Black Mirror: en su sexta temporada, los espejos reflejan el narcisismo contemporáneo, la fascinación por los crímenes reales y la circularidad de la historia
La popular serie británica estrena nuevos episodios en Netflix, que ya no se concentran en los estragos de la tecnología sino en las consecuencias de un pasado siempre dispuesto a reinventarse para sembrar nuevos miedos y ansiedades
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Uno podría pensar que ninguna serie reflexionó de manera tan temprana y directa sobre las consecuencias del impacto tecnológico en la vida social como lo hizo Black Mirror desde su desembarco en la televisión británica en 2011. Inteligencia artificial, sociedades de la vigilancia, espectacularización de la política, todas claves que se podían intuir como fenómenos presentes o en ciernes pero que la ficción de antología creada por Charlie Brooker modeló como verdaderos mundos de pesadilla. La quinta temporada se estrenó hace ya cuatro años, en el tiempo previo a la pandemia -anticipada por la experiencia interactiva que significó la película Bandersnatch (2018)-, y desde entonces el presente ha revelado la extraña cotidianidad con la que hoy pueden pensarse algunas de sus más extravagantes profecías. ¿Cómo seguir sosteniendo ese pulso anticipatorio y reflexivo sobre los contornos del mundo actual en relación con la tecnología?
La respuesta parece hallarse en la sexta temporada, cuyos cinco capítulos exploran temas que ya circulan en nuestro presente y algunos otros que asoman como interrogantes nunca resueltos sobre el pasado. En el 2011, la imaginería de Brooker parecía recostarse sobre viejas experiencias televisivas como la clásica La dimensión desconocida y la noventosa Rumbo a lo desconocido, con una clara sintonía con los miedos del siglo XXI concentrados en la figura de la pantalla oscura, aquella en la que todos sus personajes anhelaban reflejarse de una u otra forma. Televisores, celulares, imágenes de la memoria pasada, réplicas con aspiración a la vida eterna. La utilización del espejo como un territorio simbólico en el que la vida se entrelaza con los diversos mecanismos destinados a mejorarla, extenderla, desplegarla más allá de lo imaginado. El rol de la tecnología en Black Mirror, más allá de su conato distópico, fue siempre digitado por la mente humana para luego ser capaz de asumir entidad por sí mismo y volverse sobre los pasos de su creador. Un monstruo autónomo destinado a arrebatarle al doctor Frankenstein la gloria prometida para sí mismo.
Uno de los temas dominantes en esta sexta temporada es la oscura dimensión del narcisismo contemporáneo. Las redes sociales parecen haber estimulado la fascinación con la propia imagen, la propia vida, la propia historia convertida en “contenido de interés” y el pulso de la ficción parece verse arrinconado día a día con el voraz atractivo de las infinitas biografías. De cantantes, artistas, políticos, criminales, y, por último, de “gente común”. Ese paroxismo de la identificación asume la forma de pesadilla en el primer episodio de la temporada: “Joan es horrible”. Paradójicamente es el más cercano a la comedia, con una clara conciencia de las hipérboles que demanda toda sátira, y el que despliega su condición siniestra de una manera inquietante pero sin los golpes brutales a los que Brooker nos ha acostumbrado.
Joan (Annie Murphy, actriz de Schitt’s Creek) es, justamente, una mujer común. La vemos levantarse a la mañana con desgano, compartir la rutina del desayuno con su novio, manejar hasta su trabajo corporativo con la eficiencia habitual. Como parte de la mecánica diaria, despide a una empleada de la empresa -eso sí, evitando confrontaciones y malas caras-, le revela a su psicóloga la abulia que reina en su pareja, y se permite coquetear con un exnovio sin llegar a comprometer su fidelidad para no sentir culpa. Cuando regresa a su casa, como todas las noches, después de la cena comparten con su novio unas horas de streaming. Streamberry es el logo que aparece en la pantalla con grandes letras rojas y la musiquita de Netflix. Entre los estrenos, el rostro de Salma Hayek con la leyenda “Joan es horrible”. Y tras el play, una ficción que es espejo de su vida, de su intimidad, incluso de su peinado. ¿Cómo logró Streamberry convertir la vida de Joan en la serie de la semana? El anunciado fin de la privacidad parece haber llegado para quedarse.
Annie Murphy y Salma Hayek ponen en juego ese doble rol de Joan en el que la tentación de ser “la protagonista de su propia historia” se ha convertido en un camino sin salida. Aparecen Michael Cera, Ben Barnes, Himesh Patel y Rob Delaney dando cuerpo a un universo en el que las fronteras entre lo real y lo representado han dejado de ser difusas pare ser ominosas. El algoritmo en la construcción de preferencias, el CGI reemplazando a los actores de carne y hueso y la fascinación por las bioseries como salida perfecta a la crisis de la ficción son temas de agenda contemporánea que Brooker consolida con un claro guiño metadiscursivo desde la misma plataforma en la que exhibe su serie. Todos en la vida de Joan han visto el hit de Streamberry sin poder escapar de ese espejo oscuro que también los tiene como obligados participantes.
El segundo episodio, titulado “Loch Henry”, explora otra de las fascinaciones contemporáneas del mundo del streaming: el true crime. Todo comienza con la llegada de una joven pareja de estudiantes de cine a un pequeño pueblo de Escocia, el Lago Henry del título. Con la excusa de visitar a su madre y presentarle a su novia Pía (Myha’la Herrold) -estadounidense, canchera, modernísima-, Davis (Samuel Blenkin) hace un alto antes del encuentro con un improvisado conservacionista, conocido como el “cuidador de huevos”, que será el protagonista de su primer documental. Entusiasmada con el paisaje de ensueño del lago, Pía se pregunta sobre la ausencia de turistas y es entonces cuando la siniestra historia de Ian Adair surge en la conversación con Davis y un viejo amigo del pub. En los años 90 ese paraje bucólico fue escenario de una historia espeluznante digna del mejor true crime. La fantasía de convertirla en un próximo proyecto dejando atrás al señor de los huevos termina entusiasmando a Pía y convenciendo a un reticente Davis. Pero la posibilidad de incluirla en el catálogo de la cotizada Streamberry les exige un plus de novedad: ¿Es posible encontrar un ángulo personal y nuevo material sobre aquella tragedia?
Con reconocidos actores británicos como John Hannah y Monica Dolan, “Loch Henry” desmenuza la fascinación por los crímenes verdaderos y la aparición de un ejército de investigadores amateurs decididos a explorar los lugares más macabros y revistar los sucesos más espeluznantes con el anhelo de encontrar una inesperada “revelación”. El camino de Davis es personal en tanto es el pueblo de su infancia, su padre policía ha muerto debido a los corolarios del suceso, y su propia historia está entrelazada con la figura de Iar Adair. Al igual que con las bioseries, los documentales de crímenes que abarrotan los catálogos del streaming son el perfecto sustituto de la inventiva de la ficción. Alejada de la impronta satírica del primer episodio, esta segunda entrega explora los límites del formato estrella y su temeraria cercanía con quienes se transforman -sin clara conciencia- de observadores diligentes a protagonistas de un horror real empaquetado como entretenimiento.
El tercer episodio, “Beyond the Sea”, es quizás la estrella de esta temporada, una fascinante exploración de un tiempo alternativo en plena carrera espacial hacia fines de los 60. Dos astronautas son los tripulantes de una exigente misión en el espacio mientras sus réplicas habitan en la Tierra y disfrutan sus respectivas vidas familiares. David Ross (Josh Harnett) es un hombre galante y seductor, artista y padre de familia, un héroe de esa vorágine que fue la carrera lunar, orgulloso de exponer su réplica mecánica como logro perfecto de la ciencia. En cambio, Cliff Stanfield (Aaron Paul) habita en una casa solitaria en el medioeste junto a su esposa Lana (Kate Mara) y su pequeño hijo, alejado de la publicidad, los curiosos y las congratulaciones. Pero esa vida escindida entre la exigencia laboral y la mera domesticidad esconde un inimaginable desenlace.
La tradición de Black Mirror de explorar los géneros tradicionales lo lleva aquí a tensar el universo de la ficción científica de la posguerra con ciertos miedos que asoman hoy en día en los reinventados discursos que encuentran en la tecnología una alteración del “orden natural”. En esa vocación se aventuran también los dos últimos episodios, ramificaciones del imaginario del terror en registros abiertamente complementarios. El cuarto y más austero, “Mazey Day”, situado en el 2006 y con eje en el mundo de las celebridades y los paparazzis, comienza con la historia en paralelo de una fotógrafa freelance (Zazie Beetz) y una joven estrella en ascenso (Clara Rugaard), cuyas vidas se entrelazan bajo la tenue luz de la luna llena. El quinto y último episodio, titulado “Demonio 79″, es un claro homenaje al terror de la productora Hammer -con claros ecos de la estética de un independiente como Peter Strickland sobre todo en su película In Fabric- situado en el norte de Inglaterra en 1979 con el trasfondo del ascenso del Frente Nacional y la campaña electoral de Margaret Thatcher.
La recreación de tiempos pasados -en lugar de la proyección de futuros distópicos- le ha permitido a Brooker también en ocasiones anteriores evaluar bajo otro prisma el presente. Sin embargo, pese a que episodios como “San Junípero” o la propia película Bandersnatch han usado los años 80 como globo de ensayo, la sexta temporada cita y examina hechos históricos y contextos sociales - el accidente de Lady Di, la carrera espacial, el mediático romance de Tom Cruise y Katie Holmes, la fiebre xenófoba de los nuevos nacionalismos- a partir de sus consecuencias todavía vigentes. No son solo la tecnología y su anunciado reemplazo del hombre los hitos que inspiran terror sino la conciencia de un tiempo que se repite y se reinventa sobre su propio espejo, alimentado por los miedos y las ansiedades que asedian a la humanidad hoy al igual que siempre. Lo más inteligente de esta última temporada es menos esa idea celebrada de anticipar posibles futuros aterradores sino el hallazgo de aquellos espejos oscuros en el pasado en los que podemos entender y afrontar el presente de nuestros días.
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