And Just Like That…: en la nueva Sex and the City, la amistad es literalmente cuestión de vida o muerte
Los dos primeros capítulos de la ficción protagonizada por Sarah Jessica Parker ofrecieron una vuelta de tuerca impensada para el futuro de Carrie y una afirmación de la necesidad de cambiar o morir para adaptarse a un mundo muy distinto a los años 90
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El retorno de una de las series emblemáticas del cambio de milenio tiene como principal interrogante la forma de pensar la vida de aquellas mujeres en el corazón de Manhattan en un mundo que ha cambiado más de lo imaginado. Creada por Darren Star, Sex and the City reveló no solo el glamour de esa Nueva York chic y cosmopolita de los 90, sino que lo hizo desde la mirada de Carrie Bradshaw (Sarah Jessica Parker), una periodista singular y punzante en su escritura, irónica en sus observaciones, descarnada en la exploración de su mundo interno, que junto a sus tres amigas treintañeras condensaron los arquetipos que el rostro femenino tenía para ofrecer en esa década y en esa ciudad. Miranda (Cynthia Nixon), la abogada independiente; Charlotte (Kristin Davis), la sensible con aspiraciones de familia y matrimonio, y Samantha (Kim Cattrall), la audaz y desprejuiciada. Entre ellas se forjó una amistad duradera, no exenta de chispazos y contradicciones, que desplegó en ese fin de milenio los aspectos más variados de la vida citadina, la moda, el sexo, los chismes, los almuerzos en los restaurantes, el arte y toda la cultura de una época afirmada en el ritmo de los monólogos y las conversaciones. Atención, hay spoilers.
¿Qué tienen para contar más de veinte años después? La pregunta puede ser la misma que irrumpe ante cada nuevo reboot de series que intentan aggiornarse y librarse de sus errores en este nuevo escenario del streaming. Más allá de una estrategia comercial para creadores y actrices, de tratar de revitalizar un éxito para aprovechar la nostalgia de los viejos espectadores y conseguir algunos nuevos en el camino, lo que subyace a este flamante capítulo en la historia de Sex and the City es el intento de dilucidar qué funciona de aquel mundo en este nuevo tiempo, de condensar esa ciudad y su vibrante día a día en esta era pospandemia, con una mezcla de recuerdos del pasado, comentarios sobre la vejez y los cambios sociales, vistos desde mujeres que expanden sus propios arquetipos e intentan salirse de esa hegemonía que definía sus patrones de belleza, origen racial, condición social, orientación sexual y pertenencia cultural para abrazar los matices no solo del mundo contemporáneo sino también de la industria de Hollywood de la que son parte.
Y el primer elemento que asoma en los minutos iniciales de And Just Like That…, cocreada por Star y Michael Patrick King –quien dirige además los dos primeros episodios disponibles en HBO Max; el resto se verá semanalmente- es la ausencia de Samantha, hecho que ya se sabía desde el mundo fuera de la ficción, pero que se esperaba con ansias conocer su justificación narrativa. Las disputas entre Sarah Jessica Parker y Kim Cattrall fueron vox populi aún en el tiempo de éxito de la serie y terminaron con la ausencia de Cattrall en este revival bajo el artilugio de un exilio laboral en Londres. El inicio del primer capítulo muestra a Carrie, Miranda y Charlotte durante la espera de una mesa en un restaurante mientras surgen los comentarios al pasar sobre el tiempo de la pandemia y la distancia social. Las referencias a Samantha, luego del comentario de una vieja conocida que las aborda con falso entusiasmo y pegajosa cordialidad en la antesala gastronómica, es: “Samantha ya no está con nosotros”. “¿Murió?”, es la desconcertada y casi evidente respuesta. No, por supuesto que no, la explicación de la oferta laboral en Gran Bretaña, ciertas rispideces con Carrie que concluyeron en mensajes sin respuestas y una frialdad en la comunicación que contagió a las otras amigas, parecen ser el cierre temporal de esa relación que no desaparecerá del todo en el futuro.
Lo que viene después, durante ese almuerzo en el corazón de Manhattan, es la puesta al día de los tiempos en los que trascurre esta amistad tan duradera. Entonces nos enteramos que las tres rondan los 55 años, que Carrie sigue casada con Mr. Big (Chris Noth), es una invitada en un podcast sobre diversidades sexuales y postea nuevas tendencias en Instagram; que Miranda realiza un posgrado en derechos humanos, sigue con Steve y se queja de los ruidosos escarceos sexuales de su hijo adolescente; y, por último, que Charlotte compra vestidos de Oscar de la Renta para el concierto de piano de una de sus hijas y sigue tan sensible como siempre. Los chistes rondan temas previsibles como el paso del tiempo y el dilema de teñirse o no las canas, la dificultad de adaptarse a los cambios culturales, la corrección política, la vigencia de las formas convencionales del periodismo, los nuevos desafíos de la vida académica, las dinámicas familiares con hijos adolescentes y las paranoias de la época. Lo que persiste, y quizás resulta uno de los valores a los que la serie se aferra, es la amistad, más madura y comprometida en estos tiempos difíciles como los que pareciera querer retratar esta versión 2021.
Salido de la escena el fantasma de Samantha, los retratos de Carrie y Miranda se aventuran en un recorrido profesional de cada una de sus vidas en el presente. Carrie forma parte de un podcast conducido por Che Diaz (Sara Ramírez, una de las incorporaciones al elenco), representante no binaria de esa omnipresente reflexión sobre las diversidades, e intenta acomodar sus intervenciones a las exigencias de audacia y provocación de un tiempo que le resulta demasiado explícito. Periodista gráfica, su timidez ante el micrófono resulta un pudor fácilmente percibido como la pacatería de una mujer heterosexual casada y algo conservadora. Quién lo hubiera imaginado. El tópico a explorar para despejar esas limitaciones –y conservar su trabajo- parece ser la masturbación en lugares públicos y el intento de Carrie de soltar sus fantasías y expandir su propio vocabulario no parece conducir a buen puerto. Miranda, por su parte, empieza con mal pie en el curso de posgrado con una prestigiosa académica: realiza comentarios sobre su condición racial, sobre su peinado, su apariencia en tanto autoridad y otra serie de incorrecciones políticas que revelan con ironía cómo las susceptibilidades contemporáneas se convirtieron en una trampa segura para todos.
Charlotte, por su parte, sigue adherida a la vida doméstica, en este caso a su condición de madre de dos hijas adolescentes: Lily (Cathy Ang), una incipiente promesa como pianista, y Rose (Alexa Swinton), rebelde frente a los mandatos en términos de indumentaria. Su hogar junto a Harry (Evan Handler) parece ir viento en popa y las preocupaciones no exceden el pedido a sus amigas de asistir al celebrado concierto de piano de Lily. El caso de Miranda no es tan promisorio: algunas copas sueltas en los bares dan cuenta de la subterránea abulia por su previsible vida cotidiana, de los berrinches con su hijo Brady (Niall Cunningham) por las efusiones sexuales con su novia en la casa familiar y la rutinaria vida matrimonial con Steve (David Eigenberg), cuya sordera resulta tan literal como simbólica. La vida de Carrie sigue con Big, dedicados a la cocina minimalista del salmón, los viajes a los Hampton y a los vinilos de Todd Rundgren a la hora de la cena, como íntimo agasajo que arrastran desde la pandemia. Pero esa pareja feliz no estará exenta de los nubarrones que parecen inundar este revival.
El gran acontecimiento de esta temporada es entonces la repentina muerte de Big en el final del primer episodio, en un montaje que combina los intensos acordes del piano de Lily, ante los aplausos y los rostros lacrimógenos de todos los asistentes, y el infarto del marido de Carrie en su casa, luego de un ejercicio aeróbico bajo la tutela de Allegra, una simpática profesora de bicicleta de Barcelona. Lo que viene en el segundo episodio es el abismo que significa para Carrie esa pérdida, inmersa en un desconcierto que no termina de procesar. Pero, bajo la preparación de un funeral discreto y sin flores, subyace la alianza con sus dos amigas, la reaparición de Stanford (el recientemente fallecido Willie Garson) como comic relief, el envío de un emotivo presente de Samantha desde Londres como guiño de reconciliación, y el intento de Carrie de pensar su propio personaje fuera del influjo que Big tuvo en su derrotero desde el inicio de la serie. Quizás eso explica el golpe de efecto que los creadores intentan en esta apertura: no solo reflexionar sobre el porqué de contar la historia de esas tres amigas veinte años después, sino también la deconstrucción de los que fueron sus principales sostenes narrativos.
El tono del segundo episodio, sumergido en el melodrama de manera inevitable, no esquiva el humor de a ratos, más allá que ese aspecto sea el que no termina de funcionar del todo en esta nueva era de la serie. Salvo el personaje de Miranda, que sigue llevando con soltura las líneas más divertidas y que parece más unida a ese patetismo que todos cargamos encima, el resto de los personajes no terminan de sintonizar con la ironía que la serie original detentaba y que ahora se reduce simplemente a la conflagración entre los criados en los 90 y los representantes del mundo contemporáneo. “No podemos ser las mismas”, dice Carrie a modo de síntesis, y ese es el desafío que subyace en And Just Like That…: hasta qué punto puede atesorar aquella impronta original para sus fans y al mismo tiempo dar cuenta de la coyuntura en la que se inscribe, las formas de ficción contemporáneas, el humor que se espera de su mirada. Por ahora solo queda esperar y descubrir qué les depara ese futuro.
And Just Like That... está disponible en HBO Max, donde también pueden verse los episodios de la serie original, remasterizados en HD
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