La ficción de 8 capítulos producida por Prime Video cuenta con un elenco sólido, en el que se lucen Olivia Nuss, Soledad Villamil y Luis Machín
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Cromañón (Argentina/2024). Dirección: Fabiana Tiscornia y Marialy Rivas. Guion: Josefina Licitra, Pablo Plotkin, Martín Vatenberg. Elenco: Olivia Nuss, Toto Rovito, José Giménez Zapiola, Luis Machín, Soledad Villamil, Antonia Bengoechea, Lautaro Rodríguez, Nicole Mottchouk, Muriel Santa Ana, Esteban Lamothe, Paola Barrientos, Eloy Rossen. Disponible en: Prime Video. Nuestra opinión: buena.
El abordaje de una tragedia como la de Cromañón es necesariamente complicado. Y hacerlo desde la ficción para esta era de las plataformas supone un riesgo aún más latente. Por ahora, la mayor parte de estas compañías operan con una lógica parecida a la de la vieja TV abierta: la repetición de algunos mandatos (aunque sea muy frecuente escuchar en el ambiente que “no hay fórmulas”) que nunca garantizan del todo un éxito, pero al menos pueden tranquilizar la ansiedad de los devotos del marketing.
Todas las plataformas que producen controlan. Y el resultado de ese control es una catarata de ficciones y documentales con características muy similares dentro de una oferta que, por la amplitud cuantitativa de su catálogo, podría elevar bastante el nivel cualitativo si se lo propusiera.
Con un tema delicado como el que aborda esta serie nacional de ocho capítulos, orientada a recrear una de las tragedias más dolorosas que vivió la Argentina en los últimos veinte años (ya pasó todo ese tiempo desde el desastre en el concierto de Callejeros y sus ecos no se apagan), la sumisión a ese régimen estético se vuelve más peligrosa.
Este Cromañón por momentos logra escaparse al corsé y en otros tramos replica obedientemente lugares comunes y lógicas recetadas que, naturalmente, no benefician a la serie. Sus debilidades, de hecho, derivan en buena medida de ese deber ser que las plataformas imponen para sus producciones como una regla inviolable.
En este caso, hay sobre todo algunas decisiones de puesta en escena que enrarecen el relato. Un barrio popular de Villa Celina aparece, en distintas escenas de la serie, iluminado como un bistró de Palermo Hollywood. Y algunas secuencias eróticas parecen pensadas con los patrones de un videoclip. Se aclara: no hay un problema con el videoclip en sí, pero sí se puede cuestionar el papel que juega en esta ficción, qué motivación está detrás de la utilización de ese modelo.
El concepto visual y la dinámica narrativa de Cromañón remiten de alguna manera a los que presentaron como posibles la película brasileña Ciudad de Dios y, en sus pasajes menos inspirados, las series de Pol-Ka. Una reescritura del paisaje urbano destinada a transformarlo en un mapa más reconocible para una audiencia pensada como un bloque, en algo más cercano e integrado al canon de la industria del entretenimiento.
El conflicto entre eso que por lo general etiquetamos con una vaguedad -”la estetización”- y el espíritu genuino del mundo narrado casi siempre salta a la vista cuando la producción audiovisual argentina se acerca a las clases populares. Como se trata de una ficción, es indiscutible que Cromañón tenía derecho a tomarse todas las licencias que sus hacedores hayan deseado, pero inevitablemente esas decisiones dejaron una marca, particularmente en los primeros capítulos de la serie, que son los que pintan el paisaje y nos presentan a los personajes.
Una vez superado ese ruido inicial, provocado por un distancia evidente entre la realidad de un ambiente áspero y castigado y el escenario mucho más light del conato de telenovela que instala la serie, las cosas mejoran porque todo el elenco sostiene la propuesta con mucha convicción, incluso en las escenas más comprometidas, esas que apuntan a las emociones del espectador y donde lo más común es apelar a rituales y gestualidades estereotipadas.
Los estereotipos juegan un papel importante en la serie, empezando por un casting homogéneo en términos estéticos y cierta simplificación de la vida cotidiana de las clases populares. Y siguiendo por la proliferación de personajes emblemáticos (el sensible, inestable y talentoso, el solidario con compromiso político) que obviamente le restan singularidad al tapiz.
Otra apuesta fuerte de la serie es la determinación con la que se ajusta a la agenda ideológica de esta época, incluyendo un menú de temas indiscutiblemente importantes (el aborto, las elecciones en torno a la sexualidad) que hace veinte años tenían socialmente un estatus distinto y, por lo tanto, una asimilación diferente a la que tienen hoy. Lo que induce a pensar en Cromañón como una lectura de aquellos hechos arraigada con mucha fuerza en el presente y sus modos. Una actualización de los sucesos del pasado para conectarlos con lo contemporáneo que acentúan las elecciones de su banda sonora. Sin embargo, la serie no levanta vuelo con ese diálogo forzado ni con las impostaciones, sino cuando, por el contrario, demuestra la voluntad de romper las estructuras rígidas y se despreocupa de la sincronía perfecta con la corrección política de la coyuntura.
Hay unas cuantas escenas íntimas que interpelan porque están muy bien escritas, son elocuentes y profundas sin caer en subrayados (el guion es de Pablo Plotkin, Josefina Licitra y Martín Vatenberg) y especialmente porque Luis Machín, Soledad Villamil, Olivia Nuss y Muriel Santa Ana tienen herramientas para ponerles corazón y magia. También Esteban Lamothe y Paola Barrientos resuelven con eficacia sus breves apariciones. Lo cierto es que todo el elenco está a la altura de las circunstancias. Si una escena es cursi o irrelevante, es difícil que los actores logren volverla sofisticada.
En ese marco, Olivia Nuss realmente se destaca por asumir con mucho aplomo un rol clave en la serie, consiguiendo transmitir con una variedad de energías los diferentes estados que atraviesa su personaje (la angustia, la depresión, la confusión, la pasión, el amor, la calidez, el cariño, la vitalidad para recuperarse) sin echar mano a recursos vulgares. Su trabajo es impecable.
Más cerca del final, la serie también se anima a introducir con buen criterio fragmentos de archivo documental y se atreve a plantear una impactante reconstrucción de la tragedia: en esas elecciones narrativas y de puesta sí que logra tanto reactivar la memoria como reinterpretar con imaginación y potencia el caos de aquel drama en el barrio de Once, apoyándose en un dispositivo de imagen y sonido montado con mucha precisión.
Son dos irrupciones virtuosas que disipan la abulia generada por ese esquema acartonado que, conviene remarcarlo, depende tanto de las exigencias de las plataformas como de la asimilación, muchas veces sin matices, de quienes producen para ellas. Esta serie sí que matiza en varios pasajes (por momentos de la actuación, fortalezas del guion o creatividad para acertar con una puesta), se independiza de a ratos del prototipo y sensibiliza más de una vez con buenas armas, con buenos argumentos. Cuando se entrega con más candor al Excel, en cambio, corre el innecesario riesgo de banalizar.
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