Daniel Burman: "Por los próximos 50 años no me va a interesar ver historias de pandemias"
Hace algo más de dos años que Daniel Burman no hace declaraciones públicas. La fallida experiencia de Edha, más castigada por la frivolidad de la TV del chimento que por la genuina crítica televisiva, lo llevó a tomar una prudente distancia de los medios y concentrarse en su trabajo como CEO de Oficina Burman, compañía que forma parte del poderoso grupo español The Mediapro Studios. Como tal, trabaja como jefe de contenidos para la Argentina y Estados Unidos. Mientras tanto, sigue disfrutando de los ecos cosechados por su último trabajo local como director artístico, Pequeña victoria, y prepara su vuelta a la dirección con la serie Iosi, el espía arrepentido, anunciada a fines de enero último por Amazon.
La llegada del coronavirus alteró todos los planes originales y Burman, poco antes de ordenarse el aislamiento obligatorio,pudo regresar a la Argentina después de estar la mayoría del tiempo fuera de nuestro país por sus tareas profesionales. Hoy cumple con la cuarentena en su hogar porteño y desde allí conversa por teléfono con LA NACION sobre su trabajo creativo y sobre todo lo que este tiempo hizo para que decidiera cambiar su perspectiva de ciertas cosas que considera esenciales.
—¿Qué primeras lecciones te deja la cuarentena?
—Primero, tener muy en claro que los códigos de vida y los lineamientos éticos que cada uno adopta en su vida tienen que ser los mismos en cuarentena, en un asado con amigos o en medio de un set de filmación. En charlas que voy teniendo estos días con colegas veo que cada vez nos interesan más aquéllos contenidos en los cuales, más allá de la trama, los personajes se interrogan por sus propios conflictos morales. Antes uno buscaba quizás más dramas que sirvan de distracción de lo cotidiano. Ahora, en este tiempo más reflexivo, aparecen esos dilemas que enfrentamos cuando estamos un poco más en paz con nosotros mismos. Estoy muy metido en eso.
—Tu lugar en la industria te permite llegar a mucha gente. Audiencias muy vastas y variadas van a reconocer pronto esos planteos en tus próximos trabajos. ¿Podrías imaginar lo que sería el mundo para la creación de contenidos y la industria de la ficción cuando pase la emergencia?
—Primero me parece muy importante recordar que vivimos en una cierta burbuja. Creemos que todo el mundo puede acceder a los contenidos y no es verdad. En la pirámide de consumo latinoamericano el acceso a Internet sigue siendo un privilegio, y dentro de ese acceso las plataformas son un paliativo, una ventana para seguir mirando otros mundos posibles. Con relación al futuro es muy temprano para hacer un análisis de lo que va a ser el mundo después de esto. Hay días en que me levanto y me digo que el mundo siguió más o menos igual después de grandísimas tragedias que todos conocemos. Pero hay algo del aprendizaje humano que quizás necesite de una sucesión de traumas o de cracs. Tal vez esta pandemia venga a darle el último golpe a ese recorrido.
—¿Y cómo afectaría esa secuencia al mundo del entretenimiento?
—Una de las primeras cosas que pensé fue en qué poca caja tiene el capitalismo. En un mes de parate ya no quedaba más nada. Igual, cualquier reflexión sobre la desigualdad que ya empieza a notarse es siempre una reflexión ex post. Hace 20 años había modos relacionados con las cuestiones de género que eran parte del comportamiento cotidiano y hoy son un horror. Aprendimos que había algo viciado en las relaciones humanas. Algo parecido puede pasar ahora respecto de la igualdad.
Parto de la idea de que la audiencia soy yo. No cuento algo para la gente, porque siento que la gente está representada en personas como yo, o mi familia, o seres cercanos
—¿Y qué temas le surgen a un creador de contenidos en este tiempo de aislamiento y pandemia? Me preguntaba si esta realidad es propicia para escribir historias de apocalipsis o bien de renaceres, resurrecciones, regresos, resiliencias.
—Es un gran tema de conversación entre todos. Yo parto de la idea de que la audiencia soy yo. No cuento algo para la gente, porque siento que la gente está representada en personas como yo, o mi familia, o seres cercanos. Y desde mi percepción, por los próximos 50 años no me va a interesar ver historias de pandemias. Voy a estar más interesado en ver personas y personajes que transiten los dilemas del encierro en términos de cierta introspección. Y me parece que la banalidad va a ser castigada. Creo que va a haber cambios importantes en la televisión de aire. Nos vamos a dar cuenta mucho más cuándo nos están entreteniendo desde la frivolidad. Hay ciertos programas que no imagino que podrán volver con las características de antes.
—Va a haber un cambio fuerte en la mirada del público si se cumplen tus pronósticos.
—No hay que subestimar a las audiencias imaginando que van a querer ver reflejadas en el cine o en la televisión historias sobre todo lo que están viviendo. Y tampoco creyendo que querrán ver relatos que niegan lo que pasó. Esta pandemia va a pegarle a cada persona de manera diferente y lo único que me parece igual para todos es la refundación de sus relaciones, un cambio en las preguntas de siempre: de dónde venimos, adónde vamos. Temas que siempre estuvieron en la ficción. No estoy inventando nada nuevo. Creo que va a haber mucha más sensibilidad por parte de las audiencias para interesarse en historias que incluyan estos elementos.
No hay que subestimar a las audiencias imaginando que van a querer ver reflejadas en el cine o en la televisión historias sobre todo lo que están viviendo
—Este tiempo de cuarentena y aislamiento forzado, ¿es una ayuda para que los creadores puedan permanecer concentrados en sus proyectos o favorece en cambio la dispersión?
—Yo siempre necesité cierto nivel de caos o de ruido para la actividad creativa. Me extrañaba mucho cuando algún colega me decía que se iba a una playa desierta para aislarse cuatro meses y poder escribir. Si yo no tengo prendida por ahí una radio AM o alguna conexión con el mundo me cuesta mucho engancharme. Para meterme en mi mundo propio necesito tener la certeza de que todo sigue estando ahí. En estos días, en mi casa, estoy concentrándome de la misma manera. Lo que sí me desconcentra es la angustia propia de vivir una sensación de incertidumbre, la que te lleva, por ejemplo, a no encontrarle la vuelta a una escena y en ese momento darte cuenta de la magnitud de lo que le está pasando al mundo. Algo que no está dado por la existencia del virus, sino lo que el virus desnuda: la abismal inequidad que vivimos en el acceso a todos los bienes y servicios. Y cómo lo superfluo tomó el lugar dominante. El virus, por supuesto, es una tragedia para el que lo padece y todos sus seres queridos. Pero el efecto más poderoso es el virus como una lupa que deja a la vista el mundo que tenemos.
—Ya sabemos que la industria del entretenimiento va a salir de la pandemia con otro diseño, mucho más austero. Menos aspiraciones, menos costos y despliegue de producción.
—La Argentina ya vivía antes de todo esto en un escenario de mucha austeridad. Mucha más de la que se piensa. La ficción es una actividad que requiere una inversión de recursos muy grande que, a su vez, tiene una capacidad de generar trabajo muy importante. Todo ese despliegue que uno ve en un set no es otra cosa que el reflejo de muchas familias que se alimentan. Y hoy no se están alimentando. Aquí, la normalidad es contar nada más que con los elementos mínimos y básicos para contar una historia. Mi aspiración es que pueda haber internamente en la industria cierto replanteo de lo que son las relaciones internas de poder. Y ojalá nos lleve a un lugar en el que todos los que formamos parte del proceso de creación nos veamos como artesanos.
—La industria como suma de diferentes oficios.
—Para poder contar historias, en determinado momento el que arregla el generador es tan importante como la figura que está delante de la cámara. Porque si no hay luz no grabamos. Ojalá esta sacudida nos haga también sacudir nuestros egos y dejar de perder tanta energía en el tamaño del motorhome, en cuestiones de cartel, en discusiones estériles y banales. Yo lo digo desde la industria que conozco, pero estoy seguro que en todas las industrias pasa lo mismo. Vamos a juzgarnos y a ser juzgados no solamente por lo que hicimos sino por cómo lo hicimos.
—¿Te encontró la cuarentena en medio de algún proyecto importante que se vio obligado a frenarse?
—Nos agarró con algunos desarrollos bastante importantes para nosotros, pero por suerte no tuvimos que detener rodajes. Eso sí que es una situación bastante complicada. Lo que sí veo con muchísima preocupación es todo el parate de los trabajadores del sector, que en su mayoría son freelance. Es una situación muy crítica para los trabajadores de toda la industria cultural.
—¿Cuánto tiempo llevás trabajando para Mediapro generando contenidos desde Oficina Burman?
—Unos tres años.
—¿Y qué balance podés hacer de este trabajo conjunto?
—Tuve 20 años de trabajo en sociedad con Diego Dubcovsky, gran amigo y socio de la vida, en una productora independiente, y nunca había trabajado con una productora de la envergadura de Mediapro. Me siento muy halagado porque aquí se juntan lo mejor de los dos mundos. Por un lado, la protección y el empuje de una compañía muy sólida y muy dinámica, y por otro la independencia artística, la posibilidad de abordar los proyectos de una manera flexible, sin quedar atado a modelos y estructuras. Sigo sintiendo una enorme independencia creativa más allá de que Mediapro sea una compañía enorme.
—¿Lo que pasó con Edha te sacó las ganas de seguir dirigiendo?
—No, para nada. Al contrario. Ahora estoy por volver a dirigir junto con Sebastián Borensztein, todo un lujo. De cada experiencia saco un enorme aprendizaje. Es cierto que dirigir y estar a cargo enteramente de un proyecto te provoca una desconexión de la vida profesional y personal muy grande. Tu propio ego puede ser el peor consejero. Por eso a veces me siento mucho más cómodo generando proyectos junto a otros creadores, sin ejercer el rol de liderazgo único. Ese es mi rol actual en Mediapro. Eso no quita de que en algún momento, si lo considero adecuado, quiera hacerme cargo yo mismo de alguno de esos proyectos. Y seguramente también en algún momento volveré a corretear con una cámara por las calles del Once. Eso va a ser inevitable.
—¿Y cuándo llegaría ese momento?
—Va a llegar y va a encontrar su tiempo. De hecho, sigo escribiendo. Parte de lo que escribo forma parte de los proyectos de la compañía y otra parte queda en un cajón para el momento adecuado de hacerlo. Llevo hechas 11 películas como director. En promedio dirigí una película cada dos años. Y esta distancia que estoy tomando, junto a todo el aprendizaje actual, es como un master extraordinario. Escribir, producir y dirigir algo propio que además siempre tendrá el sesgo de tu propia mirada sobre el mundo y participar de una manera más periférica. La periferia después de los 40 es una buena opción. La vida es sabia. Antes uno está demasiado excitado para aprender. Hoy estoy en los niveles más bajos de melancolía de toda mi vida. No extraño nada en particular de lo que fue mi vida profesional anterior. Y si bien nunca veo mis películas, estoy muy orgulloso de cada una de ellas.
—¿Eso incluye también a Edha? ¿Seguís pensando tal vez que fue malentendida?
—Cuando hago una película o una serie, la interpretación de las audiencias o de las críticas me son ajenas. Veo Edha y veo El abrazo partido, dos obras muy diferentes, y en cada momento se cruzaron un montón de factores que determinaron la percepción de la gente. Yo aprendo lo que puedo y sigo para adelante.
Iosi, el espía arrepentido
La historia de Iosi, el espía arrepentido, se reveló con la aparición en 2015 de un libro escrito por los periodistas Miriam Lewin y Horacio Lutzky. Allí se cuenta la vida de un joven agente de inteligencia de la Policía Federal a quien sus superiores, en plena época democrática, le asignaron la misión de infiltrarse en la comunidad judía para investigar el supuesto "Plan Andinia". El hombre cumplió con el mandato de la manera más escrupulosa y no tardó en comprobar que se trataba de un disparatado invento surgido de alguna febril mente antisemita convencida de que los judíos estaban conspirando para apoderarse de la Patagonia.
Con el tiempo creció tanto su compromiso hacia la comunidad de la que había simulado ser parte que fue ocupando allí lugares cada vez más protagónicos y hasta se casó con una mujer judía. Pero después de ocurrido el cruento atentado contra la Embajada de Israel, Iosi les entregó a sus superiores como parte del trabajo encubierto que seguía cumpliendo, planos de la AMIA y detalles del funcionamiento del edificio. Poco después, un segundo atentado destruyó el edificio de la mutual y causó la muerte de 85 personas. Golpeado por la culpa, por la creencia de que esa información se usó como parte de la trama local del atentado y por la necesidad personal de redimirse, Iosi volcó su testimonio en el libro que se convertirá en uno de los próximos proyectos originales de Amazon para la región.
La serie, también titulada Iosi, el espía arrepentido, contará con ocho episodios de una hora de duración cada uno. Daniel Burman, su creador y showrunner, tendrá a su cargo la dirección de algunos de esos capítulos. Otros serán dirigidos por Sebastián Borensztein, que además es el escritor en jefe del proyecto. La producción está a cargo de Oficina Burman.
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