Cris Miró (Ella): una estrella que nació estrella, en una bioserie conmovedora, tierna y muy real
En una ficción tan vertiginosa y memorable como la vida de su protagonista, se narra el ascenso a la fama de una de las artistas más disruptivas de los 90
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Cris Miró: Ella (Argentina/2024). Creador: Martín Vatenberg. Dirección: Martín Vatenberg y Javier Van de Couter. Guion: Lucas Bianchini. Elenco: Mina Serrano, Katja Alemann, Marcos Montes, César Bordón, Agustín Aristarán, Adabel Guerrero, Martín Campilongo, Vico D’Alessandro, Manu Fanego. Cantidad de episodios: 8. Disponible en: Flow. Nuestra opinión: muy buena.
Cuando el dedo índice acusa, otros tres apuntan hacia uno. Haga la prueba. El ascenso, gloria y final de Cris Miró se desarrolló a lo largo de, solamente, cinco años. En ese lapso logró todo menos una cosa: que la opinión pública siguiera cuestionando quién era, qué sentía, qué comía o cómo se vestía. El prejuicio de los supuestamente liberales años 90 fue aplastante con ella quien, sin embargo, se irguió y siguió adelante, enfrentando tabúes, la resistencia de una madre que no se la hizo fácil, y hasta una enfermedad mortal. De mucho de todo esto trata esta serie de ocho capítulos, coproducción entre Flow y TNT.
Cris Miró (Ella) es tan vertiginosa como fue la vida de su protagonista. La ficción dirigida por Martín Vatenberg y Javier Van de Couter está basada en el libro Hembra (2016), de Carlos Sanzol, y encuentra a Cris en los umbrales de la fama. A diferencia de otras biografías que se obsesionan por la exhaustiva cronología, esta propuesta evita detalles de relleno sobre su infancia y adolescencia, para poner el acento en sus primeros pasos profesionales, los mismos que la convirtieron en una de las artistas más disruptivas de la escena de los 90. Por ello, y en uno de los muchos aciertos de la historia, no se puede hablar de transformación, porque Cris es siempre Cris, una declaración de principios que la estrella dejó en claro desde el principio, y que con mucho criterio, se convierte en eje pivotante de la propuesta que llega a Flow.
En un inicio un tanto abrumador por la cantidad de información, el primer capítulo muestra cómo el éxito de Cris Miró en el under porteño llama la atención del manager Marito Delmonte (se trata en realidad de Juanito Belmonte, figura emblemática de la época), que le insiste para que se presente a dar una prueba con Lino Patalano, productor en busca de figuras para la revista que piensa lanzar en el Maipo. Para la futura estrella, aceptar el compromiso es ir en contra del mandato materno, de continuar sus estudios para convertirse en odontólogo. Sin embargo, el sueño de ser una figura del mundo del espectáculo puede más y la chica opta, con la complicidad de su padre (César Bordón) y de su hermano (Agustín “Soy Rada” Aristarán), por ir a la audición y así comenzar un camino que le cambiará la vida.
Además de una correcta Mina Serrano -actriz española que destaca más por su parecido con Miró que por la complejidad de su composición-, desde el arranque la serie se apoya en dos actuaciones clave. Por un lado, de Katja Alemann como la madre de Cris, en un trabajo rico en intensidad y matices, desafío que la actriz enfrenta y supera con creces. La otra es la de Marcos Montes como Marito, una labor impecable, cuya rigurosidad ofrece un valor agregado para todos aquellos que conocieron a Belmonte. La mirada, los gestos, la postura, todo cuadra a la perfección.
A partir de ahí, los sucesivos episodios desentrañan el breve, pero arduo camino que lleva a Cris Miró a convertirse en estrella, recorrido que, al mismo tiempo, la coloca frente a una condición de salud que marca su destino. Cada uno de los mojones que marcaron su descubrimiento, ascenso y epílogo trágico están representados en la serie. Desde su primera aparición en la mesa de Mirtha Legrand o en el living de Susana Giménez (ambas secuencias en imagen real), presentados como un festival de prejuicios, hasta el rechazo del establishment, representado en su enfrentamiento con la primera vedette Griselda Lamas (Adabel Guerrero), en quien se adivina una referencia a Cecilia Narova, coprotagonista de uno de los primeros escándalos mediáticos que involucraron a la joven. Hay también lugar para un personaje demasiado parecido a Enrique Pinti denominado “Quiqui” -interpretado por Martín “Campi” Campilongo-, que reafirma su estrecha amistad con Delmonte al igual que en la vida real; un actor cómico de la vieja escuela con la impronta de Emilio Disi, y alusiones a una “reemplazante” que prende las alertas de la protagonista cuando comienza su enfermedad, rol que en la vida real le tocó jugar a Flor de la V. Aunque no todas son tan evidentes, descubrir las múltiples referencias temporales es un juego simple, pero a la vez muy entretenido.
Y es que el guion de Lucas Bianchini destaca por su nivel de detalle a la hora de retratar la época, a sus protagonistas y a su espíritu. Y si bien está construido en torno a su personaje central, en ningún momento fuerza la realidad para adaptarse a ella. Por el contrario, la Cris Miró ficcionada se mueve cómoda en ese mundo, con sus miedos, dudas y contradicciones, pero con el objetivo claro de trascender en mundo que le era ajeno. Igual que la real.
Cuando la oferta de biopics se acumula entre la pena y la gloria, Cris Miró (Ella) se ubica en el segundo grupo, y le bastan solo ocho capítulos de media hora para ofrecer una historia tierna, conmovedora y muy real.
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