Ben Casey: un médico idealista que impactó en la cultura popular, una traición y la encuesta que hundió a una serie pionera
Abordando la enfermedad como una forma de explorar la condición humana, esta ficción ayudó a definir el paradigma del moderno drama médico televisivo durante la primera mitad de los años ‘60; gracias al carisma de su protagonista, Vincent Edwards, llegó a lo más alto del reconocimiento crítico y popular
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Hombre. Mujer. Vida. Muerte. Infinito. Cinco signos dibujados con tiza sobre un pizarrón. Cinco palabras que acompañaron la apertura de cada capítulo de Ben Casey, la serie que ayudó a patentar el drama médico como género televisivo de aceptación masiva. Protagonizada por Vincent Edwards como el neurocirujano rebelde, inconformista e idealista de un gran hospital de Los Ángeles, el programa combinó el pathos shakesperiano con el expresionismo alemán para hablar de los traumas álgidos de la sociedad sesentista norteamericana. Se animó a jugar fuerte, adoptando un tono filosófico duro, oscuro y realista, antes de diluirse en un romance telenovelesco que lo vació de sentido crítico.
Historia clínica
Desde chico, James Edward Moser estuvo obsesionado con la salud del ser humano. No por la falta de enfermedades o lesiones, sino por el estado de equilibrio entre factores físicos, biológicos, mentales, emocionales, sociales y espirituales. Se dice que quiso estudiar medicina, pero no se conocen registros formales de su paso por alguna universidad. Sí se sabe que inició un camino como sacerdote jesuita que nunca terminó, abandonando el seminario después de realizar algunas prácticas apostólicas en distintos hospitales. “Era un hombre sumamente formado, profundamente humanista y preocupado por la ética médica. Como la religión no respondió sus dudas, se dedicó a buscar respuestas charlando con los doctores”, dijo hace unos años Alice Rodríguez, enfermera de Los Ángeles que terminaría siendo la mano derecha de Moser en su mayor éxito televisivo.
Llegó a la radio intentando colocar un drama médico de corte realista, pero la industria lo reclutó como redactor de noticias, guionista de documentales, programas de entretenimiento y ficciones varias. La fortuna lo puso a trabajar en las historias de Dragnet, radioteatro policial de la NBC que lideró el encendido entre 1949 y 1957. Sus guiones estaban entre los más aplaudidos por el público; y eso hizo que fueran los más apreciados por los directores de la emisora. Cuando Dragnet saltó a la TV en 1951, Moser replicó su éxito en la pantalla chica y, después de un largo batallar, obtuvo el visto bueno para su proyecto sobre el mundo de la medicina.
Medic, la primera serie de su estilo en los Estados Unidos, debutó en la NBC el 12 de septiembre de 1954. Con Richard Boone como el doctor Konrad Styner, narrador y ocasional protagonista de las tramas, el programa intentaba construir una épica historia de la clínica médica bajo el formato tradicional de telenovela. Arrancando con una epidemia de cólera en el lejano oeste y terminando con un ataque nuclear sobre los Ángeles en un futuro cercano, hizo docencia y divulgó tratamientos para la leucemia y el cáncer de mama, enfermedades mentales, cirrosis, polio, diabetes, hipocondría y lepra, por poner un par de ejemplos. Todo, siempre, atento al mínimo detalle y con una rigurosidad científica apabullante. “Ese fue mi gran error -reconoció Moser antes de morir-. Quise hacer una serie sobre médicos y terminé haciendo una serie para médicos”.
Pasión y compasión
Tras la cancelación de Medic en agosto de 1956, Moser no se dio por vencido. Siguió recorriendo los pasillos del Los Angeles County Hospital (hoy conocido como el Los Angeles General Medical Center) y allí hizo amistad con la enfermera Alice Rodríguez, que lo contactó con el doctor Allan Max Warner, joven e intenso neurocirujano que chocaba con sus superiores al interpelar el discurso hermético y distante de la Academia. “Max resumía lo mejor y más brillante de su generación -aseguró Moser-, sobre todo por la pasión y la compasión que ponía en el trato de cada paciente”.
Basándose en la figura de Warner, Moser modeló a Ben Casey, áspero, determinado, exigente e idealista neurocirujano que se rebelaba contra el sanitarismo técnico, postulando un abordaje integral de la salud. Por estas condiciones, era tutelado y protegido por el Dr. David Zorba, jefe de neurocirugía del hospital, que oficiaba también de figura paterna para el impetuoso y taciturno Casey. La propuesta original tomaba a la enfermedad como un disparador narrativo para explorar la condición humana; y hacía del hospital una metáfora poco alentadora de los dramas de la sociedad contemporánea.
La ABC compró el proyecto. Recomendado por el cantante y actor Bing Crosby, productor ejecutivo de la serie, el ascendente Vincent Edwards se quedó con el papel de Ben Casey. De un extenso casting surgieron el veterano Sam Jaffee como el Dr. Zorba; Harry Landers como el neurólogo Ted Hoffman; y Bettye Ackerman como la anestesióloga Maggie Graham, uno de los primeros personajes femeninos empoderados de la TV estadounidense. Buscando no descuidar el realismo médico, Moser logró que parte de la serie se filme en el interior del Los Angeles County Hospital; y que Rodríguez entrene al reparto en el manejo del instrumental y la dinámica corporal dentro de un quirófano. Además, obtuvo el asesoramiento científico del Dr. Joseph Ransohoff, pionero en el diagnóstico por imágenes, la neurorradiología, la neurocirugía pediátrica y el cateterismo cerebral.
Ben Casey debutó el lunes 2 de octubre de 1961 a las 22, instalándose entre los veinte programas más vistos de los Estados Unidos. De acuerdo con Moser, fue un éxito inmediato gracias a la combinación exacta de “conflicto humano, empatía entre los problemas de los médicos y los problemas de los pacientes, desarrollo interno de los personajes y diálogos creíbles”. También, desde su óptica, llamó la atención del público “por animarse a abrir debates sobre temas que se hablaban mucho en las casas pero no tanto en la televisión”, como tensión racial, adicción a las drogas, discriminación de los inmigrantes, abuso infantil y eutanasia, entre otros.
La serie presentó un novedoso tono, más oscuro y ominoso que la media, con imágenes descarnadas que, al decir del guionista Barry Oringer, “exteriorizaban la ansiedad y el fatalismo que acompañan a las enfermedades graves. Por eso, el interior del hospital carecía de rasgos distintivos y no tenía ventanas; era como un laberinto de pasillos yermos, inquietantes y vacíos, a las tres de la mañana. La metáfora perfecta de la melancólica personalidad de Casey”.
Médico de familia
Una vez en el aire, el programa no paró de crecer. La familia entera seguía las peripecias personales y profesionales de Casey y su altruista grupo de amigos, obstinados en expandir los límites de la medicina sin pervertir los valores éticos y morales que habían jurado profesar. El show trepó hasta el séptimo puesto del encendido nacional y Vincent Edwards se transformó en una de las caras más populares del país y del mundo, lanzó su carrera como cantante y alcanzó el estatus de sex symbol.
Ben Casey se diversificó en novelas, cómics, fotonovelas, discos, muñecos, juguetes, kits infantiles de instrumental médico; y su propio (y breve) spin-off: la serie Breaking Point (1963), protagonizada por Paul Richards como el Dr. McKinley Thompson, jefe de psiquiatría del ficticio York Hospital de Los Ángeles. No paró ahí. Los Picapiedras caricaturizaron a Casey en el episodio en que nacía Pebbles, la hija de Pedro y Vilma Picapiedra; Jerry Lewis apareció mirando la serie en la película Un loco con suerte; y los soldados norteamericanos acantonados en Vietnam empezaron a utilizar el código “Ben Casey” para referirse a un médico de campaña.
Con el show en la cima de su éxito, ABC decidió prescindir de los servicios de Moser. Lo primero que hicieron fue encargar una encuesta, para determinar la tipología del público espectador. La respuesta marcó una preponderancia femenina y, en base a ese dato estadístico, decidieron volcar las tramas hacia el terreno de las telenovelas románticas. Para el inicio de la cuarta temporada (septiembre de 1964), se incorporó al elenco Stella Stevens como Jane Hancock, que despertaba de un coma de 15 años para iniciar un clásico romance con Casey. El rating se desplomó.
Último suspiro
Disconforme con el nivel de los argumentos, Jaffe abandonó el hospital para la quinta temporada (1965-1966) y fue reemplazado por Franchot Tone como el Dr. Daniel Niles Freeland, nuevo jefe de neurocirugía. Buscando el milagro, Edwards pidió volver a las fuentes y logró abordar temáticas riesgosas como la mala praxis, el embarazo adolescente, la violencia de género y las revoluciones latinoamericanas. Las cosas no mejoraron. “Desesperados, sólo supieron huir hacia adelante -contó Oringer. Y adelante estaba el vacío”. El 21 de marzo de 1966, con cinco temporadas y 153 episodios, Ben Casey se despidió de la TV.
Con el tiempo, la serie ratificó su condición de clásico televisivo, definiendo (junto con su contrincante, Dr. Kildare), el modelo a seguir por cualquier drama médico que se precie de tal, desde E.R. hasta Dr. House y desde Grey’s Anatomy hasta The Good Doctor. Edwards siguió trabajando en Hollywood, pero nunca volvió a alcanzar el nivel de popularidad del que había gozado. En 1988, se jugó todo con el telefilm El regreso de Ben Casey, piloto para el deseado relanzamiento que no fue. En la trama, Casey regresaba a su hospital después de 25 años sirviendo en el Ejército, para encontrarlo todo dado vuelta. “No funcionó ni como nostalgia -se sinceró Edwards en 1995, poco antes de morir-. Casey era un médico de cuerpos, pero sobre todo era un curador de almas. Y el único que sabía cómo transmitir eso era James Edward Moser”.
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