Big Little Lies, una serie con un final inmejorable
La ficción de HBO se despidió de la pantalla en gran forma, revelando el asesino y la víctima de la trama policial con la que coqueteó durante siete episodios; el final alimentó los rumores de que podría haber otra historia para una segunda temporada (atención: HAY SPOILERS)
Era claro que el enigma en el centro de Big Little Lies, la miniserie de HBO que ¿culminó? el domingo, era lo menos interesante de la ficción escrita por David E. Kelley, pero sorprendió gratamente descubrir que su resolución fue cualquier cosa menos "de manual". Para quienes no hayan visto aún la serie, adaptada del bestseller de Liane Moriarty y trasladado de Australia a la costa californiana de Monterey, lo que sigue –alerta: hay spoilers– puede ser leído como una recomendación para verla en un par de sentadas (está disponible completa en la plataforma HBO Go, a la que se tiene acceso gratuito como suscriptor del premium). Para quienes siguieron paso a paso las vicisitudes de la amistad entre la silenciosa Celeste ( Nicole Kidman ), la dolida Jane ( Shailene Woodley ) y la cáustica Madeline ( Reese Witherspoon ), recorramos el último tramo de su camino.
"Esto se va a poner feo", decía Madeline al prever el desastre parental que se aproximaba en el inicio de la serie. La hija de Renata (una inspirada Laura Dern ), Amabella, acusaba a Ziggy, el "nuevo" alumno de primer grado, hijo de Jane, de ahorcarla el primer día de clases y acosarla en las semanas subsiguientes. La pequeña pero picante Madeline, detectando una injusticia, rápidamente se ponía del lado de la joven madre y marcaba la línea de combate ante la poderosa ejecutiva tecnológica que, por todos sus logros, estaba convencida que la odiaban a ella incluso más que a su apocada hija. Verlas librar round tras round en su batalla "moral" y sabotearse sin piedad (como cuando el personaje de Witherspoon propuso una salida colectiva a Disney on Ice el día del cumpleaños de la pobre Amabella) fue uno de los grandes placeres de la serie, pero aún mejor fue descubrir que el final de Big Little Lies las encontró aliadas, fuertes y seguras en la convicción de que juntas no deberían temerle a nada. Pero más sobre eso después.
En este séptimo capítulo, luego de que su madre confirma que no era el adorable Ziggy quien le hacía la vida imposible a Amabella ("somos amigos, a los dos nos gusta Star Wars", decía el chico, quizá en un guiño a la participación de Dern en Episodio VIII) sino uno de los gemelos de Celeste (Kidman), Jane –que temía detectar en su hijo alguna herencia "genética" de su padre biológico, que la había violado en su única cita– no supuso que esa noticia era para Celeste la confirmación de que la violencia que sufría a manos de su marido Perry (un sólido Alexander Skarsgard ) había llegado a sus hijos, por más que negara a su terapeuta esa posibilidad.
Mucho se ha dicho acerca del inusual talento de Nicole Kidman, y aquí diremos algo más: su Celeste es una adición fenomenal a su galería de personajes reticentes, autosuficientes, opacos, "fríos" (diríamos aquí, con esa obsesión latina por la demostratividad) que no cortejan nuestra simpatía, que no buscan que nos pongamos en su lugar ni que les deseemos que consigan sus objetivos. El resultado es que nos encontramos haciendo esas tres cosas y, por el camino, la actriz (nos) pone en evidencia, a nuestra obsesión por juzgar y categorizar en "buenos" y "malos" a quienes nos rodean. Los mejores actores simplemente nos obligan a agregar casilleros.
¿Qué decir del momento en que Perry, luego de golpear a Celeste salvajemente, le alcanza su celular diciéndole que su agente inmobiliaria le había dejado un mensaje, revelándole delante de sus hijos, y con una sonrisa, que sabía que había alquilado una casa para dejarlo? El rostro de ella, que registra en un segundo todas las implicaciones de la amenaza de su marido –desde el horror de tener que viajar en el auto solos, la posibilidad de no llegar con vida al colegio donde se celebrará la fiesta fatal hasta la posibilidad de darse por vencida y cancelar todo o que él se quede con la tenencia de los chicos por este error– es testamento de las inagotables habilidades de Kidman.
Esto no quiere decir que Witherspoon y Dern no brillen en sus papeles –criaturas repletas de falencias pero de una calidez y autoconciencia arrolladoras– ya que fueron construidos para mostrar que, no importa cuánto la gente se juzgue y se condene dentro del ámbito ficticio de la serie, Big Little Lies se niega a hacer otro tanto con sus personajes. Incluso a Perry, el autoconfeso "monstruo" que juega amorosamente con sus hijos, se le otorga el beneficio de la duda. Quizá haya dicho la verdad cuando le pide a su mujer que no lo abandone, que está dispuesto a todo para "domar a sus demonios". Pero lo cierto es que le sigue pegando.
Por eso, cuando la ficción nos deposita en la fiesta, ya sabemos que el coro griego de padres no tiene la menor posibilidad de desentrañar lo que ha pasado en la Noche de Trivia. Hay tantos secretos compartidos por las protagonistas sólo con el espectador que ninguno de estos personajes de reparto podría saber cómo y por qué Perry termina tendido exánime en las escaleras. Su muerte no es presentada como justicia divina ni como reparación dramática sino como un accidente producto de una situación límite. Bonnie (Zoe Kravitz), en el libro, lo empuja para separarlo de Celeste, de Jane, de Madeline y de Renata en un impulso que se enlaza con su historia de abuso. En la serie, esta "explicación" no está, y la escena es más impactante por su ausencia. Uno puede imaginar muy fácilmente qué le dice Celeste a Bonnie después, tomándole con ambas manos la cara, aunque no escuchemos ni una palabra.
Las mejores escenas de Big Little Lies suelen prescindir de diálogos. La revelación simultánea de Perry –ante el cuarteto protagónico– como el violador de Jane y el abusador de Celeste es contada con apenas un intercambio de miradas que precipitan la violencia reiterada del personaje de Skarsgard, desencadenada por su desenmascaramiento público: "No, Perry, no me voy a ir a casa con vos, no insistas", dice Celeste. Sus amigas no necesitan oír más.
Tampoco tiene diálogos la idílica escena final de la serie, en el que las cinco mujeres –uno entiende que hermanadas por la tragedia y por el secreto compartido, sinceras al fin en quiénes son y qué están dispuestas a hacer para seguir siéndolo– llevan a sus hijos a la playa. El océano californiano (y los acantilados que miran sobre la costa cercana a Monterey) era hasta ese momento el símbolo de la turbulencia provocada por la represión y la violencia, por los deseos insatisfechos de los hombres y mujeres que vivían en esas hermosas y opresivas casas de vidrio y metal. Aquí, el eje visual está en la playa, y en el poder contemplar juntas el océano con serenidad, desde una perspectiva "segura". Los maridos no están aquí pero sabemos que acompañan y entienden. Y también las sigue desde lejos otra mirada femenina –la detective con el tic del encendedor metálico, convencida que las cinco no han dicho más que mentiras en su presencia– que promete una posible continuación de la historia si así lo quieren sus responsables. Es tan perfecto el final que es difícil pedir más.
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