Daktari: las dificultades del león Clarence, los “impostores” en el set, el viaje que lo cambió todo y el triste final de algunos de sus protagonistas
Durante cuatro años, una familia de veterinarios condenó la caza furtiva y el tráfico de especies nativas en África, en una ficción que supo ser sinónimo de éxito antes de tropezarse con un error de cálculo
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Más de 50 años después, la rítmica música afrojazzera sigue resonando en la cabeza de la generación que creció con el primer león bizco del mundo, una chimpancé hiperactiva y una familia de veterinarios que luchaba por informar a la platea sobre la protección ambiental y los derechos de los animales. Más que una serie de culto, Daktari significó una toma de conciencia para el productor Ivan Tors, el protagonista Marshall Thompson y el entrenador Ralph Helfer. En esa África de los ‘60, que llegaron a recorrer en un safari televisivo sin precedentes, los tres encontraron el sentido de sus vidas y lo proyectaron a millones de hogares alrededor del mundo. Fenómeno de masas y vibrante recuerdo nostálgico, cayó víctima de una mala lectura de las planillas de rating, justo cuando reinaba en la TV norteamericana.
Jeringa voladora
Uganda, Kenia y Tanzania. Arrancaban los años ‘60 y el veterinario y ambientalista Antoine Marinus Harthoorn estaba recorriendo estos países del África Oriental, dedicado a estudiar el efecto de diferentes sedantes en los mamíferos de pequeño y gran porte. Obsesionado con la creación de santuarios para proteger la fauna nativa del ataque de los cazadores furtivos, buscaba una forma segura de transportar a los animales desde la naturaleza hasta los refugios. Con su equipo de trabajo, logró sintetizar el fármaco M-99 (derivado del clorhidrato de etorfina) y dio forma definitiva al rifle de dardos tranquilizantes. La voz popular le dio al invento el nombre de “jeringa voladora” y, gracias a esa herramienta, Harthoorn pudo cumplir uno de sus sueños más deseados: establecer un orfanato de animales en Nairobi, ciudad capital de Kenia.
Allí fue Ivan Tors, escritor, director y productor de origen húngaro, afincado en los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. De manera independiente, había logrado irrumpir en el séptimo arte con una serie de películas de ciencia ficción de bajo presupuesto, pero su primer gran éxito llegó en 1963 con Flipper, el delfín amigo de los niños que lo decidió a enfocar toda su atención en la realización de películas y series protagonizadas por animales. “Había oído la historia de Antoine Harthoorn y quise conocerlo -escribió Tors en su autobiografía My Life in the Wild-. Estuve con él y su esposa en Nairobi y pude ver el trabajo que hacían con la comunidad Swahili para proteger la fauna autóctona”. De esas jornadas africanas, Tors volvió a Hollywood con un par de historias y una palabra grabada a fuego en su cabeza: Daktari, que significa doctor en lengua swahili.
Faltaba trabajar en los detalles, pero el esqueleto argumental del film parecía estar bastante definido. Un veterinario que lucha por proteger la vida animal en África, en especial a aquellas especies en peligro de extinción. Con esta premisa en mente, Tors fue en busca de los animales que necesitaba al ecoparque África USA, enclavado en California y dirigido por su amigo Ralph Helfer. Adiestrador conductista, famoso por haber patentado el método del entrenamiento afectivo, que reemplazaba el látigo y los castigos físicos por el respeto, la tolerancia y el amor. Sobre el final de una larga recorrida, Tors se topó con Clarence, un león bizco que lo conquistó al instante. “Nunca antes había visto a un león bizco -contó-; y el resto del mundo tampoco. Era el equivalente leonino a Shirley Temple, emanaba una ternura y un magnetismo irresistibles. Estaba destinado a ser una estrella”.
El león bizco
Más allá del dato pintoresco, el estrabismo de Clarence era un enorme problema a resolver, ya que le impedía moverse con soltura y llevar la vida que un felino de su edad debía mantener. “Era un gato grande -confió Tors-, le rascabas la espalda y se ponía a ronronear. Pero había escenas que no podía resolver”.
A la hora de interactuar en velocidad con humanos, el cuerpo que entraba en acción era el de Leo 1, descendiente directo del león que había sido el logo de los estudios Metro-Goldwyn-Mayer (MGM). Pero si había que mostrarse agresivo y feroz, o pelear con otros animales, se requerían los servicios de Leo 2, un león violento y poco amigable, que cargaba sobre el lomo muchos años de abuso físico por parte de su anterior dueño. “Filmar en África USA nos permitió tener absoluto control sobre las jornadas de rodaje -reveló Helfer, siempre presente en el set-. Si estaba Leo 2, no podía haber actores ni otras personas que un mínimo equipo técnico y los adiestradores. Porque el peligro era real”.
Buscando repetir el impacto de Flipper, la comedia familiar de la MGM centró la trama en la figura y el temperamento de Clarence, generando humor alrededor de su trastorno ocular bajo un formato que hoy, tranquilamente, podría ser tildado de maltrato animal. En segundo plano, quedó el equipo de veterinarios conservacionistas inspirados en Antoine Harthoorn: el Dr. Marsh Tracy (Marshall Thompson), su hija adolescente Paula (Cheryl Miller), la zoóloga especializada en primates Julie Harper (Betsy Drake), la chimpancé Doris y la pitón Mary Lou. En el transcurso del metraje, quedaba establecido el hospital enclavado en plena jungla africana y se condenaba la caza furtiva y el tráfico de animales.
Dirigida por Andrew Marton, Clarence, el león bizco (Clarence, the Cross-Eyed Lion) se estrenó en los cines norteamericanos el 4 de agosto de 1965, cosechando un notable suceso entre el público menudo. Para Tors y Thompson, además, el film implicó una toma de conciencia personal mucho más trascendente que el éxito profesional. Cada uno a su manera, ambos se comprometieron plenamente con la defensa de los derechos de los animales y la conservación del medio ambiente. Tors se asoció con Helfer en África USA, generando nuevas prácticas proteccionistas para la industria del cine; y Thompson empezó a colaborar con distintos parques nacionales africanos, participando activamente en distintas campañas de concientización. Juntos, se acercaron a la filial televisiva de MGM con una propuesta única: llevar las aventuras de Clarence a la pantalla hogareña.
Conciencia ecológica
La gente de MGM no tardó mucho en decir que sí. Pusieron una sola condición, que la serie no se llamara Clarence, para evitar competencias entre el león y el delfín más popular de la TV. Tors no lo dudó, propuso el Daktari que le había oído hablar a los swahilis, sobre todo porque con Thompson habían acordado darle mayor peso dramático al Dr. Tracy y al entorno del Centro Wameru para el Estudio del Comportamiento Animal, como pasó a denominarse el hospital selvático de África Oriental.
Del film, sólo regresaron los Tracy (Thompson y Miller) y, por obvias razones, Clarence. En lugar de la chimpancé Doris, Tors trajo desde África USA a Judy, que con sólo tres años ya había participado en episodios de Los Beverly Ricos y Disneylandia. El reparto humano se completó con la incorporación de Yale Summers y Hari Rhodes como Jack Dane y Mike Makula, ayudantes del Dr. Tracy; y Hedley Mattingly como el oficial Hedley de la policía local.
“Podríamos decir que la conciencia ecológica y conservacionista fue el gran tema de la serie -acotó Thompson-. Yo quería denunciar el maltrato animal; Tors buscaba difundir la tarea de Harthoorn; y Helfer buscaba promover su método de entrenamiento afectivo”. Después de asentarse en esas tres patas, el programa se puso a trabajar sobre los adelantos veterinarios del momento; y la amenaza que representaba para el África el tráfico ilegal de animales, diamantes y piezas arqueológicas, cediendo al dúo de Clarence y Judy algunos de los pasos de comedia más recordados por el público. Para la época, el retrato de la cultura africana aparecía mucho menos estereotipado y prejuicioso de lo que pueda percibir una mirada actual, aunque la inclusión de tigres y llamas entre las especies autóctonas siga siendo un error insalvable.
El 11 de enero de 1966, Daktari se estrenó por la pantalla de CBS. Entró directamente en el puesto 20 del rating y para mayo ya se había clavado en el número 14. Mucho sumó la música afrojazzera que el baterista Shelly Manne compuso especialmente para la serie, que repetía la palabra “Daktari” como un mantra sostenido por piano, vibráfonos, ocarinas, marimbas y todo tipo de percusión incidental. El merchandising oficial se tradujo en cientos de juguetes, muñecos articulados, discos, libros, cómics, ropa, réplicas en miniatura de los jeeps y las camionetas que se veían en la TV. “Cuando le propusimos a MGM ir a filmar en locaciones reales de África, pensamos que nos iban a decir que no -se sinceró Tors-. Pero nos dijeron que sí”.
África mía
Rodar la serie íntegramente en África era económicamente imposible, por ello el equipo técnico fue a registrar escenas naturales sin contenido argumental, que pudieran insertarse entre las tomas realizadas en los estudios de Los Ángeles y Miami. Junto con el productor Leonard Kaufman, Thompson y Helfer encabezaron la comitiva norteamericana, “el primer safari televisivo de la historia de los Estados Unidos a la bella pero primitiva Mozambique -según Kaufman-. Fueron cinco semanas muy duras, pero trajimos más de cien rollos de película filmada en exteriores y una biblioteca completa de sonidos, inquietantes y representativos, que salían de tambores lejanos”.
Entre todo el material, destacaban cerca de diez horas con Thompson caminando por la sabana africana, en medio de la población nativa, interactuando con zulúes, acercándose a una manada de leones en el Parque Nacional Gorongoza, participando de la captura de una jirafa enferma que se había vuelto violenta y peligrosa. “Ese viaje cambió mi vida. Había estado en África cuando filmé Al este del Kilimanjaro (1957), pero aquí encontré mi lugar en el mundo, me enamoré de esta tierra y de esta gente”, dijo Thompson poco antes de morir, en 1992, después de haber estado un par de años viviendo en África.
La emisión de la segunda temporada de Daktari (13 de septiembre de 1966 al 11 de abril de 1967), consolidó la serie en el gusto popular y masivo. Trepó al puesto 7 del ranking anual y allí se quedó, liderando el encendido de los martes a las 19:30 hs. Las tramas empezaron a coquetear con el género bélico, incorporando nazis y terroristas en un fenómeno que fue mal leído por Tors, Thompson y la gerencia de MGM. La tercera temporada (5 de septiembre de 1967 a 12 de marzo de 1968) hibridó decididamente la aventura exótica con el fantástico, el terror, el policial y el drama judicial, rompiendo el verosímil original que la había consagrado. La serie se desplomó hasta el puesto 33 y ya no paró de caer.
“Hicimos los cambios que creímos necesarios -recordó Tors-, pero ya era demasiado tarde. Disconforme con el rumbo, Yale Summers abandonó el programa y nadie notó su ausencia. Buscando reconquistar a la platea infantil, la pequeña Erin Moran se sumó al elenco como Jenny Jones, una huérfana que era adoptada por el Dr. Tracy, mientras Ross Hagen dio vida al fachero Bart Jason, fotógrafo de safaris que intentaba cautivar al público femenino, dentro y fuera de la ficción. La cuarta temporada, estrenada el 25 de septiembre de 1968, sólo profundizó la crisis, enterrando el programa en el fondo de las mediciones. El 15 de enero de 1969, ya convertida en un clásico de la pantalla chica global, Daktari cerró su hospital veterinario tras 89 episodios.
Una semana después, una tormenta sin precedentes inundó el parque África USA. Los deslizamientos de tierra terminaron destruyendo el complejo, matando algunos de los animales que allí se encontraban. Sin serie y sin reserva, el sueño ecologista de Tors se había desvanecido. “De todas formas, creo que hicimos algo mucho más importante que un programa de TV -escribió en sus memorias-. Como todos, nací mamífero, pero en una gran ciudad tengo que vivir como un insecto. Cuando voy en auto, me siento un escarabajo; y en una autopista no soy otra cosa que una hormiga en una larga fila de hormigas. Ya no entendemos qué es la vida y qué es la muerte. Vivimos en una existencia falsa, donde todo está mal. Perdimos el ritmo de la naturaleza. Y creo que Daktari, de alguna manera, vuelve a centrarnos en el eje correcto”.
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