Cinco razones para ver Un caballero en Moscú, la miniserie con un Ewan McGregor brillante
“Casi todos mis amigos están muertos, mi casa fue tomada e incendiada y mi abuela está en el exilio”, dice el conde Alexander Rostov en uno de los pocos momentos de autocompasión que se permite el protagonista de Un caballero en Moscú, disponible en Paramount+. Protagonizada por Ewan McGregor, la ficción –basada en la novela de Amor Towles– comienza en el marco de los primeros años de la revolución rusa, un tiempo de grandes cambios y sucesos dramáticos que podrían haber cargado el relato de una solemnidad que esquiva con hidalguía. Con un ritmo liviano y casi de comedia de modales –un tono difícil de alcanzar en una narración que lidia con pérdidas personales y masivas, conflictos fratricidas e injusticias varias– la miniserie resulta un sorprendente y reconfortante relato que no ignora sus costados más oscuros.
1. La historia
La miniserie comienza en 1921, cuando el conde Rostov está a punto de ser juzgado por un tribunal revolucionario. Con sus pares zaristas ya fusilados o exiliados, su permanencia en Moscú desconcierta a las autoridades soviéticas, especialmente cuando encuentran un poema firmado por él que muchos tomaron como inspiración para terminar con el régimen de Nicolás II. Rostov salva su vida, pero es condenado a un arresto domiciliario perpetuo en el lujoso hotel Metropol, con vistas al Teatro Bolshoi, donde residía antes del juicio. Advertido de que salir del hotel equivaldría a una sentencia de muerte, el conde acepta una suerte que no parece tan terrible, aun cuando se lo despoje de su lujosa suite y de sus pertenencias más preciadas. El encierro y las complicaciones del poder bolchevique, sin embargo, llenarán de sombras a su vida. La ficción se apoya en hechos reales de la historia rusa para su retrato de un personaje fascinante, un bon vivant acechado por la nostalgia de un país que ya no existe y del que, al mismo tiempo, no puede ni quiere escapar.
2. Ewan McGregor
“No es de caballeros tener una profesión”, contesta el noble a sus interrogadores con un tono de resignada arrogancia. Se está jugando la vida frente a un tribunal soviético y lo sabe, pero su esencia no lo deja mentir. Esa aparente liviandad con la que el personaje se toma sus nuevas circunstancias podría reflejarse en pantalla como una pedantería difícil de tolerar a lo largo de ocho episodios. Sin embargo, desde el comienzo cada una de las ocurrencias del conde, sus peculiaridades y sus modales de un tiempo que la revolución hace lo posible por dejar atrás, lo vuelven querible, humano y excepcional. Y todo gracias a McGregor, que logra transmitir a través del tupido bigote y el abultado peinado del personaje mucho más que la superficialidad que usa como escudo. “Si me tomara las cosas en serio podría caer en una desesperación profunda de la que no sé si sería capaz de salir”, confiesa en un momento su personaje, con un tono que revela una vulnerabilidad que el actor administra con maestría.
3. El elenco
Si bien toda la acción de Un caballero en Moscú gira en torno al mencionado caballero, lo cierto es que el desarrollo de la trama necesita de un grupo de personajes secundarios que lo confronten con otras realidades más allá de la suya y con lo que sucede en el mundo del otro lado de las puertas de su hotel/prisión. Entre ellos se destaca la pequeña huésped Nina (Alexa Goodall), una niña fascinada con los cuentos de príncipes y princesas que teje el conde en cada uno de sus encuentros. El vínculo entre ambos le aporta a la historia mucha emoción, pero también un aire de cuento de hadas que lima las asperezas de las escenas centradas en los pormenores de la revolución rusa. Con ese mismo objetivo se muestra el intermitente romance entre el protagonista y la estrella del cine soviético que interpreta Mary Elizabeth Winstead, la esposa de McGregor en la vida real. La evidente química entre los personajes le agrega una faceta más al conde, que también lidia con su carcelero, un personaje opaco y temible que encarna el actor británico Johnny Harris.
4. La puesta en escena
Uno de los puntos más interesantes de la construcción narrativa de la miniserie es su equilibrio entre los modos del relato que reconforta y la temática que trata. Más allá del encanto de McGregor y su personaje, lo cierto es que la premisa argumental no deja de tener ribetes dramáticos. Aunque los fusilamientos ocurran fuera de cámara, son una constante en todos los episodios, lo mismo que la sensación de peligro que rodea al protagonista y, sin embargo, el tono de la historia se acerca al cuento de hadas, a la fantasía que el conde hace lo posible por mantener en pie. El secreto de la miniserie parece estar en la habilidad de Ben Vanstone, su creador, para mantener el balance de elementos aparentemente contradictorios. Algo que ya conseguía con notable éxito en la comedia dramática All Creatures Great and Small, sobre una clínica veterinaria en la Inglaterra rural entre los años 30 y 40.
5. El formato
Las exigencias de la industria audiovisual de los últimos años pusieron en jaque uno de los formatos más prestigiosos de la TV tradicional: la miniserie. Ante la irrupción de las plataformas de streaming que aceleraron al máximo la competencia entre ficciones, muchos creadores se toparon con un obstáculo inédito. Si sus programas pensados con una cantidad limitada de episodios tienen mucho éxito, el mercado casi los obliga a transformarse de miniserie a serie de varias temporadas. Y aunque algunos, afortunadamente, resisten el impulso y los pedidos del público, otros productores aceptan cambiar sus planes y que sus ciclos terminen siendo algo muy distinto de lo que habían pensado originalmente. Le pasó a Big Little Lies, pasará con Nueve perfectos desconocidos y podría suceder también con Shogun. Por eso, se valora aún más el espíritu nostálgico de una miniserie como Un caballero en Moscú, que es, en más de un sentido, un encantador artefacto de otros tiempos.
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