y protagonizada por Clemence Poesy y Stephen Dillane.
También la sensibilidad escandinava impuso sus coordenadas en el policial europeo, impulsada por el éxito de la saga Millenium, la popularidad de los thrillers de aeropuerto de Nesbo y la fama de las heroínas disfuncionales suecas y danesas. Así el policial británico se hizo oscuro y sombrío en Top of the Lake o Hinterland, mientras que las detectives de Happy Valley y Broadchurch recogieron la depravación danesa, la francesa Glacé y la belga La trêve (ambas disponibles en Netflix) están ambientadas en entornos helados y densos bosques; las españolas Mar de plástico o Presunto culpable (las dos en Flow)por su parte recrean crímenes aberrantes e incomprensibles.
El ABC del scandinoir
Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia integran la región escandinava. Si bien sus identidades nacionales están fuertemente delineadas, es posible rastrear un sustrato común en todas las ficciones. La abogada y exministra de Justicia noruega Anne Holt, coronada en los últimos años como uno de los referentes de la novela nórdica, sintetiza ese legado en permanente formación en una entrevista con el diario inglés The Independent: "Hoy la diversidad en el género es mayor que nunca. Sin embargo, yo diría que la mayoría de los que incursionamos en este terreno creativo tenemos una base escandinava, que a veces es difícil de definir. Son todas sociedades con baja densidad de población y pocos crímenes al año, altamente educadas y definidas por un marcado bienestar económico. Por ello los asesinatos brutales resultan una anomalía, la punta de un iceberg que alerta sobre lo sumergido, que convierte al crimen en un signo de alerta. Entonces nos preocupa menos el ‘quién’ que el ‘por qué’, interrogante que resulta el enigma recurrente de todas nuestras narrativas".
De esas declaraciones emerge una de las claves del scandinoir, que consiste en despejar la incógnita sobre la autoría del crimen del centro del relato, para concentrarse en su condición de síntoma de un estado alterado del entorno. En Bron/Broen, la aparición de los cadáveres de una funcionaria y una prostituta, unidos milimétricamente en el puente que separa a Malmö de Copenhague, descubre la voz de un asesino que intenta convertir su acto terrorista en un llamado de atención. El crimen es así el detonante de una alianza entre la disfuncional investigadora Saga Norén y su colega danés Martin Rohde, seductor y extrovertido, para desentrañar las profundidades de una crisis social y moral que encuentra en las muertes rituales su más terrible erupción. Algo similar sucede en la islandesa Case (2015), en la que el suicidio de una joven bailarina destapa un entramado de corrupción y pornografía, o en la sueco-noruega Borderliner (2017) cuya historia comienza con la aparición de un cadáver a la vera del río, que evoca un entramado de trafico de drogas y connivencia policial.
Si bien la referencia a las oscuridades morales de una sociedad a través del crimen ha sido la distinción de film noir y su antecedente literario, la particularidad de la tradición escandinava está en el desconcierto que genera la emergencia de horrores y brutalidades en contextos de mayor bienestar y menor desigualdad. Por ello el aislamiento, al contrario de la opresiva urbanidad y el hacinamiento que eran claves en la serie negra americana, se convierte en un contexto recurrente. Todos los entornos del scandinoir son pequeños pueblos o ciudades tranquilas, zonas fronterizas o entornos naturales alejados de las metrópolis. Así, el paisaje boscoso, de tonalidades verdes y oscuras, de arboles desnudos y lagos helados, resulta la geografía preferida de los asesinos para enterrar a sus cadáveres, para situar la explosión de un horror como advertencia. En Forbrydelsen el cadáver de una adolescente aparece en el agua, sumergido en el baúl del auto oficial de un político; en la finlandesa Karppi (2018), una mujer es enterrada en los deshabitados contornos de una misteriosa empresa; y en la islandesa Trapped (2015), un cuerpo mutilado aparece flotando en las heladas aguas que limitan con Dinamarca, durante la víspera de una tormenta que dejará aislado al lugar.
Por último, el paisaje desolado siempre se combina con las inclemencias climáticas. Días que nunca terminan, como en Case, en la que ese verano templado y luminoso prolonga la vigilia y acentúa la obsesión de su investigadora. O noches que se hacen perpetuas, marcadas por la nieve persistente, las tormentas furiosas y el frío escalofriante. Esa elasticidad del tiempo impregna el estado de ánimo de los protagonistas, siempre signados por pérdidas recientes, turbulentos regresos a sus pueblos de origen, adicciones severas o familias disfuncionales.
Las tomas áreas por la nieve son el preámbulo del oscuro descubrimiento de un orfanato estatal como centro de la violencia y el abuso en Los asesinatos de Valhalla (2019); la tormenta de Trapped el anuncio de la corrupción regional y el detonante definitivo de la crisis personal del pobre Andri Ólafsson, jefe de la policía local. Todos los detectives del scandinoir, desde el icónico Wallander a la excéntrica Saga Norén, desde la viuda reciente de Karppi hasta el atormentado detective de la finlandesa Sorjonen (2016), portador de un don con aires de condena, lidian con sus propios fantasmas al mismo tiempo que con el crimen que investigan. Todos y cada uno de ellos, hombres silenciosos y mujeres solitarias, ecos de un persistente malestar social, navegan en un mar de tragedias escondidas bajo la aparente armonía de esas sociedades modelo, erigidas en el frío escenario escandinavo.
Las imperdibles del scandinoir disponibles en streaming:
- Trapped (Islandia/2015). Dos temporadas disponibles en Netflix.
- Bordeliner (Noruega/Suecia, 2017). Una temporada disponible en Netflix.
- Karppi (Finlandia/2018). Una temporada disponible en Netflix (la segunda se estrena el 1 de julio).
- Los asesinatos de Valhalla (Islandia/2019). Una temporada disponible en Netflix.
- Sanctuary (Suecia/2019). Una temporada disponible en DirecTV Go (estrena un episodio por semana).
- Kieler Street (Noruega/2018). Disponible en Film & Arts/Flow.
- Sorjonen (Finlandia/2016). Tres temporadas disponibles en Netflix.
- Próximamente:
- El joven Wallander (Suecia/ 2020). Creada por Ben Harris. Disponible próximamente en Netflix.
- Jordskott (Suecia-Noriega-Finlandia/2015). Creada por: Henrik Björn. Disponible próximamente en Films & Arts.
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