Las aventuras domésticas del extraterrestre no solo no envejecen, sino que son testimonio de las posibilidades de la sitcom como formato
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HBO Max agregó en su catálogo a Alf, la mítica comedia de los años ochenta creada por Paul Fusco y Tom Patchett. Y si bien rever esa serie en parte tiene que ver con un ejercicio de nostalgia catódica, puede que haya algo más que eso. Encontrarse con Alf es descubrir un modelo televisivo finamente pulido, que también deja en evidencia lo inoxidable que resulta el mundo de las sitcom.
A diferencia de lo que sucede en otros países, las plataformas locales no le dan mucha importancia a la televisión clásica. Actualmente, el atestado mercado de las series pareciera apuntar más al éxito efímero que a la calidad perdurable (a más de veinte años de su estreno, seguimos hablando de Los Soprano pero, ¿recordaremos a Tokio y Denver en unos años?).
La cinefilia hace de la retrospectiva un ejercicio clave no solo para visitar a las glorias intocables sino también para poner en perspectiva qué se ganó y qué se perdió (o viceversa, según el optimismo del día) con el transcurrir del tiempo en el cine. Mirar películas de décadas pasadas es una herramienta que enriquece la mirada y permite construir un paladar propio. De ese modo, el espectador puede seguir un camino personal, que se desentienda de las modas y las publicidades machaconas. Pero en la series ese ritual se traduce en un paraíso perdido.
Ningún seriófilo de esos que recomiendan en redes miles de títulos (que, casualmente, suelen coincidir con listas distribuidas por las propias señales de streaming) puede que esté interesado en subrayar el valor de ficciones tan canónicas como La dimensión desconocida, El prisionero, Ballinger de Chicago, Laverne & Shiley, Combate, Kolchak, Los profesionales o Columbo. Nombres obvios que son una parte significativamente pequeña de una torta mucho más sabrosa. Y eso tiene que ver con que ver la tele mal llamada “vieja” no es algo que esté de moda. Y ante ese panorama, reencontrarse con Alf va mucho más allá de revalorizar una sitcom clásica, sino que también es una forma de apoyar una decisión que debería ser tendencia: la de agregar títulos retro dentro de las plataformas de streaming. Pero claro que más allá de eso, Alf también tiene el valor de ser una gran comedia, sin haber perdido ni un día de vigencia.
Como sucede en todas las sitcoms, un episodio alcanza para establecer los lineamientos de la historia. En este caso, un extraterrestre egoísta, desprolijo y mezquino (pero simpático y de buen corazón), choca en la casa de la familia Tanner. Willie (Max Wright) y su esposa Kate (Anne Schedeen), junto a sus dos hijos deciden refugiar al alien y comenzar una convivencia en la que abundarán los malos entendidos. Fiel a sus raíces ancladas en la sitcom, el punto de partida de Alf puede no ser una gran idea. Sin embargo, sus creadores sabían que la llave del éxito estaba en la impredecible personalidad de su protagonista, los constantes choques con la familia Tanner y una ligera crítica hacia las pequeñas miserias habituales de los suburbios de Estados Unidos (los vecinos Ochmonek, mal vistos, pueden ser una sátira incendiaria). Y la fórmula funcionó a la perfección. En cada uno de los episodios, el protagonista genera algún tipo de desequilibrio familiar que debe resolver y cuya gravedad puede ir de amenazar involuntariamente al presidente de los Estados Unidos a ayudar al pequeño de la casa a actuar en un acto escolar. Y bajo esos argumentos tan disímiles, Fusco y Patchett buscaban jugar con la comedia anárquica, pero disfrazada de humor para toda la familia.
Alf es un adulto, no un niño y eso es algo que se hace evidente en los primeros episodios. El melmaciano toma cerveza y hace algunos chistes de doble sentido. Para sus creadores, el contraste entre un personaje que parecía un tierno peluche, pero que podía tener un mirada ácida, era un inmejorable gatillo para la comedia. Luego de probar ese esquema en los capítulos iniciales, el éxito torció el rumbo de las cosas. Los muñecos de Alf inundaban los cuartos de los niños del mundo y la orden fue entonces la de suavizar el humor de la historia, poniendo el acento en chistes “blancos”. Fusco y Patchett no tuvieron más remedio que ser víctimas de su éxito y bajarle los decibeles a un protagonista que pronto se convirtió en un ícono de la pantalla chica. Pero eso no impidió que la serie igualmente tuviera grandes puntos a favor y lograra mantener un elevado nivel durante los cuatro años que permaneció al aire (y que llegó a un punto final más por las fricciones internas que por la falta de éxito).
La llegada de Alf a HBO Max, es motivo de festejo, porque como ya se mencionó, este título es de las pocas opciones de televisión retro en el mundo de las plataformas de streaming. Por ese motivo, hay que ver esta serie no solo por su calidad sino también porque eso significa apoyar a un mercado de ficciones que no circula por vías legales en la Argentina, pero que el público busca con avidez. Con un poco de suerte, puede que suceda lo que en otros países es habitual y que las plataformas incorporen en sus catálogos más títulos de los años setenta, ochenta y noventa, que permitan redescubrir un pasado olvidado (o peor aún, que circula en formas no oficiales, en una calidad de imagen muy pobre).
Reencontrarse con esta historia es volver a disfrutar de una de las comedias clave de los ochenta, una prueba perfecta sobre lo bien que una sitcom puede resistir el paso del tiempo, a fuerza de un humor todoterreno. Y a 35 años de su estreno, Alf es una propuesta ideal tanto para quienes la disfrutamos en su emisión original como también para un público que pueda descubrirla sobre el final de este 2021. Y es por todo esto que la televisión vintage realmente merece estar al alcance del control remoto.
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