Como Superman, el periodismo aún puede salvarnos
Los discursos de la ficción y los que aspiran a describir la realidad, como la historia o el periodismo, parecen fuerzas antagónicas. De hecho, se suele invocar a unos para desacreditar a los otros. A la vez, están inevitablemente imbricados, no solo porque usan herramientas similares (por ejemplo, la presentación narrativa de los hechos) sino también porque la ficción puede ser un sólido registro de la realidad: es un archivo del lenguaje, de las ideas dominantes o de las estructuras sociales de los distintos lugares o períodos de su producción. En años recientes, la aparición de conceptos asombrosos como fake news, posverdad, hechos alternativos o, ya entre nosotros, periodismo militante, demuestra nuevos y desconcertantes modos de vinculación entre el periodismo y la ficción.
Otro vínculo más entre ambos es que los periodistas suelen ser protagonistas de ficciones y estas, a su vez, reproducen implacablemente el modo en que cada período histórico o cada sociedad percibe a sus periodistas. Por ejemplo, la curiosa novela de ciencia ficción Los herederos (1901), de Ford Madox Ford y Joseph Conrad, deja ver la aparición de los periódicos masivos consumidos por lectores de extracción popular durante el siglo XIX y el desprecio que la clase acomodada sentía por ellos y sus reporteros, que son descriptos como "ratas asmáticas y huesudas" por el protagonista, también un periodista pero de un medio prestigioso.
Del mismo modo, los brutales cambios que los medios y la práctica periodística están atravesando en la última década dejan sus huellas en ficciones televisivas recientes. La miniserie británica State of Play, emitida originalmente en 2003, trata sobre la investigación periodística y policial del creciente número de asesinatos que parecen cercar a un político prominente. Su adaptación cinematográfica (llamada aquí Los secretos del poder y protagonizada por Russell Crowe y Ben Affleck), realizada seis años más tarde, incorpora un deceso más a la trama: el del diario para el que trabaja el protagonista. "El verdadero drama aquí es el hundimiento de este periódico" dice abiertamente la editora Cameron, encarnada por Helen Mirren como un personaje intransigente, con ecos de su creación más famosa, la detective Tennison de Prime Suspect.
Justamente, detectives y periodistas suelen ser protagonistas recurrentes en la ficción. Ambos se encargan de investigar y recrear historias, en consecuencia, son un motor natural del relato. También son encargados de explicarlas, de armar el rompecabezas, de llevar luz a la oscuridad. Detectives y periodistas buscan pistas, conectan datos y personas para desentrañar racionalmente los secretos que otros quieren ocultar. Las ficciones de buena parte del siglo XX mostraron este proceso como perfectamente realizable. Aunque muchas veces cargados de defectos y problemas (mujeriegos, borrachos, endeudados), los periodistas de las ficciones más recordadas siempre consiguen la historia que están persiguiendo.
Su ética personal puede ser dudosa, pero su compromiso con la verdad es inclaudicable, así como su confianza en que esta puede ser reconstruida y explicada. Todos los hombres del presidente (1976), film de Alan J. Pakula con Robert Redford y Dustin Hoffman, es el ejemplo paradigmático: la célebre historia real de cómo dos periodistas novatos, Bob Woodward y Carl Bernstein, desandaron la trama de mentiras y corrupción iniciada con unas anodinas detenciones de intrusos en el hotel Watergate y, finalmente, desencadenaron la caída de Nixon.
Esta paradigmática exposición de la deontología periodística (el control de los poderes y la información veraz del electorado) y esta fe en su eficiencia es, a la vez, un reflejo y un refuerzo de la tradicional confianza de los norteamericanos en la resiliencia de sus propias instituciones. En este contexto, dudar de la eficacia del periodismo es dudar de la democracia. El hecho de que Superman, el primer y más famoso de los superhéroes fuera parte de la profesión (Clark Kent es reportero del Daily Planet) seguramente no es ajeno a este elevado nivel de autoestima.
En otros lugares, la presentación del periodismo en pantalla es bastante distinta. La serie croata Novine (disponible en Netflix como The Paper) presenta una realidad que para el optimismo de la ficción norteamericana tradicional sería abiertamente distópica: no quedan medios independientes, los diarios del país han cedido a la presión política y económica, y el último que resistía está en proceso de caer en las manos de un oligarca que pretende ponerlo al servicio de sus fines personales; sus periodistas están tironeados por los múltiples intereses en juego.
La ficción argentina La fragilidad de los cuerpos, basada en la novela de Sergio Olguín, presenta a un personaje típico de la novela negra norteamericana, el investigador duro y desencantado, solo que aquí encarnado por una mujer: la periodista Verónica Rosenthal ( Eva de Dominici ). Fiel a la tradición de las ficciones periodísticas, Rosenthal logra llegar a la verdad del caso que investiga (una red de apuestas clandestinas) pero –y esta es la peculiaridad argentina– lo hace desenganchada de cualquier marco institucional. La investigación avanza por la voluntad de la protagonista: las instituciones son cómplices o, al menos, sospechosas.
Si bien el periodista norteamericano pudo incorporar diferentes capas de desencanto ante la guerra de Vietnam, el inagotable racismo, el asesinato de Kennedy u otros episodios bochornosos de la historia de su país, tradicionalmente es presentado como un héroe que siempre consigue "su historia", en un contexto en el que la verdad es un fin asequible. Sin embargo, en la última década –cuando el fin del periodismo tradicional se volvió un hecho inminente– también cambió la forma en que los periodistas existen en pantalla.
La exitosa House of Cards –que en noviembre estrenará su última temporada–, puede ser vista como el reverso de Todos los hombres del presidente. A la histórica infalibilidad del periodismo en la ficción –al menos para reconstruir la verdad– la serie opone la infalibilidad del poder para encontrar un modo de ocultarla. Los periodistas en House of Cards se quedan apenas con retazos de la verdad y son utilizados y descartados (a veces de modo fatal) por los Underwood, siempre varios pasos por delante de ellos. Así como la serie se muestra pesimista con respecto a la eficiencia del periodismo para lograr sus objetivos, al menos, es optimista con respecto a su existencia y continuidad: si bien el ficcional Washington Herald lucha para mantener su relevancia, hay una nueva generación de periodistas digitales tan dedicada y competente como sus contrapartes tradicionales.
Por estos días, la industria periodística tradicional cruje bajo el peso de Internet, los ataques desde el poder populista y la aparición de fake news. Este proceso de destrucción tiene un eco en la desintegración de periodistas ficcionales como la Camille Preaker de Sharp Objects , Amy Adams interpreta en la miniserie a una reportera al límite: no solo es alcohólica y pasó una temporada en un neuropsiquiátrico sino que se inflinge de modo compulsivo heridas cortantes: la historia que persigue no queda en el papel sino en la cicatrices de su cuerpo.
En The Newsroom, la última serie de Aaron Sorkin (The West Wing), Jeff Daniels es un periodista sometido a las nuevas coordenadas de la profesión que sufre una transformación revolucionaria. Desde el primer episodio se plantea un regreso a las fuentes ("De cada noticia nos vamos a preguntar, ¿cómo me sirve en el cuarto oscuro?") y cada nuevo capítulo desgrana alguno de los que considera los problemas centrales de la democracia norteamericana, desde las fake news hasta la progresiva demencia del partido republicano, como si fuera una función no solo del periodismo sino de la serie misma: educar al electorado. A diferencia de todas las demás series mencionadas, esta no intenta ser una representación realista de lo que el periodismo es, sino de lo que podría ser, al menos para un liberal en el sentido norteamericano como Sorkin. Como tal, es un eficiente antídoto ante tanto desencanto.
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