Dos tipos audaces: megaestrellas cinematográficas con demasiado ego, disputas en el set y el golpe de gracia que les dio James Bond
La serie más cara y ambiciosa de la TV internacional, protagonizada por Roger Moore y Tony Curtis, no pudo sobrevivir al pésimo clima que se vivía en el estudio
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Playboys elegantes y millonarios. Uno perteneciente a la alta alcurnia británica, el otro un norteamericano forjado en los fuegos de la calle y el negocio del petróleo. Lord Brett Sinclair y Danny Wilde, sueltos y a sus anchas por el mundo, desfaciendo entuertos en la rivera francesa, las calles de Londres y el centro de Roma. Siempre en entornos lujosos y rodeados de las mujeres más hermosas, impartiendo justicia donde las fuerzas del orden no han sabido llegar. Dos tipos audaces, la serie más sofisticada, elegante y costosa de la TV mundial, destinada a comerse los ratings globales, no pudo sobrevivir al ego de sus estrellas protagonistas, Roger Moore y Tony Curtis. Unidos en la ficción y enfrentados en la realidad, convirtieron el set en un infierno y precipitaron la caída de un programa que, 50 años después y con una única temporada, sigue siendo un reverenciado clásico de culto.
Santo varón
En una serie de TV, el productor ejecutivo suele ser una especie de hombre orquesta. Responsable primario del planteamiento y desarrollo de personajes y tramas, toma decisiones en lo que hace a reparto, equipo técnico y necesidades específicas de cada proyecto, entre muchas otras acciones a mediano y largo plazo. Quienes conocieron al británico Robert Sidney Baker (1916-2009) dicen que, además del talento para llevar adelante cualquier producción audiovisual de envergadura, poseía una especie de superpoder que lo hacía único en su gremio: era capaz de detectar la fatiga de sus materiales antes que la audiencia. Por eso, no le temblaba el pulso a la hora de dar los volantazos que hicieran falta, y podía determinar con precisión el momento justo de poner el punto final y dar vuelta la página.
En 1968, supo que El Santo debía terminar. Con casi 120 episodios filmados, era hora de que Simon Templar diera las hurras y se retirara a mejor vida. Simon Templar, no Roger Moore. Si algo había aprendido Baker en estos seis años de trabajo conjunto y amistad, era que el pueblo inglés podía cansarse del excéntrico aventurero, pero nunca dejaría de amar a ese hombre capaz de meterse al mundo en el bolsillo con sólo arquear una ceja. Buscando encontrar el próximo trabajo para Moore, Baker camufló las ideas para tres futuras series en sendos episodios de la sexta y última temporada de El Santo. El que logró mayor repercusión fue “The Ex-King of Diamonds”, emitido en el Reino Unido el 19 de enero de 1969. Con una trama mínima, el atractivo estaba puesto en la química alcanzada entre el refinado Templar y un tosco magnate petrolero estadounidense, aprendiendo a llevarse bien mientras impedían una sangrienta revolución en los Balcanes, jugando a las cartas en un lujoso casino de la Costa Azul. “Ya sabíamos qué teníamos que hacer -recordó años después el propio Baker-. Sólo nos faltaba hacerlo”.
Un toque de distinción
Baker tenía en mente una serie que hiciera historia a ambos lados del Atlántico. “Una mezcla de acción y aventura ligera, distinguida, con límites bastante difusos entre el drama y la comedia. Lo importante era que no se tomara muy en serio a sí misma, pero sí que pusiera el ojo en las diferentes concepciones que ingleses y estadounidenses tenían sobre las mismas cosas”, definió de manera retrospectiva. Con la presencia de Roger Moore, la llegada al pueblo británico estaba prácticamente garantizada. El reto principal, entonces, pasaba por encontrar una figura de similares características en norteamérica.
Con este argumento, Baker sumó a Lew Grade, productor, representante de actores y hombre de medios con un pie en Londres y otro en Hollywood. Exhaustivo conocedor del mercado estadounidense, Grade se había ganado su lugar después de colocar en las cadenas televisivas de los Estados Unidos algunas series británicas que terminaron convirtiéndose en fenómenos globales: Los Vengadores, El Capitán Escarlata y El prisionero, entre otras. Grade se encargó de convencer a la ABC exhibiendo el acuerdo con Tony Curtis; y a Tony Curtis exhibiendo el acuerdo con la ABC, que garantizaba producción televisiva con billetera cinematográfica. Curtis era una verdadera megaestrella del séptimo arte, con protagónicos en El gran Houdini, Con faldas y a lo loco, Espartaco, Tarás Bulba, La carrera del siglo y El estrangulador de Boston, entre un larguísimo etcétera; y su arribo a la pantalla chica marcaba un movimiento sísmico para la programación catódica internacional.
A Brian Clemens, conocido por su trabajo en Los Vengadores, le tocó escribir el episodio que funcionaría como Biblia de Dos tipos audaces (The Persuaders!). Moore pasó a interpretar al Lord Brett Rupert George Robert Andrew Sinclair, británico noble y refinado, alumno de Oxford, oficial retirado del ejército y corredor de autos. Curtis le puso el cuerpo a Danny Wilde, prototipo del self-made man norteamericano, criado a los golpes en las barriadas más ásperas de Brooklyn que, después de su paso por la Marina, se hizo multimillonario gracias a la industria petrolera. Playboys trotamundos, los dos coinciden y chocan en un casino de Monte Carlo, donde terminan destruyendo un bar mientras se pelean. Para no ir a la cárcel, deciden aliarse al juez Fulton (Laurence Naismith) y su cruzada contra el crimen y la impunidad.
Cuando se apaga la luz…
En abril de 1970, la serie más cara y ambiciosa de la TV se puso en marcha, rodando los exteriores en locaciones reales de Francia, Inglaterra, España, Suecia, Italia, Escocia y Estocolmo. “Sabíamos que iba a costar mucho -contó Baker-, porque nunca antes la televisión había trabajado con dos estrellas de la talla de Moore y Curtis. Por eso decidimos hacer un programa con prestigio, envuelto en una presentación de lujo”. Con un presupuesto por episodio de 100 mil libras de la época (algo así como 1.300.000 de las actuales), todo debía ser de alta gama y así fue. Autos únicos, con modelos diseñados exclusivamente por Aston Martin y Ferrari para los personajes de Moore y Curtis, yates de lujo, champagne y menúes exclusivos, sastrería y moda de alta costura.
Con flema británica y ritmo yanqui, se terminaron 24 episodios de una hora. Entre apuesta y apuesta, sin solución de continuidad, Lord Sinclair y Danny Wilde les presentaron batalla a espías venidos del frío, agentes encubiertos del MI5 inglés, la mafia romana, monarcas africanos, aristócratas ladrones, científicos locos y conspiraciones demenciales, siempre rodeados por las mujeres más bellas, sofisticadas e infartantes de una sociedad que hablaba de la liberación femenina en términos y valores que hoy serían considerados como mera cosificación.
La química entre Moore y Curtis era arrolladora. “El primer día que prendimos las cámaras, nos dimos cuenta de por qué tenían el tamaño actoral que tenían -aseguró Baker-. Inmediatamente empezaron a desarrollar una complicidad única. Tenían una espontaneidad maravillosa, como si estuvieran improvisando sus diálogos. Y a veces lo hacían; y todo quedaba mejor. Estaba claro que si funcionaba era porque teníamos dos actores realmente sólidos”.
Lo cierto es que la magia que se veía en pantalla era sólo una ilusión. Una vez que se apagaban las luces del set, los egos de Moore y Curtis chocaban sin parar, volviendo al trabajo colectivo de técnicos y actores en una experiencia desagradable y traumática. Joan Collins, invitada en uno de los episodios más recordados, definió su paso por el programa como “tenso en el mejor de los casos. Los dos se llevaban realmente muy mal”.
En su libro Still Dancing, Lew Grade dio a entender que la razón del malestar era la diferencia entre la ética laboral de uno y otro: “La idea central de la serie, esa construcción de consensos entre dos puntos de vista antagónicos pero complementarios, nunca llegó a plasmarse”. Moore fue aún más lejos, en la autobiografía My Word is my Bond aseguró que le fue imposible trabajar con un hombre que se pasaba el día entero fumando marihuana, en alusión a los problemas de adicción de Curtis, que sólo empeoraron con el paso del tiempo. Val Guest, uno de los directores de la serie, confirmó que “Moore decidió abandonar el programa por su relación personal con Curtis. Por eso, en cuanto le ofrecieron el papel de James Bond, salió corriendo”.
El arte de la elegancia
En un clima cada vez más tóxico, Dos tipos audaces culminó su rodaje en junio de 1971. Tres meses después, la cadena televisiva británica ITV la estrenó en Inglaterra y ABC hizo lo propio en Norteamérica. La serie fue un éxito fulgurante en las pantallas europeas y en América Latina, pero fracasó rotundamente en los Estados Unidos, donde fue aplastada por las mediciones de rating de Misión Imposible. En ese instante, Baker supo lo que tenía que hacer. “La industria es así -afirmó-, hay momentos y momentos. Nos adelantamos quince años, por lo menos, a la TV estadounidense; y por eso nadie pudo entender de qué iba la cosa. Después de que Roger aceptó ser el nuevo 007, Lew me propuso reemplazarlo con Noel Harrison, el hijo de Rex Harrison, una figura que había sido aprobada por ABC para intentar remontar la caída con una segunda temporada, pero lo convencí de que no tenía sentido. La dinámica entre Roger y Tony era única. Y sin esa elegancia, no teníamos programa”.
Cancelada a poco de nacer, Dos tipos audaces emitió su último episodio en febrero de 1972. Entre 1974 y 1976, aprovechando la repercusión de los films de Bond protagonizados por Moore, ABC remontó ocho episodios en cuatro películas para la TV: Mission: Monte Carlo, London Conspiracy, Sporting Chance y The Switch. De nuevo, lo mismo. Bajo encendido en Norteamérica, exhibición en cines para Europa y América Latina.
Con el paso de las décadas, la serie se consolidó como una rara avis de la industria y obtuvo su estatus de clásico a fuerza de repeticiones. En 2001, al cumplirse los 30 años de su estreno, se intentó convencer a Moore y a Curtis de relanzar la franquicia en formato cinematográfico, retomando la historia de los personajes en tiempo real. Los dos se mostraron sumamente interesados, ávidos por volver a trabajar juntos y retomar la excelente relación personal y profesional que siempre habían tenido. Curtis murió en 2010, Moore en 2017. La película de Dos tipos audaces nunca se hizo.
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