Apocalipsis ahora: por qué La guerra de los mundos nos sigue inquietando
Si bien algunos rasgos de la ciencia ficción se pueden rastrear hasta en la tragedia griega y el podio de primera novela del rubro suele ser concedido a Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, fueron los textos de H. G. Wells los que instalaron los tropos que hoy se reconocen como característicos del género: viajes en el tiempo, naves que cruzan el espacio, invasiones alienígenas, mutaciones físicas y todo tipo de tecnología imaginaria son habituales en sus relatos. "Il invente!", cuenta Borges que protestaba Jules Verne, un dedicado arquitecto de máquinas y futuros probables, al leer sus textos.
Wells estableció uno de los rasgos más insistentes del género: su visión del futuro es una admonición sobre el presente. De este modo, su primera novela, La máquina del tiempo (1895), proyecta el inamovible sistema de clases de la Inglaterra victoriana hacia un lejano futuro distópico en el que existen dos castas, los eloi, indolentes, bellos y ociosos, y los morlocks, bestias que trabajan en el mundo subterráneo de las máquinas para alimentar a los eloi. Al promediar la novela, queda claro que los que parecen sirvientes oprimidos en verdad son más parecidos a criadores de ganado.
Así como sus primeros libros son amonestaciones a la estructura social británica, La guerra de los mundos (1898) –que regresa esta noche, a las 22, con una miniserie en tres partes de la BBC que estrena Europa, Europa y estará disponible en Flow– es una crítica al colonialismo: "Nuestra propia especie ha destruido completa y bárbaramente, no tan solo a especies animales, como las del bisonte y el dodo, sino a razas humanas inferiores. Los tasmanienses, a despecho de su figura humana, fueron enteramente borrados de la existencia en una guerra de exterminio de cincuenta años que emprendieron los inmigrantes europeos ¿Tenemos derecho a quejarnos porque los marcianos nos combatieron con ese mismo espíritu?", dice el narrador sin nombre de la novela, obviamente ajeno al relativismo cultural que desvela a nuestra época, pero con inequívocas buenas intenciones.
Más allá de estas especulaciones que presentan las taras de la sociedad como las semillas de su destrucción en el futuro, los textos de Wells –según afirma su admirador Borges en un ensayo de Otras inquisiciones– "son también simbólicos de procesos que de algún modo son inherentes a todos los destinos humanos (...) La obra que perdura es siempre capaz de una infinita y plástica ambigüedad; es todo para todos, como el Apóstol, es un espejo que declara los rasgos del lector y es también un mapa del mundo". Quizás por esto las primeras y mejores novelas de Wells jamás dejaron de reimprimirse y, en particular, La guerra de los mundos es continuamente actualizada en adaptaciones para otros medios.
Cada generación parece haber tomado de este texto aquello que refleja sus propias preocupaciones y, tal como diagnosticó Borges, el texto nunca dejó de proveer. La adaptación más célebre es la de Orson Welles, que lo llevó a la radio bajo el formato de la cobertura periodística de una invasión extraterrestre "auténtica", acaso para cuestionar el elevado grado de influencia de los crecientes medios masivos en la opinión pública. Una parte de la audiencia confirmó plenamente su inquietud porque, a pesar de que el programa tuvo títulos de crédito y cortes comerciales, creyó que se trataba de un suceso real. Welles, un estudioso de las formas del engaño, acababa de crear, ochenta años antes que Facebook, las fake news.
El cine y la TV tomaron la historia una media docena de veces, aunque con variaciones significativas, porque la novela tiene una estructura atípica, que no se ajusta al formato tradicional de los tres actos: presenta al monstruo demasiado pronto (el narrador describe a los marcianos en el primer cuarto del relato) y no hay clímax ni batalla final (cuando la humanidad parece derrotada, se descubre a los invasores muertos por un detalle inesperado). La primera adaptación fue una producción de George Pal de 1953, que ganó un Oscar a los mejores efectos especiales. Como es esperable por la fecha, la historia de una invasión de otro mundo (llevada a los Estados Unidos) se vuelve automáticamente una metáfora sobre la paranoia de los norteamericanos ante la Guerra Fría.
En 2005, Steven Spielberg hizo su propia versión con Tom Cruise en el rol central y otra vez ubicada en los Estados Unidos contemporáneos. Aquí, la connotación muta hacia los ataques del 11 de septiembre: no solo la destrucción provocada por los "trípodes" (los tanques marcianos) está registrada de modo que recuerda el pietaje real de la destrucción de las Torres Gemelas sino que el anticolonialismo de Wells se transforma en un reclamo de insularidad y abierto rechazo al extranjero. Cerca del comienzo, la hija del protagonista (encarnada por Dakota Fanning) explica, en una escena inconsecuente desde lo narrativo aunque no desde lo ideológico, como su propio cuerpo expulsará a una astilla que tiene clavada en el dedo.
La metáfora del extranjero como cuerpo extraño y la sociedad como el anticuerpo natural que lo expulsa es recurrente en el nacionalismo fanático, que probablemente fuera el estado de ánimo de buena parte de los norteamericanos tras los atentados.
En el cine también aparecieron algunas encarnaciones no reconocidas de la historia, como Señales (2002) de M. Night Shyamalan que, tal como Wells, cuenta buena parte de la invasión alienígena de modo fragmentario, solo por lo que se ve desde un escondite; o Día de la Independencia (1996), de Roland Emmerich, en la que, igual que en el original de Wells, la invasión es repelida por una suerte de virus. También existe una serie de TV de 1988 (que no envejeció bien, aunque puede descubrise en YouTube) que era la continuación contemporánea de la historia original y hasta una parodia de Los Simpson.
Este año se estrenaron en televisión dos nuevas versiones de la novela. Una de ellas, producida por Fox y protagonizada por Gabriel Byrne y Elizabeth McGovern, es una serie de ocho episodios que nuevamente transcurre en el presente y se enfoca en varios grupos de sobrevivientes: más que el relato de una invasión, es una narración del fin del mundo.
La otra, que estrena Europa, Europa esta noche, permite ver la creación de Wells en su propia era: por primera vez –excluyendo una película de presupuesto ínfimo muy poco vista y que fue directo a video en 2005– se nos muestra La guerra de los mundos en el período eduardiano. No solo se repone la época, sino también la crítica al imperialismo del original, con la ironía de que hoy el imperio británico "en el que nunca se pone el sol" es apenas un recuerdo.
Aquí la historia avanza paralelamente en dos líneas narrativas: la llegada de los marcianos y el "futuro" inmediato en el que el mundo ya fue conquistado y, al revés del original, es una mujer de gran determinación y preparación intelectual, Amy (Eleanor Tomlinson, liderando un elenco que incluye a Rafe Spall, Rupert Graves y Robert Carlyle), quien busca a su esposo. Wells no era ajeno a semejante aproximación dado que, en 1909, escribió una novela llamada Ann Veronica sobre la liberación de las mujeres. Evidentemente, también en La guerra de los mundos había lugar para el empoderamiento femenino.
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