Coppola, el representante es un gran retrato de época inspirado por un personaje fascinante y contradictorio
La serie cuenta en seis logrados episodios distintos momentos de la vida del histórico manager de Maradona a través del uso de todo tipo de recursos visuales y estéticos de las décadas del 80 y del 90
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Coppola, el representante (Argentina/2024). Director y showrunner: Ariel Winograd. Guión: Emanuel Diez. Idea original: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Fotografía: Federico Cantini y Sebastián Cantilo. Música: Sergei Grosny. Edición: Andrés Quaranta. Elenco: Juan Minujín, Mónica Antonopoulos, María Marull, María Campos, Joaquín Ferreyra, Mayte Rodríguez, Santiago Bande, Agustín Sullivan, Adabel Guerrero, Nicolás Mateo, Gerardo Romano. Duración total: 235 minutos (seis episodios). Disponible en Star+. Nuestra opinión: muy buena.
Hay un momento casi banal que configura a la perfección el retrato del protagonista excluyente de una de las series más creativas, divertidas, agudas e ingeniosas de toda la producción audiovisual reciente en la Argentina. En el tercero de sus seis episodios, que al mismo tiempo resulta el más oscuro en términos temáticos dentro de una historia casi siempre luminosa, vemos a Guillermo Coppola leyendo los diarios mientras desayuna en su cama. Estamos en 1994 y el histórico manager de Diego Maradona va descartando, uno a uno, los temas más candentes de la agenda local e internacional.
No hay nada en ellos que despierte su interés aunque las noticias de tapa reclaman del observador por lo menos un mínimo de atención. Con una sola salvedad: en la portada de una revista dedicada a los escándalos (había varias en ese tiempo, algunas de ellas con apreciable circulación) sobresale una instantánea de Maradona, sorprendido en un auto junto a una conocida vedette del momento. A partir de ese momento tenemos en claro cuál es la encrucijada definitiva que la vida le impone a Coppola: poner todo su talento de ilusionista y prestidigitador de voluntades en la búsqueda de su propio destino o al servicio exclusivo (y excluyente) de un astro futbolístico, que le exige lealtad incondicional en todo momento, incluyendo los aspectos más reprochables de su conducta.
Hasta allí, el retrato de la vida de Coppola venía transcurriendo en clave de comedia a la italiana, uno de los múltiples registros (y seguramente el más visible) visuales, estéticos y narrativos elegidos por el talentoso Ariel Winograd (Mamá se fue de viaje, Permitidos, El robo del siglo) para construir alrededor de esta magnética figura un gran fresco de época de casi dos décadas de historia argentina.
No hay una búsqueda testimonial ni una voluntad expresa de capturar desde la ficción con minuciosidad documental algunos grandes hitos sociales, culturales, económicos o deportivos vividos en nuestro país a lo largo de un período muy preciso que va desde mediados de la década de 1980 hasta noviembre de 2001. Cada episodio tiene una estética propia y distintiva que abarca hasta a los títulos de crédito y se inspira en referencias muy precisas de su tiempo respectivo, como el auge del videocassette o cierta manera de narrar propia del cine argentino en los 80. Puede funcionar muy bien de manera autónoma, separado del resto, como si tuviera una aparente identidad propia.
Pero al mismo tiempo queda muy clara la precisa visión de conjunto que tienen Winograd y su perspicaz guionista Emanuel Diez. Hay una visible simetría entre la vida de Coppola (una verdadera montaña rusa que lo obliga todo el tiempo a hacer equilibrio) y la parábola argentina de ese tiempo. De la fiesta interminable, el dinero fácil y la sensación de que nada es imposible pasa a un presente oscuro, incierto y de rumbo casi inmanejable que ningún recurso o talento personal logrará frenar.
La serie tiene una cantidad enorme de hallazgos visuales, estéticos y narrativos. Desde el prólogo (todo un primer episodio completo) ambientado íntegramente en Nápoles, con su punto más alto en la extraordinaria escena de la visita de Coppola al cuartel general de la casa automovilística Ferrari, hasta la detallada dramatización de un par de episodios complicadísimos de la vida del manager, siempre forzado a acudir en ayuda de Maradona como un bombero todoterreno.
Con el propio Maradona en una posición ciertamente subrepticia a lo largo de toda la serie, el protagonismo descansa todavía con más fuerza en la figura de Coppola. A su alrededor desfilan nombres reales de toda esa época en un rango amplísimo que va de la cultura pop y las costumbres sociales a la crónica policial. Allí están, apropiadamente personificados en cada episodio, nombres protagónicos de esos tiempos como Susana Giménez, Poli Armentano, Amalia González, Karina Rabolini, Daniel Scioli, Carlitos Menem Jr., Alejandra Pradón (breve y brillante aparición de Adabel Guerrero) y hasta el mismísimo Mariano Cúneo Libarona, el actual ministro de Justicia.
Al frente de un elenco compacto, parejo, rendidor y muy comprometido, Juan Minujín entrega aquí una formidable lección de cómo debe personificarse a una figura que sigue activa y tan presente en el imaginario popular como Guillermo Coppola. Minujín le escapa concienzudamente todo el tiempo a la mimetización o a la imitación, el equívoco más habitual que se comete en esta clase de relatos sobre personajes reales de nuestra historia reciente. Al verlo nos encontramos con Coppola, pero configurado desde la intuición y el trabajo del actor. Hay una caracterización muy cuidada a la vista, pero detrás de esa máscara, Minujín consigue capturar todos los poderosos y contradictorios matices de la personalidad de Coppola: de un lado seductor, carismático, perseverante, leal, simpático a más no poder, y del otro manipulador, intrigante y ambicioso.
A la serie no le faltan momentos de angustia y perplejidad, pero está dibujada desde la burbujeante energía de una copa de champagne en plena fiesta noventosa. Los artífices de Coppola, el representante, entendieron muy bien que la mejor manera de asomarse desde la ficción a una personalidad tan arrolladora es a través del espíritu lúdico y de un paseo por la estética visual y narrativa de su tiempo de gloria. Coppola, el representante, nos invita sobre todo a jugar con nuestra memoria audiovisual y, de paso, conocer un poco más a un gran personaje.
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