Amor y anarquía: relato de un juego de seducción con guiños a la obra de Ingmar Bergman
Amor y anarquía (Kärlek & Anarki, Suecia, 2020). Creadora: Lisa Langseth. Elenco: Ida Engvoll, Björn Mosten, Johannes Bah Kuhnke, Reine Brynolfsson, Gizem Erdogan, Björn Kjellman, Carla Sehn. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Como en los primeros momentos de Escenas de la vida conyugal, el matrimonio de Sofie (Ida Engvoll) y Johan (Johannes Bah Kuhnke) parece funcionar de manera perfecta: racional, moderno, equilibrado. Sin embargo, el devenir de la historia de Sofie nos va a demostrar que hay mucho más debajo de esa apariencia de control y onanismo, una fuerza poderosa pero olvidada, que se tilda de locura pero convive con el pulso de la creación. Hasta aquí llegan las comparaciones con Ingmar Bergman, aunque la serie creada por Lisa Langseth lo mencione e invoque algunos de los tonos de sus comedias tempranas como Una lección de amor. Esta no es la historia de un matrimonio y sus desavenencias, sino la de Sofie y ese destino de anarquía que parece perseguirla desde su vocación literaria frustrada.
Convertida en gurú financiero de la industria editorial, Sofie es el arma secreta de una editorial tradicional para adaptarse al nuevo mercado digital y globalizado. Sus aspiraciones de convertirse en escritora quedaron en el pasado y su incipiente rebeldía encontró el mejor antídoto en el destino psiquiátrico de su padre que no se cansa de protestar contra el capitalismo. Sofie, en cambio, es aguda en su trabajo, operativa en el manejo de su familia y pragmática en la liberación de su propio deseo. Pero todo cambia cuando el juego de seducción que inicia con Max (Björn Mosten), el joven técnico informático de la editorial, escala hasta convertirse en la energía de sus días.
La serie consigue lo mejor en el planteo de la situación y en la construcción de la dinámica entre Sofie y Max. Lo que comienza con peleas y discusiones decanta en una tensión sexual que administran con una reiterada apuesta: "¿A qué no te animás a causar el caos en una reunión? ¿O a caminar para atrás todo el día?". Esos juegos se convierten en el estímulo de Sofie para tentar su pretendido control y encontrar algo de esa inquietud que la había definido como escritora precoz. Además, Langseth delinea un mundo profesional alrededor de ellos: la literatura versus los negocios del mercado, las relaciones con los autores, la política de la cancelación de artistas y los nuevos nichos de la narrativa millennial. Los personajes son simpáticos, muchos de ellos esquemáticos, los enredos son divertidos, los conflictos nunca pasan a mayores. En ese aspecto, Amor y anarquía tiene algo del espíritu de la francesa Ten Percent, lógicamente sin París ni los famosos (aunque aparecen celebridades literarias como Camilla Läckberg).
Lo que termina creando un límite para la serie es el devenir de la relación entre Sofie y Max y la definición de los obstáculos que los separan. Que el marido pase de ser un snob algo ensimismado en su ego a una especie de marido Stepford blandiendo el argumento de la medicalización no resulta un buen augurio. Lo mismo sucede con el entorno familiar de Max y algunos brochazos al paso sobre la relación con su madre y el desamor de su infancia. El humor termina siendo la estrategia que mejor funciona, la que tiñe ese retrato de las relaciones humanas, del mundo del trabajo y las tensiones entre represión y goce, con un verdadero espíritu libertario.
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