Alma de acero: el episodio dedicado al Che Guevara, una furibunda bajada de línea y el fatal diagnóstico que reunió al actor con su personaje
Yendo de la soledad a la introspección, Ben Gazzara encarnó a un hombre intentando aprovechar el poco tiempo de vida que le quedaba en una serie profundamente anticomunista que se emitió entre 1965 y 1968
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Un abogado exitoso se entera que cursa una enfermedad terminal que no le deja más de un año y medio de vida. Decidido a experimentar todo aquello que no pudo, no supo o no quiso hacer antes, parte a recorrer el mundo y vivir aventuras extremas. Tras los brillos del jet set europeo y el misterio de diversos destinos exóticos, termina involucrado en peligrosas misiones de la CIA detrás de la Cortina de Hierro o la Cuba de Fidel Castro y el Che Guevara. Con una premisa aventurera y un fuerte discurso anticomunista, Alma de acero marcó la televisión estadounidense de la segunda mitad de los años ‘60. También catapultó al estrellato internacional a Ben Gazzara, que supo transformar la rutina y el aburrimiento en la máscara existencial de la soledad y la introspección del ser humano enfrentado a su propia finitud. Un macabro juego de espejos entre la realidad y la ficción que terminó uniendo al actor con el personaje.
Un hombre en la ruta
“Necesitamos otro fugitivo”. Sin que se le moviera un músculo de la cara, el guionista Roy Huggins escuchó la frase y, en el acto, supo que ese sería su próximo trabajo. Se lo estaba pidiendo (¿exigiendo?) nada menos que Perry Como, exitosísimo crooner que hacía rato venía jugando en la misma categoría que Frank Sinatra y Tony Bennett. Ese 1964, la productora de Como ponía en la pantalla de NBC el Kraft Suspense Theatre, antología semanal dedicada a contar historias autoconclusivas de corte policial. El programa, esponsoreado por el conglomerado alimenticio Kraft Foods, era en realidad un laboratorio en donde se testeaban futuros proyectos audiovisuales. Con ese criterio, el cantante acababa de encargarle al escritor una idea lo suficientemente parecida (y lo necesariamente diferente) a El fugitivo, la serie que el propio Huggins había creado para el lucimiento de David Janssen y el gigantesco lucro de ABC.
“Básicamente, El fugitivo era un hombre en la ruta, obligado a dejar atrás su vida anterior y escapando de su destino -definió Huggins-. Lo que me hacía falta era encontrar otro motivo que justificara semejante toma de decisión”. Después de darle varias vueltas, se inclinó por una enfermedad incurable. Una que le recordara al protagonista la proximidad de su muerte, pero que no lo incapacitara para moverse de un lado a otro con la libertad que exigiera la trama. “Para evitarnos complicaciones con el tema médico, decidimos nunca mencionar el nombre de la enfermedad -contó el guionista-. Pero entre la producción acordamos que sería algún tipo de cáncer. Una parte del equipo se volcó por la leucemia, pero yo siempre me senté a escribir con el cáncer de páncreas en la cabeza. Nunca supe por qué”.
En pocos días, Huggins definió el perfil de Paul Bryan, encumbrado abogado al que su médico le diagnosticaba una muerte segura en no más de dieciocho meses. Dispuesto a experimentar todo que lo no había vivido en 30 años, Bryan se lanzaba a recorrer el país y el mundo, abierto a nuevas relaciones y situaciones aventureras.
Tras un rápido casting, el papel fue a parar a manos de Ben Gazzara, formado bajo la tutela de Lee Strasberg en el Actor’s Studio y con una carrera profesional que exhibía dos grandes logros: un brillante protagónico en la primera puesta en Broadway de La gata sobre el tejado de zinc caliente (1955); y su consagratoria participación en el film Anatomía de un asesinato (1959), clásico drama legal dirigido por Otto Preminger. Para Huggins, el diferencial de Gazzara estaba dado por “la valiente resignación que expresaba su rostro, su porte masculino, fuerte y sensible a la vez; cierta presencia sutilmente amenazadora; y una voz grave totalmente irresistible”.
A pesar de tener luz verde como serie independiente, el episodio piloto de Alma de acero (Run for your Life) se emitió el 15 de abril de 1965 dentro del Kraft Suspense Theatre. El rating fue mayor del esperado y la NBC dispuso el desembarco del programa en pleno prime time. Cinco meses más tarde, el 13 de septiembre, el esperanzado fatalismo de Gazzara entró en los hogares estadounidenses y se metió en el bolsillo al público y la crítica. Nadie lo comparó con El fugitivo.
El amigo norteamericano
Correr carreras de autos en España y Monte Carlo, asistir a fiestas exclusivas en la Costa Azul y Greenwich Village, esquiar en Suiza, pasar la navidad en Roma, conocer mujeres en Londres o París, nadar entre tiburones en Tahití, convivir con tribus salvajes en Nueva Guinea, subirse a un ring de boxeo con el múltiple campeón Sugar Ray Robinson, participar de un safari en África, disfrutar del carnaval en Rio de Janeiro y New Orleans, cazar nazis en el interior rural de los Estados Unidos, desarticular negocios mafiosos en el corazón de Sicilia. Sensaciones extremas de placer y riesgo con que Paul Bryan buscaba encontrar el sentido de la vida que se le escapaba entre los dedos. En los ratos libres, ejercía su profesión defendiendo en juicio a inocentes falsamente acusados o ayudando a otros enfermos terminales a aceptar y transitar su condición.
“Todo era verdadero, pero nada era real -contó Gazzara-. Desde mi punto de vista, lo único que quería era recuperar la sensación de peligro que había vivido combatiendo a la Amenaza Roja en la guerra de Corea”. La necesidad de adrenalina y el apego al ideario anticomunista terminó llevando al personaje a colaborar con la CIA en misiones sumamente delicadas. De entrada, cada vez con mayor ahínco y dedicación, el abogado devenido aventurero se fue metiendo en cuestiones de seguridad nacional. Con y sin el apoyo de su amigo personal, el agente secreto Mike Allen (interpretado por Stephen McNally), Paul Bryan liberó presos políticos tras la Cortina de Hierro, derrocó dictadores latinoamericanos, se inmiscuyó en revoluciones sudamericanas y caribeñas, se enfrentó contra comunistas albanos, yugoslavos y coreanos; y también convirtió hippies descarriados en militantes del capitalismo materialista.
“El clima de la Guerra Fría estuvo siempre presente. Pero, si mal no recuerdo, la relación entre Bryan y la CIA la incorporamos por expreso pedido de la NBC”, aseguró Huggins. Extraoficialmente, se habló de un acuerdo entre la Agencia Central de Inteligencia y la cadena televisiva para alinear la grilla de programación con los objetivos estratégicos de la política gubernamental. Nadie ratificó ni rectificó esta suposición; y tampoco existen estudios que midan el impacto de la serie sobre la opinión pública, pero lo cierto es que Alma de acero fue construyendo un discurso anticomunista cada vez más extremo y furibundo.
El ejemplo paradigmático terminó siendo el episodio “¿Quién es el Che Guevara?”, emitido el 13 de septiembre de 1967, casi un mes antes de que el rosarino fuera asesinado en La Higuera. En la trama, Bryan ayudaba a dos exiliados cubanos a rescatar a un líder anticastrista que estaba ilegalmente preso en Cuba. El detenido resultaba ser Emilio Díaz, líder del Movimiento 26 de Julio que había bajado de Sierra Maestra al lado de Fidel Castro y el Che Guevara. Ya con la Revolución en el poder, Díaz había descubierto la verdadera naturaleza represiva y opresora del régimen comunista, razón por la cual se opuso a sus antiguos compañeros. Traicionado por el Che, encarcelado por Castro y liberado por Bryan, Díaz pudo gritar su verdad al Mundo Libre desde el estado de Florida, dejando bien en claro la naturaleza criminal e inhumana de Guevara.
Soledad y aburrimiento
Más allá de la cuestión ideológica, Huggins siempre sostuvo que la serie tomaba posición irónica y taciturna sobre la condición festiva de la vida. Nunca amarga ni hostil, sino existencial en el sentido que privilegiaba la mirada de un hombre moribundo que se preguntaba cómo vivir la vida que le quedaba. “Indefectiblemente, la respuesta era la soledad y la introspección -analizó el creador-. Dos condiciones inherentes al ser humano, que la máscara de Gazzara exhibía con un magistral repertorio de pequeños gestos, miradas desgarradas y seducción animal”.
Gazzara parece no haber coincidido con esta apreciación. Actor del Método, componía los personajes desde su memoria emotiva, experiencia profesional y punto de vista personal. A todos los trabajos le ponía el mismo compromiso, pero tenía muy claro que había algunos que tomaba por cuestiones alimenticias y otros que elegía por relevancia artística. Alma de acero no habría estado dentro del segundo grupo. “Hacíamos un episodio atrás de otro, uno más predecible que el otro -contó al diario Libération en 1995-. Todo rutina, aburrimiento y trabajo industrial. Por suerte, John Cassavetes salvó mi vida”.
Figura pionera del cine independiente estadounidense, Cassavetes llamó a la puerta de su amigo Gazzara en 1967, con la idea para la película Maridos: una comedia sobre la vida, la muerte y la libertad (1970), que ambos protagonizarían junto con Peter Falk, famoso por encarnar al detective Columbo. “No lo pensé mucho, agarré mis cosas y me fui”, dijo el actor. En una movida poco común dentro de la industria, Gazzara abandonó el proyecto que lo había hecho famoso y popular en el mundo entero. “Intentamos convencerlo, pero no pudimos. Tratamos de reemplazarlo y, la verdad, es que no había con quién”, se sinceró Huggins. El 27 de marzo de 1968, con tres temporadas y 86 episodios, Alma de acero se despidió de la TV.
Hasta su muerte en 2002, Huggins mantuvo la ilusión de cerrar la historia del abogado que quería aprender a vivir. Tuvo un par de propuestas, pero al no contar con Gazzara se negó a avanzar. Por su parte, el actor se lució en teatro, cine y tv, alternando producciones pochocleras y artísticas. En los Estados Unidosy Europa, se puso a las órdenes de Peter Bogdanovich, Marco Ferreri, los hermanos Coen, Spike Lee, Lars von Trier y David Mamet, entre muchos otros directores. Se mantuvo activo hasta principios de 2012, cuando debió ser internado por motivos de salud. Falleció el 12 de febrero de ese año en el Hospital Bellevue de New York. De manera muy escueta, el certificado médico estableció la causa del deceso: cáncer de páncreas, la misma enfermedad que Huggins había imaginado para Paul Bryan.
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