¿Cómo empezó la segunda temporada de Homecoming?
Homecoming fue la creación de Sam Esmail para Amazon Prime Video luego del inesperado éxito de Mr. Robot. Escrita por Eli Horowitz y Micah Bloomerg e inspirada en un celebrado podcast, presentaba un mundo de misterios y paranoia, concentrado en el proyecto "Homecoming", un centro de asistencia para veteranos de las fuerzas armadas situado en el desierto de Tampa.
La estrella y productora ejecutiva de la serie era Julia Roberts, que funcionaba como pieza clave de ese mundo partido en dos. En el pasado, su Heidi Bergman era una de las terapeutas de ese centro de tratamiento del estrés postraumático de los soldados, quien establecía un cercano vínculo con uno de ellos y mantenía irritantes y extensas conversaciones con su jefe Colin Belfast (Bobby Cannavale); en el presente, Heidi atendía un bar de pescadores en Florida y recibía la visita de un funcionario del Departamento de Defensa que intentaba descubrir qué había ocurrido en aquel secreto establecimiento. A lo largo de sus diez episodios, la primera temporada de Homecoming lograba unir los dos tiempos y descubrir las piezas ocultas: qué había pasado con Heidi y qué era lo que se hacía en ese inquietante paraíso que prometía a los veteranos el olvido de los horrores de la guerra.
El inicio de la segunda temporada amaga con abrir una nueva historia, pero al tercer episodio descubrimos que es la continuación de la misma. Pero vamos por partes. En la primera imagen vemos un amplio lago con un bote a la deriva. Una mujer despierta asustada y rema con sus brazos hasta la orilla. No sabe quién es, camina por la ruta en la oscuridad hasta que una policía la acompaña a un hospital para descifrar el origen de su desorientación. Janelle Monáe es la nueva estrella de esta segunda entrega, y su historia se despliega en estos primeros episodios a partir de una serie de indicios: un carnet de identidad, un tatuaje falso, una habitación en un motel y el nombre de una empresa: Geist.
Kyle Patrick Alvarez (director de los siete episodios) modela desde la puesta en escena un ambiente opaco e inquietante para el personaje y para el espectador, sugiriendo la concreción de un gran complot que opera fuera de nuestra vista y del que solo conocemos las consecuencias: la pérdida de la memoria.
Pensada como una pequeña derivación de la primera, más modesta y más concentrada, esta segunda temporada completa algunos blancos del final que vimos en 2018. Sabíamos que Geist, una empresa de productos de higiene y limpieza de origen vegetal, era la aliada secreta del gobierno en el tratamiento de los veteranos. También que el prepotente Colin había sido entregado como el responsable del programa y reemplazado por su asistente Audrey Temple (Hong Chau) en las filas de Geist. En su lento ascenso de recepcionista ninguneada a artífice de sus propias ambiciones, Audrey es uno de los personajes más interesantes que propone Esmail, desde su control del cierre imprevisto de Homecoming hasta la continuación de aquel experimento bajo nuevas formas. Ese juego de encastres entre dos tiempos que se proponía en la primera temporada aquí se actualiza en la forma de un compacto rompecabezas, en el que las identidades están cambiadas y los motivos solapados, pero que para llenar los huecos exige un ejercicio de constante atención.
Si la historia de Heidi Bergman concluyó en la escena final de la primera temporada, con Julia Roberts sentada en un bar de ruta mirando a Walter alejarse en su camioneta, la historia del soldado continúa. Walter ahora vive en ese pequeño pueblo de California, dedicado a la construcción, persiguiendo aquellos sueños que la guerra había puesto en suspenso, con las mismas lagunas en su memoria y el recuerdo incierto de ese lejano regreso a casa.
Esmail construye la historia de Walter como el resultado de los efectos imprevistos de aquel tratamiento, de la voluntad de borrar el trauma para volver a llevar a los soldados a la guerra, de aquella alianza entre el poderoso Grupo Geist y el gobierno. Y en ese recorrido ahora se revela al hombre detrás de la cortina: Leonard Geist (Chris Cooper) es el creador de los productos milagrosos, un granjero recluido en su laboratorio de invernadero, la silueta detrás del imperio. Las actuaciones de Cooper y Joan Cusack, una militar cuya persistente ambición se despliega con la ironía justa, dan a la serie la potencia necesaria para ese duelo silencioso, creciente en la disputa por el destino de la fórmula de ese olvido prometido.
Homecoming nació, desde el podcast original y a partir del aporte de la imaginería de Esmail, como un thriller inquietante y perturbador de reverberaciones políticas y ecos hitchcockianos. Esa sensación de panóptico que brindaba el magnífico edificio del centro de veteranos, con sus comidas reguladas y sus salones vidriados, resultaba la mejor metáfora de la alianza entre el poder público y el privado para el control de los ciudadanos y la explotación de su funcionalidad.
La segunda temporada no persigue semejantes ambiciones sino que ofrece, en última instancia, la historia de una mujer que encuentra en el olvido de su vida la posibilidad de reinventarla. Monáe funciona perfecta como ese eje, y es a partir de ella que los cabos sueltos de la temporada pasada se anudan y resuelven. Es su historia la que hace eco en la de Walter, es su vínculo con Audrey Temple, el que se abre a la reflexión, y en ese juego de tensiones y paranoias la serie se dedica a dar respuestas en lugar de abrir interrogantes. Ese es su riesgo, el espectador decidirá si vale la pena el viaje.
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