Cebollitas: el éxito infantil que, 25 años después, quedó en el centro de una polémica
La tira diaria que Telefe estrenó en 1997 también llegó al teatro y se convirtió en todo un fenómeno entre el público preadolescente
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Cuando se habla de Cebollitas, como también de Chiquititas, se pone el acento en el fenómeno, en la mucha, poca o nula continuidad de sus elencos o en el fenómeno de rating y marketing en torno a cada una de las propuestas. Sin embargo, en la enumeración suele soslayarse el hecho de que ambos programas cimentaron un camino hasta entonces prácticamente inexplorado en la televisión argentina: el de la telenovela para preadolescentes con códigos propios de la época.
Hasta el desembarco en la TV de la Cris Morena productora y hacedora de éxitos, los chicos tenían dos opciones bien diferenciadas a la hora de disfrutar de la programación hogareña. Sin la versatilidad que aportaría el cable años después, la oferta se concentraba en programas infantiles que normalmente iban muy temprano a la mañana o a partir de las cinco de la tarde, omitiendo el segmento en el que los menores iban a la escuela. Si en cambio el interés iba por el camino de la ficción, no quedaba otra que acomodarse al lado de la madre, tía o abuela y sumergirse en melodramas adultos siempre enrevesados, o comedias familiares aptas para todo público.
Hubo excepciones. Señorita maestra había hecho lo suyo en ese terreno, pero al ser este un programa derivado de un éxito que había comenzado en la década del 60, situaciones y personajes comenzaban a tener olor a naftalina. Faltaba una propuesta que aggiornarla el concepto a una nueva generación, que buscaba algo más que dramas de aula y guardapolvo blanco. El último tercio de la década del 90, le abrió a los chicos una nueva puerta, que cambiaría a esa generación (y a la tele) para siempre.
Ser Cebollitas es ser amigos
Telefe estrenó Cebollitas en enero de 1997 como contrapartida de Chiquititas, que había desembarcado en el mismo canal dos años antes. Las “chufas” habían resultado ser una sorpresa para el público al que iban dirigidos, que rápidamente las abrazó y no las soltó más. Una versión masculina, con alma de potrero era el siguiente y lógico paso.
Si las huerfanitas tenían el corazón con agujeritos, los varones perseguirían sus sueños corriendo una pelota de fútbol. Después, los conflictos irían por carriles parecidos y, al igual que en su predecesora, el carisma del elenco infantil y un puñado de canciones pegadizas, harían el resto.
Daniel Dátola fue junto con Enrique Torres el autor de la tira vespertina, y en diálogo con LA NACION recuerda parte de su génesis: “Con Enrique vimos que no iban muchos varones al teatro a ver Chiquititas, por más que fueran seguidores del programa. Ahí surgió la idea de desarrollar una propuesta para que se engancharan más, por eso se nos ocurrió ir por el fútbol. Desde la previa en diciembre, cuando se hizo el anuncio, hubo mucha expectativa que después se tradujo en números de rating. Metimos 18 puntos en pleno verano, tremendo. Parte del éxito de Cebollitas es que eran todos personajes muy terrenales. Después Polka le metió mucha fuerza a lo costumbrista, pero nosotros ya habíamos decidido ir por ahí. Empezamos con un club de barrio, una peluquería, una despensa, una veterinaria. Eso tuvo mucho que ver con el suceso”.
El punto de partida de Cebollitas -que iba de lunes a viernes en el estratégico horario de las 17 y con su título homenajeaba al equipo infantil en el que debutó Diego Armando Maradona- era un club de barrio, donde un grupo de chicos jugaban al fútbol y se esforzaban para ganar partido tras partido. Entre entrenamiento y entrenamiento, la trama sobrevolaba conflictos típicos de la edad: el compañerismo, los amigos, la relación con los padres, el primer amor, y demás tópicos acordes a una audiencia preadolescente.
El elenco protagonista era casi desconocido, y había surgido de un riguroso casting al que se presentaron más de mil aspirantes a astros y estrellas. Como ya había sucedido en Chiquititas, la elección no se centró tanto en sus dotes actorales, como en sus características particulares. No siendo todavía figuras, era necesario que fueran rápidamente identificables y que, al mismo tiempo, cubrieran un abanico amplio de características físicas y personalidades, como para que no quedara nadie en los hogares sin sentirse identificado. Entre las nenas, quien tenía entonces más visibilidad por portación de apellido era Dalma Maradona. Con apenas diez años, la hija de Diego tenía tan claro su futuro de actriz que insistió e insistió hasta que logró quedar entre las seleccionadas. Cebollitas fue debut en la pantalla.
Para apuntalar a los más chicos, la producción seleccionó un reparto adulto de sobrada experiencia, talento para la telecomedia y evidente llegada a los adultos de la familia. Carlos Moreno, Alfonso Pícaro, Carmen Barbieri, Andrés Vicente, Gino Renni, Juanita Martínez, Marisa Carreras y Beatriz Spelzini, fueron algunos de los muchos artistas que aportaron solidez a lo que, de otra manera, no dejaba de ser un ejercicio lúdico sin mayores pretensiones.
De todos modos, gustara o no, los protagonistas eran los chicos. Y se repitió el fenómeno de Chiquititas, incluso en un período más corto de tiempo. Sin tener todavía la prestancia de las redes sociales o el mail, cada día llegaban a Telefe cientos de cartas de improvisados clubes de fans. Muchos eran del programa, pero la mayoría se concentraba en alguno de los actores o actrices.
A pesar de haber entrado al elenco más tarde, enseguida picó en punta Brian Caruso -que en el programa interpretaba a Gamuza-, y era lógico. A pesar de tener solamente nueve años, para cuando llegó Cebollitas el nene ya había hecho más de treinta publicidades, y participado de programas como Princesa (telenovela con Gabriel Corrado y Viviana Saccone), Nueve lunas, y Mamá por dos, entre otros ciclos. Tan magnético fue su paso por el programa, que terminó llevándose el Martín Fierro de ese año como actor infantil.
Caruso fue el caso testigo de un fenómeno televisivo categórico, que lo tuvo a él y a sus compañeros como protagonistas. Otro ejemplo que también fue peculiar, pero por otros motivos, fue el de Marianela Pedano, que protagonizó un curioso crossover, ya que su personaje en la tira (Maru) fue el mismo que un año antes había encarnado en Chiquititas. En charla con LA NACION, la actriz recuerda el episodio: “Fuimos dos, también estaba el personaje de Solange Verina. Se dio que justo nuestros personajes terminaban cuando empezaba Cebollitas. Tony Lestingi, que hacía de nuestro papá, se mudaba a la casa de su hermana. Y así pasamos de un programa al otro de una manera muy natural. Para la audiencia al principio fue raro, pero enseguida acompañaron y siguieron las historias de los personajes en esta nueva casa. Creo que parte del público de Chiquititas continuó la historia de nuestros personajes en Cebollitas”.
Y ya que hablamos de crossover, casi se da otro cuando -terminado el programa infantil- Adrián Suar intentó sumar a “Gamuza” al elenco de Gasoleros. Pero Telefe se puso firme, y al tener los derechos del personaje frustró cualquier tipo de negociación.
El éxito de Cebollitas llevó a diseñar un esquema de trabajo cada vez más arduo, los chicos iban a la escuela a la mañana, y después derecho a las grabaciones. El ritmo y la exigencia fue tal que la producción destinó un espacio del estudio para que, mientras esperaban su turno, los actores pudieran hacer las tareas escolares y así no atrasarse en sus estudios. Y enseguida se sumó el teatro
¿Por qué murió Don Lucero?
En julio de 1997, con dos funciones diarias a las 15.30 y 17.30, el Teatro Ópera albergó una adaptación homónima de Cebollitas, que se puso al hombro la difícil tarea de circunscribir el universo televisivo a las limitaciones escénicas. Con dirección de Victor Stella (también responsable de la ficción televisiva), y un elenco adulto reducido encabezado por Andrés Vicente y Carlos Moreno, la empresa se logró a medias. Al menos en lo que a mérito artístico se refiere, porque en cuestiones de audiencia fue uno de los sucesos de ese año.
Cientos de chicos y chicas desde las butacas alentaban a sus ídolos como si estuvieran en la cancha, coreando las canciones, celebrando a los gritos cada intervención de sus ídolos y vivando el triunfo Cebollita frente a los Powers, contrincantes y a la vez villanos. Cada presentación era una fiesta de adrenalina convalidada por padres satisfechos que oficiaban de mudos testigos, sin entender demasiado lo que pasaba a su alrededor. Acompañaba, por supuesto, el merchandising oficial, que se agotaba rápidamente.
Para el último tercio del año, en Telefe ya habían dado luz verde a una continuación a partir del año siguiente. Y aunque la fórmula ya había comenzado a agrietarse, la estela de su estrella se mantuvo vigente gracias a oportunos giros de tuerca sobrenaturales, absurdos o dramáticos. El más recordado entre los últimos fue el capítulo en el que por un balazo muere Don Lucero (Carlos Moreno), entrenador y “padre” del equipo. El golpe dramático tuvo un coletazo muy fuerte en los fanáticos del programa.
Daniel Dátola cuenta lo difícil que fue para los autores tomar la decisión: “Lo de Carlitos Moreno excedió nuestra voluntad. Él no iba a seguir en la tira por un problema contractual, y para nosotros fue un problema grave porque no sabíamos cómo resolverlo en el papel. Don Lucero era un personaje que daba todo por los chicos, al que lo único que le importaba era dirigirlos y cuidarlos. Así, que se fuera a un club grande era un pésimo mensaje, lo mismo que fuera de viaje y no volviera. Porque además tenía familia, entonces también tenían que desaparecer otros personajes. Para Enrique y para mí fue realmente muy difícil, nos costó muchísimo pero no tuvimos alternativa. A pesar de lo doloroso y lo tremendo, que terminara de esa manera era un mensaje más natural que cualquiera de los otros”.
La pelota no se mancha
Hasta su despedida en octubre de 1988, Cebollitas fue un fenómeno que trascendió las fronteras de nuestro país, generando una legión de fanáticos que todavía perduran. El programa se emitió en Estados Unidos, Chile, República Dominicana, Paraguay, Costa Rica, Ecuador, Colombia y Perú, entre otros países. Esta penetración en América Latina llevó a anécdotas curiosas, como que el futbolista dominicano Hansley Martínez fuera apodado “Gamuza”, por su confeso fanatismo infantil por la serie. O que el capítulo en el que los Cebollitas se vuelven “campeones del mundo” haya sido grabado en Ecuador, en torno a una cancha colmada de fanáticos reales.
Sin embargo, los años abrieron la puerta del lado B del programa. Hace pocas semanas, el actor Juan Yacuzzi (Coqui) reveló que el clima de camaradería que se veía en la pantalla, no era el mismo que ellos experimentaban durante las horas de grabación. En una entrevista con Mitre Live explicó: “Si el programa lo hiciéramos hoy, con los celulares podríamos grabar las cagadas a pedos, los gritos de los directores y cómo nos tenían. Hoy por hoy no se podría hacer. Hay algunos que se volvían muy locos y parecía que se iban a desmayar de lo rojo que se ponían por gritarnos. Se recontra calentaban, algunos lloraban y todo”.
La revelación de Yacuzzi despertó la reacción de algunos de sus compañeros, entre ellos Dalma Maradona, que eligió las redes para dar su versión: ”Yo nunca viví un maltrato. De hecho, los maltratos que vi en esa época eran más de algunos padres a sus hijos que otras personas. Había una dinámica de grabaciones que hoy no están permitidas pero hablo específicamente de horarios”.
Carmen Barbieri sacó al actor a su programa Mañanísima y lo confrontó: “Vamos a juicio y te lo niego hasta la muerte. ¿Decís que el director, que era un santo, te gritaba? ¿Vos decís que los cámaras te maltrataban? ¿Qué estás diciendo, mi amor? ¿Por qué no denunciás a la gente entonces si vas a contar una cosa que no es cierta? ¿Qué te pasa a vos? No entiendo. Te explico por qué me molesta: se trata de niños, de menores y vos lo contaste como si todos los encerrábamos o los castigábamos, y para nada pasaba eso”.
En conversación con LA NACION, Diego Vicos (El Colo) había hablado hace un año de las duras exigencias cotidianas, aunque entonces no dio a entender que hubiera sufrido maltrato: “Con Cebollitas aprendí la disciplina de grabar un programa diario. Memorizar guiones, grabar, viajar en giras por el interior y el exterior del país. La pasábamos muy bien, pero obviamente teníamos días en que estábamos exigidos, que quería descansar y no dábamos más. Si lo pienso ahora como adulto, era muchísimo”.
Al igual que Barbieri, Dátola tampoco entiende de dónde salieron esas versiones: “Nunca me llegó ni siquiera la más mínima información sobre el tema. Nosotros escribíamos en la casa de Enrique Torres pero a veces íbamos al estudio, así que creo que nos habríamos enterado. La verdad es que me sorprende mucho que veintipico de años después se digan esas cosas. Creo que la reacción de Carmen dice mucho, ella sí estaba todo el tiempo y se enojó mucho. Si los autores hubiéramos estado ahí no habríamos permitido ningún maltrato, tampoco nadie del elenco. Por eso me resulta muy extraño todo”.
A pesar de su inocencia, a pesar de alguna que otra incorrección propia de la época, Cebollitas dejó un puñado de mensajes que sobreviven en el tiempo. Uno de los más concluyentes tiene que ver con aquel mote de “subcampeón”, que lejos de llevar a la depresión estimulaba a seguir luchando: “Fue algo que nos planteamos con Torres desde el primer momento: hacer un éxito con un mensaje no exitista. Los chicos en el quinto capítulo salían segundos, pero el mensaje era que no todo en la vida es ganar, y que ser primero no significa ser el mejor. A veces las cosas no salen como uno quiere pero hay que insistir”.
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