Con una trágica muerte regresó a la pantalla la serie The Walking Dead
(¡Atención, en esta nota hay spoilers!) Las primeras imágenes del nuevo episodio de The Walking Dead son claras: Rick ( Andrew Lincoln ) cava una tumba a medida que repite el mantra “mi compasión prevalece por sobre mi ira”, luego aparecen segmentos de ese probable flash forward en el cual él y los suyos viven en paz. Seguido a estas escenas, un momento clave: un zombie muerde a Carl (Chandler Riggs) en el estómago. Estos tres momentos, de tres tonos distintos, marcan el clima de "Honor", el primer capítulo de la segunda mitad de la octava temporada.
La acción comienza cuando Rick y Michonne (Danai Gurira) descubren que el joven protagonista fue mordido por un zombie, una sentencia de muerte totalmente irrevocable. Refugiados en una alcantarilla y escondidos de los Salvadores y de Negan ( Jeffrey Dean Morgan ), el sheriff y su compañera intentarán aliviar el dolor del joven mientras vive sus últimos minutos. El resto del grupo, inquieto y con ganas de volver a la superficie, debate sobre cuál es el mejor plan de evacuación posible para esquivar el ataque de sus enemigos. Es allí cuando Dwight (Austin Amelio), cuyo doble juego quedó en evidencia, asume momentáneamente las riendas de la situación y ante la desesperación ajena, lleva seguridad e insiste con esperar para huir. Como un gallo al que le cortaron la cabeza y cuyo cuerpo da torpes movimientos, el grupo de protagonistas está perdido ante la ausencia de Rick, que no puede más que estar sentado junto a Carl esperando lo inevitable.
Por otra parte, Carol (Melissa McBride) y Morgan (Lennie James) emprenden el rescate de Rey Ezekiel (Khary Payton), que fue apresado por un grupo de Salvadores que tomaron el control de El reino. El líder del lugar decidió a último momento entregarse con tal de salvar a su pueblo, y en manos de sus rivales, la muerte parece ser su único destino. Pero la llegada de sus dos compañeros terminó por revertir la situación. Encerrados en el anfiteatro, los Salvadores creen tener la situación bajo control, aunque esa realidad dura muy poco cuando en apenas unos instantes, Carol y Morgan matan a todos los miembros del grupo, menos al que dirigía el escuadrón. Esa escena resulta particularmente interesante ya que marca un nuevo escalón en términos del terror gráfico que exhibe la serie porque allí muestra a Morgan arrancándole las tripas a uno de sus adversarios, un momento gore como pocas veces se vio en la televisión de cable (y que indudablemente es producto del director del episodio Greg Nicotero, un amante del cine de terror en la línea George Romero). Ezekiel finalmente es liberado, y Morgan planea llevar su venganza hasta sus últimas instancias y para eso busca asesinar al único Salvador que quedó vivo. Frente a la insistencia de Carol y del propio Rey, que le ruegan a su compañero que no mate a su rival, es un niño el que elimina al villano.
Finalmente, las últimas escenas del capítulo marcan la muerte de Carl. Con imágenes de Rick enterrando a su hijo, la acción muestra cómo el joven personaje se despide de todos sus compañeros, hasta quedarse solo junto a su padre y Michonne. Una vez que los Salvadores se retiran, el protagonista saca a su hijo y allí, consumido por las lágrimas y la tristeza, ve morir al que fue su motor durante todo el relato. Rick llora, le dice que todo por lo que luchó, lo hizo solo por él, mientras que su hijo, cada vez más pálido y consumido por la fiebre, no puede más que morir. Ese futuro brillante, de colores chillones que contrasta con la oscuridad en la que siempre se mueven los personajes, se revela entonces solo como la fantasía de Carl, como el deseo más íntimo de un idealista que murió convencido en la posibilidad de construir una realidad en la que Negan incluso hubiera podido ser un buen tipo. El chico muere y casi en su último suspiro dice: “No puedes matarlos a todos papá, debe haber algo después”. Pero nada de eso importa porque esa visión pacifista desapareció con Carl, e indudablemente para Rick la muerte de su hijo signifique entrar una vez más en un espiral de violencia y angustia.
La dignidad de Carl, la fatiga del espectador
En "Honor" hay un mensaje: las nuevas generaciones solo pueden salir adelante a través de la violencia. Es un discurso que desarma la lógica de Rick, que una y otra vez elegía matar a sus rivales convencido que solo de esa manera podía garantizarle a las próximas generaciones un mundo en paz. Pero indefectiblemente la violencia es la única herencia posible en ese mundo, y si bien la compasión puede dar buenos resultados (y ahí está como ejemplo Siddiq, el médico residente al que Carl le salvó la vida), lo cierto es que el orden mundial que dejó la plaga zombie es básicamente el de ese principio hobbesiano de “el hombre es el lobo del hombre”. El fallecimiento de Carl, un personaje que hasta último momento fantaseó con la paz como un camino posible, y la muerte de un Salvador en manos de un niño que no tiene más de diez años, deja en claro que en el mundo de The Walking Dead, los únicos que pueden sobrevivir son aquellos que están dispuestos a mancharse las manos de sangre.
La desaparición de Carl indudablemente marca un punto y aparte en la serie y si bien es cierto que en la ficción cada vez quedan menos personajes importantes para matar, el prescindir de él es jugar una de las últimas cartas fuertes (las otras dos, claramente, son Michonne y Daryl). La necesidad por construir un shock emocional en el espectador, dejó en evidencia uno de los trucos menos nobles que tiene esta serie: matar para enganchar seguidores. En el pasado hubo muchas muertes que tuvieron razón de ser (la de Hershel, la de Glenn), pero la de Carl pareciera responder más a una adicción por el cliffhanger, que a un recurso narrativo válido que permita darle una evolución a la historia. Y esta idea queda en evidencia con la decisión de estirar el sufrimiento del personaje. Sin discutir tecnicismos nerds del tipo “¿cómo puede estar infectado tanto tiempo sin convertirse en zombie?”, la prolongada agonía de Carl es innecesaria y saca a la luz un verdadero desfile de golpes bajos cuyo único objetivo es el de la lágrima fácil (y sino vean la escena con el llanto de la pequeña Judith al despedir a su hermano moribundo).
Carl muere mientras su padre le dice: “Lamento no haberte podido proteger”, en otro momento lacrimógeno por demás. Y es tan grosera la necesidad por manipular al espectador, tan evidente la falta de elegancia en esa muerte y tan subrayado el discurso del personaje, que la escena se vuelve plástica y no termina de emocionar. Es un ejercicio de fatiga emocional que coloca en el centro de la escena no a los que quedan vivos, sino a los que fallecen y a la idea de que son cada vez más los héroes que se alejan de esta ficción. Y con unos números de rating que comenzaron a descender, lamentablemente no solo Carl es el único que abandona la historia, sino también muchos fans que poco a poco comienzan a perder el interés por una historia que supo reinar en el mundo de la televisión, pero que necesita reinventarse (o finalizar) urgente para no morir olvidada en la grilla. En este momento, la gran lucha de The Walking Dead no es la de los zombies, sino la de ser digna de su propio pasado.
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