De Fundación a El señor de los anillos, llegó la hora del regreso de las superproducciones televisivas
Algunos dicen que después de Game of Thrones se acabaron las megaseries: tal vez no sea así, pero el futuro de la TV épica podría parecerse al pasado reciente de las películas
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En abril de 2019, mientras salía al aire la última temporada de Game of Thrones, los gurúes de la industria de la televisión decían que la era de los dragones no era lo único que llegaba a su fin. Pensaban que GoT tal vez sería la última gran serie de la historia de la TV, vale decir, la última aplanadora capaz de encandilar y obsesionar al público masivo durante años. No se si se enteraron, pero desde aquel abril de 2019 son muchas las cosas que cambiaron.
La pandemia, obviamente, reconfirmó el estatus de arena virtual que tenía la televisión. Tiger King, Hamilton y Godzilla Vs. Kong fueron acontecimientos televisivos globales. Si el punto fuerte de las salas de cine es reunir al público, el punto fuerte de la TV es separarlo. Y tal como ocurre con el home office y el trabajo presencial, nadie sabe si toda esa televisión “de base” cederá terreno o llegó para quedarse, ahora que sabemos todo lo que es posible descubrir sin levantarnos del sofá. La nueva versión de Duna, por ejemplo, que llega a los cines tras su paso por el Festival de Venecia, también será en parte un acontecimiento televisivo vía HBO Max, por más que se estrenará en cines (a las salas argentinas llegará el 24 de octubre).
Pero si nos enfocamos exclusivamente en la parte de la TV ocupada por historias pensadas para TV, entonces el interrogante sobre la era pos-Thrones sigue ahí: en esta era de maratones, streaming y miles de opciones a un click de distancia, ¿puede un solo programa reunir a todas las audiencias?
Por lo que anuncia la “pantalla chica” a partir de este mes, momento en que hace años comenzaba la temporada alta de otoño, la presencia de varios títulos de alto perfil y abultada producción en distintos géneros —desde la ciencia ficción y la fantasía hasta la ficción distópica—, parece que muchos apuestan a que así sea. Este viernes 24, Apple TV+ estrena Fundación, basada en las novelas de Isaac Asimov sobre el intento de usar la “psicohistoria” para predefinir el futuro de un imperio galáctico. Star+ ya estrenó en su catálogo Y: The Last Man, sobre un apocalipsis que termina con la vida de todos los humanos portadores del cromosoma Y, menos uno.
El 19 de noviembre Amazon Prime Video estrenará The Wheel of Time, otra serie épica que viene demorada y que se basa en una extensa saga de novelas de fantasía del autor Robert Jordan. El año que viene, también por gentileza de Amazon, llegará una serie basada en una de las pocas megamitologías que aún no habían sido objeto de una gran adaptación para la tele: El señor de los anillos. Y a eso se suma House of the Dragon, de HBO, la precuela de Thrones que se adentra en la escabrosa historia de la platinada familia Targaryen.
Conclusión: si la televisión a lo grande se terminó, la temporada que arranca parece no haberse enterado. Tampoco hay evidencias de que se hayan terminado los “acontecimientos televisivos”, por más que acontecimiento ya no implique reunirnos todos alrededor de la tele los domingos a las 9 de la noche. Desde que Thrones terminó, hace poco más de dos años, hemos sido testigos de la aparición de una nueva generación de plataformas de streaming, que enchufan de manera directa nuestros televisores y celulares al flujo de entretenimiento de las megaproductoras.
Disney ha sido uno de los grandes impulsores de ese cambio. Al engullirse las franquicias de Star Wars y de Marvel, metió en una misma empresa los dos universos cinematográficos más grande y potentes, y rápidamente Disney+ empezó a reconvertirlos para el formato televisivo. Hasta hace no mucho, el lanzamiento de un nuevo superhéroe o de algún producto de Star Wars era una ocasión rara y especial: hoy es pan de cada día. (También este año se estrena una serie alrededor del personaje Boba Fett, de Star Wars, y otra sobre Hawkeye, de Los Vengadores.)
La plataforma de Disney demostró que incluso en ese mundo tan difícil de cuantificar como el streaming, con la serie acertada es posible cautivar al público masivo. Pero los programas de Disney+ se hicieron grandes apostando a lo pequeño, o sea que funcionaron mejor cuando adecuaron sus universos de pantalla grande al formato eficaz de la serie televisiva —íntimo, conversacional, relativamente tranquilo—, en vez de la pirotecnia de dos horas de duración en una sala de cine.
Así fue que WandaVision convirtió una línea argumental periférica de Los Vengadores (el romance entre Scarlet Witch y Vision) en una serie clásica que recrea medio siglo de historia de las sitcoms para contar una trama centrada en el duelo por un cónyuge. De hecho, esa serie es menos efectiva justamente cuando intenta generar un clímax de acción, o sea cuando pretende parecerse a una película de Marvel. Otro ejemplo es The Mandalorian, que sobre el viejo elemento de western que siempre estuvo presente en Star Wars construyó un “bromance” de compinches pistoleros. Loki, por su parte, dosificó en porciones la superpoderosa actuación Tom Hiddleston en las películas y dio forma a una historia de ciencia ficción juguetona que prioriza los diálogos por sobre los efectos especiales.
Por supuesto que Disney tiene la ventaja de poder hacer Gran Televisión a partir de la Gran Bóveda de propiedad intelectual que ya posee. A esta altura no tiene sentido preguntarse si Marvel y Star Wars son universos cinematográficos que se extendieron a la TV o viceversa: tanto las series como las películas son apenas tributarias de una monstruosa red de contenidos que se promocionan sinérgicamente.
La desventaja de estos nuevos tanques televisivos, por lo tanto, tal vez sea estar condenados a un destino similar al de los booms de la pantalla grande: el tamaño de un dragón, la ambición creativa de un ratón. Los intentos de otras cadenas de generar sus propias franquicias de género originales, como la laberíntica serie retrofuturista The Nevers, nunca terminaron de funcionar.
Por un lado, el desembargo en nuestro living de la expansión de El señor de los anillos, es señal de que el entretenimiento futuro girará más en torno del televisor que del cine de los shoppings. Pero por otro lado, ese futuro, al menos para la tele de alto perfil, podría parecerse cada vez más al pasado reciente del cine: entregas de gran presupuesto y poco riesgo, con continuaciones previstas de antemano y visitas interminables a productos corporativos que ya nos gustaban desde antes.
Ya que estamos atascados en relatos antiguos vueltos a contar con más presupuesto, lo que esperamos es que nos digan algo sobre este nuevo momento. Y por lo que sabemos de las series épicas de la nueva temporada lo que tienen para decir es bastante sombrío.
Si hay un hilo en común que recorre a muchas de ellas, es la del cataclismo que marca un cambio en el mundo. Admito que ese suele ser el supuesto básico de casi todo el género de fantasía y ciencia ficción, pero las catástrofes que están en el centro de estas series —la venganza de la naturaleza, la caída del hombre por su soberbia—, ahora resuenan más fuerte que las alertas de los científicos por el cambio climático.
Hasta las series que no son precuelas suelen ser preludio de una caída. La trilogía de películas de El señor de los anillos, por ejemplo, y casi por un accidente del destino, llegó como un grito de guerra después de los atentados del 11-S. La nueva serie transcurre miles de años antes de los sucesos de las películas, durante la Segunda Edad de la Tierra Media, que como sabrán los fans de Tolkien, termina con el hundimiento de Númenor en el mar, una catástrofe autoinfligida.
Los mismo ocurre con Fundación, que cuenta la historia de un desastre futuro causado por el hombre, que no puede ser evitado (sino apenas mitigado), y que tal vez tenga mucho para decirle a una sociedad que ha sufrido y quiere mirar hacia adelante. Por su parte, en House of the Dragon tenemos a una casa real condenada, y en Y: The Last Man, una historia pandémica que combina la intriga política apocalíptica con una versión más atenta a las cuestiones de género y del sexo que The Walking Dead.
Y The Wheel of Time, que ya se renovó para segunda temporada cuando ni siquiera estrenó la primera, está construida sobre una mitología que incluye un ciclo perpetuo de destrucción y renacimiento. Ese tema tal vez sea reflejo no solo de un mundo angustiado, sino de los ascensos y caídas de las tendencias mediáticas que dan nacimiento a estas series y sus competidoras.
El “épico evento televisivo”, la criatura más esquiva y milagrosa del bestiario del reino del entretenimiento, tal vez se haya extinguido. Pero eso no implica que no pueda resugir, incluso bajo una forma que nos resulte demasiado reconocible.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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