Cómo terminó Homeland: el arte de ser siempre una espía
Homeland, serie clave en la mirada contemporánea de Estados Unidos sobre la guerra y el espionaje, llegó a su final con la confirmación de una intuición, que todo vuelve al comienzo. Que las guerras se reinician, que los conflictos internacionales nunca terminan. Esta temporada fue todo un indicio de ello, al convertir a Carrie Mathison (Claire Danes) en la mejor sucesora de Nicholas Brody (Damian Lewis), cuyas imágenes difusas presiden el comienzo de esta despedida. El recuerdo de aquel marine convertido en espía, de aquel héroe tildado de traidor, del amor y la pérdida, guió a Carrie en su desencanto de los ideales, en el aprendizaje de la elección en función de sus propias convicciones, en el complejo vínculo con su hija Franny. Y esa imagen regresa en este final, como una señal de esa creencia que persiste, la que alterna la lealtad y la traición, la que excede las naciones y afirma los compromisos.
Luego de pasar meses en cautiverio en una prisión en Moscú, Carrie regresó los Estados Unidos con lagunas en su memoria y cuestionamientos sobre su lealtad. Saul Berenson (Mandy Patinkin), su mentor y padre simbólico, había sido el artífice de su sacrificio y también de su rescate. Ahora ella debía recuperarse, llenar esos huecos en su recuerdo, recuperar sus fuerzas. Sin embargo, una imprevista crisis en Medio Oriente la obligó a viajar a aquel territorio de su pasado, a reencontrarse con Yevgeny Gromov (Costa Ronin), su carcelero y salvador de Moscú, a revivir su ambiguo vínculo con la CIA. En Afganistán, su crucial intervención para evitar el caos a manos de los talibanes y una guerra nuclear entre los Estados Unidos y Pakistán fueron el preludio de lo más importante: su traición a Saul y la huida hacia Moscú. Que, al mismo tiempo, no fueron más que escalas en el camino hacia su destino final: convertirse en una agente doble en el seno del gobierno ruso. Volver al comienzo, a la adrenalina del peligro, al campo de batalla. Al enemigo ancestral en el imaginario de la Guerra Fría, de las historias de espías, esas de las que Carrie Mathison resulta la mejor protagonista.
Los creadores Alex Gansa y Howard Gordon recuperaron el pulso en esta última temporada, luego de varios desvíos y dilaciones en años anteriores. El eje en la zona crítica de Medio Oriente, la tensión entre el gobierno afgano y los talibanes, la posibilidad de la paz y los intereses por la guerra, fueron el marco para centrarse efectivamente en una única idea: el fantasma de la traición. Bajo esa estela, Carrie retomó todas sus relaciones claves: con Saul Berenson, su jefe y confidente, quien la llevó al límite de sus fuerzas y la rescató de situaciones imposibles; con Gromov, con quien forjó una tensión sexual que evoca la que la unía a Brody; y con la CIA como institución, que ha dejado de ser un amparo para ella, capaz de trascender sus protocolos oficiales en virtud de sus propias convicciones. Los interrogantes sobre su lealtad se acentuaron con el reencuentro con Gromov en Afganistán, y a partir de allí esa colaboración clandestina para cumplir el pedido de Saul de facilitar las negociaciones de paz derivó en una excursión atractiva y fascinante que dio giros en cada episodio. ¿Quién puede traicionar a quien?
Esta última temporada también ofreció un retrato corrosivo sobre el epicentro de la política en Washington. El débil e inexperto Hayes (Sam Trammell), convertido en Presidente en medio de un enfrentamiento diplomático con Pakistán, los ataques de los talibanes y la sombra del magnicidio de su antecesor, sigue los temerarios consejos de John Zabel (Hugh Dancy), un asesor oportunista que busca su propia cuota de poder. Allí, en ese eco de la escena contemporánea con Donald Trump a la cabeza, la serie evoca las viejas cuentas de la política internacional de los Estados Unidos, como la guerra de Irak y las supuestas armas de destrucción masiva. Mientras tanto, Carrie se mueve más allá de los ideales de patriotismo, cuya crisis experimentó en carne propia en temporadas pasadas. Ahora su epopeya por Medio Oriente se concentra en salvar la mayor cantidad de vidas, en perseguir aquella verdad que evite catástrofes, y en seguir sus propias decisiones más allá de órdenes e instituciones.
Por todo ello, este último capítulo la muestra en la pista de una agente doble en el seno del gobierno ruso que opera a las órdenes de Saul. Es ese nombre el que los rusos exigen para liberar la prueba que puede evitar una matanza. Algunos flashbacks nos llevan a 1986, cuando Saul reclutó a una profesora de inglés en Berlín Oriental para convertirla en su informante en el mismísimo Kremlin. Hoy devenida en intérprete en las altas esferas del gobierno ruso, Anna Pomerantseva (Tatiana Mukha) es el nombre que Carrie intenta descifrar con ahínco. Eso la lleva a un encuentro shakesperiano con Saul, bajo el auspicio de una ópera de fondo, en el que exponen sus reproches largamente contenidos, en el que dirimen la historia de una vida compartida. Revelar la identidad de la infiltrada en el gobierno ruso salva al mundo de una catástrofe, pero condena a Carrie a la fuga, a una vida como traidora a su país.
Gansa y Gordon se reservan una carta para el final. Dos años después de la conferencia de prensa en la que los rusos entregan la caja negra del helicóptero y vemos el rostro desencajado del ambicioso Zabel frente al fracaso de sus planes de guerra, Carrie se encuentra en un lujoso departamento en Moscú. Junto a Yevgeny se preparan para asistir a un concierto. Antes de salir, ella recoge su cartera y mira de reojo la foto de Franny que aguarda en el mismo portarretratos que trajo de Washington. En la pared de la habitación, varios recortes trazan el presente del mundo global, la persistencia de las crisis, las intervenciones de la CIA, las amenazas a la paz que sobreviven. Enseguida vemos a la pareja disfrutar de la música en vivo. Mientras tanto, en Estados Unidos, Saul Berenson prepara su retiro y mudanza. Las últimas cajas aguardan el traslado, pero un llamado misterioso le anuncia la llegada de un paquete bajo un nombre clave que solo él y su discípula conocen. El envío contiene la autobiografía de Carrie Mathison, Tiranía de secretos, donde revela "porqué tuvo que traicionar a su país". Bajo el lomo de ese ejemplar aguarda un mensaje secreto, siguiendo el método que Saul gestó en los años del Muro con Anna, su espía de confianza. En Moscú, Carrie se levanta de su asiento, intercambia carteras con una mujer en el baño y regresa al palco donde la aguarda Yevgeny con una sonrisa. La cámara se queda con ella.
El círculo parece cerrarse. "Permanece en contacto" es la secreta invocación de Carrie a ese nuevo lazo que ahora se gesta con su antiguo maestro. En la misma Moscú, más allá de la música y el amor que parece reinar en su vida, Carrie sigue siendo la misma. Agente doble, espía como siempre, unida de manera inquebrantable a Saul, a pesar de la distancia, de la traición, en busca de nuevas creencias que justifiquen su sacrificio. El mundo sigue en crisis, las guerras esperan, los burócratas gobiernan. Y Carrie sonríe en el palco de un concierto, con la certeza de que lo que importa siempre está a salvo.
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