Better Call Saul: un final a la altura de Breaking Bad que concluye un extraordinario universo televisivo
La serie de Vince Gilligan y Peter Gould concluyó luego de seis temporadas impecables; atención: esta nota contiene spoilers de su último episodio
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Cuando Better Call Saul comenzó, allá por 2015, la creación de Vince Gilligan y Peter Gould se presentó como un spin-off de esa exitosa serie ya instalada en la cultura popular, Breaking Bad. Sin embargo, siete años, seis temporadas, y 63 episodios después, sus showrunners refutaron esa premisa: Better Call Saul fue siempre la serie madre, la precuela y la secuela de Breaking Bad, la historia que habría de resignificar aquella otra, la de Walter White (Bryan Cranston), el profesor de química de Albuquerque que se convierte en un narcotraficante mientras era apuntalado, entre otras figuras, por la de su abogado criminal, Saul Goodman (Bob Odenkirk).
Si ya el penúltimo episodio de la serie que se despidió este martes por Netflix, el memorable “Waterworks” escrito y dirigido por Gilligan, trazaba en una hora muchísimos paralelismos entre ambas series, “Saul Gone” lo que hace es que no podamos ver Breaking Bad del mismo modo y, al mismo tiempo, parte de un título que contiene varios significados. Porque si hay algo que les gusta a Gilligan y a Gould (responsable absoluto del final de la ficción), son los simbolismos.
Cómo Jimmy usa la máquina del tiempo
El final de Better Call Saul nos sitúa en otro capítulo, uno de los mejores: “Bagman”. Mientras Saul busca agua en medio del desierto, aparece la figura de Mike (Jonathan Banks, esa carta que sus showrunners nunca dejaron ir, quizá el mejor personaje que construyeron) y ambos entablan una conversación sobre qué harían si pudieran volver el tiempo atrás. La respuesta de Mike se relaciona con la primera vez que aceptó una coima y el silencio lo completa el espectador. Sabemos que, de no haberlo hecho, no se hubiese gestado el efecto dominó que terminó en la muerte de su hijo, cuya figura seguía viendo en los indefensos Nacho (Michael Mando) y Jesse (Aaron Paul). Así se despide Mike de la serie, con ese vacío que siempre llevó consigo durante todo el universo Breaking Bad-El Camino-Better Call Saul.
Cuando al abogado le toca responder, lo hace de manera elusiva y con algo de humor, una viñeta a color que se volvería a repetir con Walter en esa breve estadía que compartieron en un búnker antes de adoptar nuevas identidades. Heisenberg, fiel a su estilo, desestima la charla utilizando a la ciencia como base y le dice a Saul lo que él no se anima a verbalizar: “Vos estás hablando de si me arrepiento de algo”. Lejos de aludir a su familia -lo cual hubiese contradicho la propia esencia del personaje- recuerda a Grey Matter, la empresa que fundó con sus amigos y socios, Elliott y Gretchen Schwartz, y revela que lamenta haberse ido. Suena lógico si consideramos que su complejo de inferioridad y sus ganas de sentirse vivo lo conducen al camino que todos conocemos. Cuando Saul debe responder, nuevamente evita hacerlo seriamente (aunque con un guiño al “slippin’ Jimmy”) y así la serie empieza a presagiar el final de Saul.
La máquina del tiempo de Herbert George Wells es el libro que está leyendo Chuck (Michael McKean) en una de las visitas de su hermano a su casa, cuando había cierta armonía entre ellos (un libro que luego Jimmy toma y lo guarda consigo). El flashback se hizo esperar por años, así como también la confesión de Saul en la corte, cuando finalmente es llevado a la Justicia por los daños ocasionados en la línea temporal de Breaking Bad. Jimmy mata a Saul, recuerda a su hermano y vemos el cartel de salida, el mismo que, a color, estaba presente en el capítulo “Chicanery” en el que el menor de los McGill presenta a su hermano como una persona insana y le quita lo único que le queda: su reputación, la posibilidad de seguir ejerciendo la abogacía.
Es un simbolismo extraordinario de Gould. Jimmy, tras negarse varias veces, eventualmente usa la máquina del tiempo para retomar su nombre original y acabar con Saul. Él mismo le dio vida Goodman y él mismo decidió cuándo era tiempo de matarlo, frente a las viudas de Hank (Dean Norris) y Steve Gomez (Steven Michael Quezada). La aparición de Marie (Betsy Brandt) es otro recordatorio del dolor que infligió Walter -y quienes trabajaron para él- a cientos de personas, y una sutil y triste forma de recordar a las figuras heroicas de Breaking Bad que murieron en su ley. Sin embargo, en el final a la serie le quedaba una carta por jugar. “Waterworks” no podía ser el último capítulo de Kim Wexler (Rhea Seehorn, la revelación de la serie), por más perfecta que haya sido su secuencia con Jesse. Y, afortunadamente, no lo fue.
El amor como veneno y salvación
“Juntos somos veneno”, le había dicho Kim a Saul luego de la muerte de Howard Hamlin (Patrick Fabian), el punto de inflexión de la serie y de la vida de esa pareja. Él logra seguir adelante porque se pone toda una coraza con la que atraviesa la narrativa de Breaking Bad y porque, como lo admite en su juicio final, no fue lo suficientemente valiente como para hacerse cargo de sus actos. Ella, en cambio, se muda a Florida, a un mundo gris donde no toma decisiones, trabaja en el lugar más rutinario posible y paga sus culpas de ese modo: matando a la Kim que disfrutaba urdir esos planes con Saul.
Cuando él se entera que su exesposa confesó lo sucedido con Howard, hace su última jugada magistral y logra que ella asista a su juicio. Su mera presencia, su mirada intensa, es suficiente para que Jimmy use la máquina del tiempo, deje las negociaciones de lado, se corra de su lugar de víctima, y confiese todo lo que hizo, desde su alianza con Heinsenberg a la manipulación psicológica a su hermano. Esto último no habrá sido un crimen per se, pero fue uno de sus actos más despreciables, otro de esos planes ejecutados sin mirar atrás, incluso cuando Chuck se quita la vida. Better Call Saul termina con Jimmy por primera vez defendiéndose a sí mismo y , la única vez que lo hace, no lleva a cabo la artimaña que promete al decir “It’s Showtime!”, otra frase que nos remite a las primeras temporadas, a esos grandes montajes.
Better Call Saul concluye con una visita filmada con approach noir, con Kim presentándose como la abogada de Jimmy, con un peinado diferente, una Kim que no es la del comienzo ni tampoco la de Florida. La vemos ejerciendo de nuevo, ya sin el peso de lo que ocultó. Ella saca un cigarrillo y se apoya con Jimmy en la pared de la celda, un fotograma que nos retrotrae a tantos momentos compartidos por ellos cuando fumaban en silencio y a color. En este caso, el único rasgo de color es el de la llama (ya lo dijimos: a Gilligan y a Gould le gustan los simbolismos). Como en el inicio, hablan poco, Jimmy hace un chiste sobre sus 86 años de condena y Kim se va. Ambos se despiden con la reja de por medio (como Mike lo hacía con el padre de Nacho) y él no deja de mirarla. Es la única persona que le queda en el mundo y la única persona a la que no traiciona nunca.
Si es una despedida definitiva nunca lo sabremos, pero Better Call Saul consigue esbozar un final consecuente con el universo Breaking Bad (Walter muere, Jesse escapa a Alaska y Jimmy es el único en pagar las consecuencias preso), melancólico pero no devastador. El perfecto término medio. Cada personaje de esta trifecta televisiva que quedará en la historia obtiene el final que se merece de acuerdo al camino que tomó -de eso se trata este micromundo, a fin de cuentas- y Jimmy encuentra consuelo en la visita de Kim y en la muerte de Saul. Saul se ha ido. Y solo había una persona que podía acabar con él de una vez y para siempre: James Morgan McGill.
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