Bebé Reno: el extraño fenómeno de Netflix presenta una disección brutal de dos personajes complejos envueltos en una historia de acoso
Sin figuras reconocibles ni un título demasiado explícito, la miniserie se volvió un suceso viral y encabeza el ranking de la plataforma a pocos días de su estreno
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Bebé Reno (Baby Reindeer, Reino Unido/2024). Creador y guionista: Richard Gadd. Dirección: Weronika Tofilska y Josephine Bornebusch. Música: Eugeni y Sacha Galperine. Fotografía: Krysztof Trojnar y Annika Sumerson. Elenco: Richard Gadd, Jessica Gunning, Nava Mau, Michael Wildman y Danny Kirrane. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: muy buena.
Bebé Reno se estrenó casi en secreto en Netflix y, en pocos días, llegó a encabezar el ranking de lo más visto en el país. Considerando la ausencia de figuras, de un gancho contundente en la venta o siquiera de un título descifrable, su ascenso se debe al boca a boca o, más probablemente, al tuit a retuit desencadenado por sus propios méritos. En Gran Bretaña, su lugar de origen, también fue un fenómeno viral aunque allí contaba con un respaldo mayor porque está basada en la obra unipersonal del cómico Richard Gadd -creador, guionista, y protagonista de la serie- que fue un éxito de público en el off-West End (el equivalente británico al Off-Broadway) e incluso, en 2020, recibió el prestigioso premio Oliver, entregado cada año a lo mejor del teatro londinense.
Además de la habitual descripción heteróclita de las promociones de Netflix (“inusual, psicológica, humor negro”), lo primero que se nos dice es que consiste en una ficción basada en hechos reales, algo que autoriza a contar una historia que suele ser femenina en masculino, dado que trata de la propia vida del autor. En la escena inicial, el protagonista Donny Dunn (Gadd) se presenta en una estación de policía para denunciar una situación de acoso. Lo que sigue es un interrogatorio reconocible aunque con los géneros invertidos: es un varón quien tiene que presentar una prueba del delito de una mujer para ser tomado en serio y, luego de que revele que el problema había comenzado hacía seis meses, quien debe responder por qué tardó tanto tiempo en hacer la denuncia.
La serie se concentra en los hechos que llevaron a esa escena -que, en rigor, comenzaron antes de los seis meses mencionados-, y en algunos otros que suceden después. Donny es un no muy promisorio aspirante a cómico de stand up que trabaja como barman en un pub de Londres. Allí, aparece una mujer de mediana edad y contundente sobrepeso con la mirada temerosa de una mascota maltratada o de quien siente que comete una falta solo por existir. Cuando explica que no tiene dinero ni para pagar un té, Donny, por pena, le ofrece uno a cargo de la casa. Este acto mínimo de generosidad parece activar algo en la mujer, quien se vuelve insospechada e imparablemente locuaz: dice que se llama Martha, que es abogada, que tiene un cargo importante como asesora del gobierno y que es confidente de ricos y famosos. Donny se da cuenta de que poco y nada en ese torrente de palabras puede ser cierto; sin embargo, cuando el parloteo se vuelca sobre él y Martha elogia su firme tono de voz o su mandíbula cincelada, se siente halagado y responde a alguna de las galanterías, por cortesía o para incentivarlas. Para Martha, en cambio, el vínculo ya está sellado y da por descontado que existe un interés mutuo. Todos los días aparece por el bar y al poco tiempo planea citas y escapadas románticas. Donny, quien sobre el escenario recibe el abanico de respuestas que va de la indiferencia al desprecio, al principio disfruta de este público de uno, aunque en poco tiempo se vuelve una presencia invasiva y luego también amenazante para quienes lo rodean.
Aunque en la realidad la amplísima mayoría de casos de acoso sucede de hombres hacia mujeres, la inversión de roles que propone la serie permite una mayor libertad en la exploración del acosador y su víctima. Una ficción en la que se cuestionara a una mujer por su propio abuso hoy sería automáticamente desestimada por falta de empatía con las víctimas, arcaica, misógina y desconectada de la problemática real. Si el acosado, en cambio, es un hombre, se abre una puerta para presentarlo como algo más que una víctima pura e incuestionable, un personaje de una nota sola, y se hace posible explorar complejidades, ambigüedades y también plantear la pregunta incómoda por su responsabilidad.
A la vez, al poner en el lugar del acosador a una mujer se vuelve aceptable la posibilidad de encontrar un grado de empatía con la victimaria y de pensar que a su modo también puede ser una víctima. La extraordinaria interpretación de Jessica Gunning como Martha deja ver las capas sedimentarias de dolor de su personaje, que nos invitan a intentar comprenderlo antes de abrir un juicio moral. En el caso real de Gadd, su acosadora le envió 41.071 emails y 350 horas de mensajes de voz en el lapso de cuatro años, es decir, descontando las horas de sueño, aproximadamente un email cada media hora, todas las horas, todos los días. Evidentemente, la hostigadora estaba tan presa de esta dinámica como el acosado. Esto no quiere decir que sean posiciones equivalentes pero sí que este delito implica problemas emocionales y de salud mental que requieren un tratamiento menos simplista que la etiqueta de monstruo.
Precisamente, el mayor mérito de esta serie es que nunca se permite caer en un punto de vista tan perezoso como ese. Gadd tiene la honestidad de someter a su alter ego en la ficción a un análisis aún más brutal e implacable que a su victimaria. Ambos presentan personalidades complejas con aristas tan inesperadas e irregulares, en especial en lo sexual, que hacen pensar en las primeras películas de Almodóvar o en las de Fassbinder. Donny, en particular, es diseccionado tal como si estuviera bajo la lupa de un entomólogo. El personaje expone cada una de sus falencias, mezquindades, frustraciones o fracasos y jamás se exime de la más cruda crítica de sí mismo. A esta altura ya debe quedar claro que este relato no es una comedia sino un drama protagonizado por un cómico, que es algo bastante distinto. Al promediar la temporada, en el devastador episodio 4, el drama da un giro hacia lo macabro.
El autoexamen del personaje es tan exhaustivo que no deja de cuestionarse por su propia responsabilidad en la situación en la que quedó envuelto. Esta interrogación en modo alguno implica que una víctima de acoso se buscó o se merecía lo que le sucedió sino que intenta entender si hay características que llevan a ser un blanco particularmente vulnerable. Donny -y también Martha, quien es un poco su espejo- quiere ser apreciado, cautivar a su público y solo encuentra rechazo. Se pregunta, entonces, hasta qué punto esta carencia lo llevó a dejar entrar en su vida a una acosadora y, también, como se revela eventualmente, a un depredador sexual. La respuesta es más complicada de lo habitual y su enunciación toma toda la serie.
Aunque las redes sociales no son un tema explícito, el personaje hace pensar en la generación que vive en Instagram o TikTok, tan desesperada por ser vista, por recibir continuamente la atención de los demás. El análisis que Donny hace de sí se puede extender a ella y nos lleva a preguntarnos si la necesidad de acumular views o likes como única medida del propio valor no construye un rebaño de narcisistas perpetuamente frustrados y, por lo tanto, potenciales víctimas.
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