Bellas artes: el descenso a los infiernos de la administración pública, en un museo madrileño
Mariano Cohn y Gastón Duprat regresan al mundo del arte para redondear una ácida mirada al campo expresivo e intelectual, con una gran actuación del argentino, junto a José Sacristán
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Bellas artes (España-Argentina/2024). Creadores: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Dirección: Martín Bustos. Guion: Andrés Duprat. Fotografía: Kiko de la Rica. Edición: Alberto del Campo. Elenco: Oscar Martínez, Aixa Villagrán, Koldo Olabarri, José Sacristán, Dani Rovira, Ana Waneger. Disponible en: Star+. Nuestra opinión: buena.
Dos jóvenes profesionales esperan en un amplio salón para realizar la entrevista que determinará quién ocupará la dirección del importante museo iberoamericano de arte moderno de Madrid. Pero les informan que Antonio Dumas llegará para sumarse a la evaluación. Sorprendidas, consideran que Dumas -un tan prestigioso como veterano historiador y gestor cultural- es una figura del pasado que no significa peligro alguno para competir por el prestigioso cargo que las tiene como finalistas. Además, ellas tienen su mirada y planes acordes al entendimiento social contemporáneo: el respeto a las minorías, la cultura alternativa y el lenguaje inclusivo son parte de la mentalidad desde el cual desean acceder a la dirección del museo. Tanto Erne, clara representante de la cultura alternativa y urbana, como Musoke, su contendiente de origen africano, esperan con ansias y mucha seguridad esa opción. En ese concurso (título del primer episodio), hace su ingreso Antonio Dumas, un hombre fuera de toda corrección política, que comienza impugnando el mismo concurso al que se presenta.
Pero este agrio historiador, que se autodefine como “viejo, hombre, blanco, de ascendencia europea y heterosexual”, incluso logrando irritar al tribunal, consigue (no queda en claro cómo), acceder al cargo de director. Resulta interesante el suspenso que establece Bellas artes en esos tres llamados telefónicos casi iguales donde una lacónica voz del Ministerio de Cultura le informa al interlocutor, en dos ocasiones, que no ha sido elegido. “¡Enhorabuena!”, dirá la voz para comunicar a Dumas con la propia ministra de Cultura.
El cargo para Dumas será lo más parecido a un descenso a los infiernos de la gestión pública: deberá lidiar con egos y antipatías personales, con conflictos sindicales, precariedad laboral, caprichos de sus superiores, la atribulada personalidad de los artistas y estructuras de trabajo nada funcionales y que no son todo lo que brillan por fuera. Pero este veterano gestor cultural tampoco es el paradigma del consenso: a su mirada cínica y burlona le añade su cuota de soberbia para pensar que puede lidiar con todo (y todos) a su voluntad. Y queda claro que no.
El siguiente episodio, “Trascendencia”, muestra cómo deberá vérselas tanto con un atentado contra una escultura que se encuentra en la puerta del museo como con las decisiones políticas que prefieren sacarse de encima el problema que representa la estatua. El tercer capítulo, “Conciencia ecológica”, irá menos a los atribulados conflictos generales de los primeros dos y se centrará en el montaje de una exposición que termina generando un problema para todos. “Lucas”, “Artistas en residencia” y “Una escultura mutante” son los títulos de los restantes tres capítulos que completan la primera temporada de Bellas artes, con la cual Mariano Cohn y Gastón y Andrés Duprat continúan el derrotero que iniciaran exitosamente con El artista (2008), donde comenzó su análisis del mundo del arte contemporáneo y, particularmente, de las obsesiones y esnobismos de sus artistas. Ese camino continuó, en buena medida, con El hombre de al lado y se afianzó con El ciudadano ilustre, Mi obra maestra y Competencia Oficial.
En cada una varió el punto de vista, pero en todas prevaleció la mirada irónica y cargada de humor negro sobre los contrapuntos sociales y el “entendimiento cultural” más preso del ego que de la reflexión. Desde una aparente “reinstauración conservadora”, que engalana el personaje del siempre descomunal Oscar Martínez, la propuesta de Bellas artes es más amplia porque desliza el análisis del discurso sobre qué es ser “políticamente correcto” y cómo el nihilismo se hace presente al no existir hoy ningún rol social específico, lo que culmina justificando posturas extremistas. Una diferencia que predomina hasta convertirse en norma y, muchas veces, en ese camino es tergiversada hasta el estereotipo.
Además de Oscar Martínez, el contrapunto fundamental de los primeros minutos estará dado por un verdadero duelo actoral con José Sacristán, como un artista protegido de la ministra, que será un verdadero dolor de cabeza para el recién ungido director. Con una fotografía de Kiko de la Rica que expone compositivamente cada encuadre como una obra en sí misma, destacando la representación de la representación, Bellas artes aunque no tenga grandes sorpresas, continúa con hallazgo el devaneo de los conflictos pequeñoburgueses que aquilatan la filmografía previa de Duprat-Cohn-Duprat, donde siempre queda claro que la ironía parece solo dirigida al mundo del arte con su infinita distancia entre la valoración de una obra por parte del público común y ese universo especializado que la contiene, pero que termina trascendiendo todas las capas de la siempre compleja realidad social, ya no presa del arte pero sí de las formas de consumo montadas sobre él.
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