Saber o no saber: ¿Para qué sirve la crítica en la era del antispoiler?
Los estrenos de Avengers: Endgame y de la temporada final de Game of Thrones provocaron un afiebrado debate acerca de los spoilers en las redes sociales (quizás también en el mundo real, pero últimamente no recibimos demasiadas noticias de ese lugar). Desde luego, nadie razonable puede estar a favor de los spoilers (esas revelaciones de hechos de la trama de una ficción que "arruinan" la experiencia del espectador al ser conocidas de antemano) pero sí se puede estar en contra del fanatismo "antispoiler" que crece en la actualidad y que, como todo fanatismo, es arbitrario e inconsistente. Además, contrabandea algunas nociones acerca de qué debe ser y hacer una crítica que merecen ser analizadas.
Está claro que sería grotesco objetar a que un espectador tenga ganas de llegar a ver un film sabiendo lo menos posible de él (o lo más posible, o cualquier punto intermedio entre ambos extremos de información), pero es curioso que la mayoría de la gente que se ofusca cuando alguien le cuenta un aspecto menor de la historia de su saga favorita resulte la misma que devora teasers, trailers o cualquier otro material publicitario que sus realizadores ofrecen en redes sociales. Es común ver en redes la consabida reprimenda "¡¡¡spoilerrr!!!" ante toda referencia argumental, por intrascendente que sea, mientras que revelaciones centrales a la trama, hechas por las compañías cinematográficas, ya sean los nombres de las estrellas que aparecerán en pantalla o anuncios del tipo "efectos visuales nunca vistos", son festejadas (cuando, dentro de la lógica antispoiler, disminuirían la sorpresa del film). Estamos tan adiestrados para recibir instrucciones del marketing que si el spoiler toma la forma de la promoción, el nivel de sensibilidad baja.
Por otro lado, como señala el crítico norteamericano Jonathan Rosenbaum en un artículo sobre la spoilerfobia que tiene ya doce años, ésta "privilegia la trama sobre el estilo y la forma (…) ¿Por qué se supone que es un spoiler contar que Sed de mal de Orson Welles comienza con la explosión de una bomba de tiempo, pero no lo es decir que la película empieza con un prolongado plano filmado con una grúa?". Ocurre que los espectadores sienten que su respuesta emocional se activa principalmente ante sucesos que no pueden anticipar (una bomba que detona, un personaje que muere) y ante el modo en que esos contenidos habituales son presentados en pantalla, que es un aspecto "invisible" para la mayoría de los cinéfilos o seriéfilos.
La idea de que una vuelta de tuerca en la trama es la cúspide de lo que puede obtenerse de una narración no es incuestionable ni terriblemente evidente, tal como atestigua una tradición literaria de 2000 años de antigüedad: resumir todo lo que se va a contar antes de comenzar a contar la historia, ejercitada por grandes spoileradores como Homero o John Milton. Esto no quiere decir que no importe preservar los puntos de giro de un relato cuando es significativo que el espectador carezca de esa información.
Sin embargo, no todos los plot points son iguales: que los personajes de Woody Allen y Diane Keaton en Manhattan inicien una relación amorosa es un punto de giro importante en ese film pero, dado que la película no apuesta a sus vueltas de tuerca, también es uno que ni siquiera Allen se ocupó de disimular (en todos sus trabajos conjuntos, Keaton fue elegida para ocupar el rol de su pareja). Por otro lado, Los sospechosos de siempre está construida sobre la premisa de que el espectador ignora la identidad del villano Keyser Söze. Conocer la primera de estas revelaciones de antemano no tiene ninguna importancia a la hora de disfrutar el film; la segunda, cambia la película.
Hoy, sin embargo, domina cada vez más la idea de que cualquier revelación del argumento constituye un spoiler, y que en el mejor de los mundos posibles el espectador llega virgen al primer encuentro con un film. Esto pone a disposición del público una regla sencilla (contar lo que sea = spoiler = malo) que, en el entorno impune de la interacción online, se usa ampliamente para realizar una de las actividades más gratificantes para el género humano: señalar gratuitamente lo que los demás hacen mal. Así, "la crítica de la crítica" toma la forma un poco primitiva de refunfuñar, ante la menor oportunidad, "¡¡¡spoilerrr!!!"
Por más que la lógica de los fanáticos antispoiler sea caprichosa y errática, ¿cuál es el problema de que ejerzan su derecho a criticar lo que se les dé la gana del modo en que les dé la gana? Sucede que, a veces, cuando hablamos, también somos involuntariamente hablados por otros. La voluntad que se expresa en eso que parece un fanatismo cinéfilo es, nuevamente, la del marketing, o más específicamente, la de productoras y distribuidoras que aspiran a controlar lo que se dice acerca de sus productos. La idea de que prestar atención a lo que se dice acerca de una película antes de su estreno arruina la experiencia del cine no parece operar en favor de los espectadores. Como el periodista-militante, el crítico-fan es un híbrido mitológico en cuyo interior en realidad manda sólo de sus aspectos (spoiler: no es el crítico).
En su mejor versión, una crítica es exactamente lo opuesto a un spoiler: no solo no arruina sino que expande la experiencia del cine. Una crítica revela lo que, sin ella, permanecería oculto aún después de ver la película. No es una herramienta de marketing ni, por el contrario, para cuidar el tiempo o el bolsillo de los espectadores, sino una herramienta para producir sentido. Para que las ideas que propone una reseña no sean el parecer arbitrario de un esclarecido regurgitado ante supuestos ignorantes, debe argumentar, y para sostener su argumentación necesita referirse a aquello que analiza, es decir, debe contar cosas del contenido y de la forma de su objeto.
El fanatismo antispoiler imagina un público sin memoria, ajeno a la historia cultural y siempre inocente, cuyo mejor vínculo con el cine es la sorpresa. Otra vez dice Rosenbaum: "La curiosa implicación metafísica de los spoilers es que los espectadores (…) quieren recuperar su infancia y experimentar todo como si fuera nuevo". Este es el espectador que requieren las películas que fogonean la militancia antispoiler: un eterno chico de seis años que se sorprende una y otra vez ante el regreso de lo mismo. A priori, no tenemos porque juzgar negativamente esta propuesta, pero sí, al menos, ser conscientes de ella y preguntarnos si ese es el espectador que queremos ser
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