Adolescencia y La residencia, un fenómeno y dos series que fascinan a los espectadores
La miniserie británica y la comedia de misterio ambientada en la Casa Blanca están entre lo más visto de la plataforma
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Desde que se estrenó hace poco más de dos semanas, la miniserie Adolescencia no solo se convirtió en la más vista de Netflix en todo el mundo, incluida la Argentina, sino que también se transformó en un fenómeno global en términos que van más allá de los que se utilizan para evaluar a otras ficciones. Sí, las redes hablan de su particular mecanismo narrativo, cada uno de los cuatro episodios de la miniserie británica está contado en un único plano secuencia (no hay cortes entre escenas, ni distinguibles cambios de planos), de las brillantes actuaciones de sus protagonistas, pero más que nada, la mayoría de los artículos publicados hasta el momento se detienen en las tragedias que suceden más allá de la pantalla y que la ficción retrata con crudeza. La violencia de género, el insidioso papel de la tecnología y las redes en la vida de los niños y adolescentes, las consecuencias de los discursos de odio y las políticas de géneros”, son temáticas abordadas en Adolescencia a partir de un crimen impensable que destapa tanto dentro de la ficción como entre los espectadores que la consumen, un terror tan primario como insoslayable. No es la primera vez que Netflix estrena una ficción que inspira asombro, un boca a boca de espantada admiración y kilómetros de textos de corte académico que intentan explicar su impacto y las lamentables conexiones con el estado del mundo más allá de la pantalla. Ya sucedió durante la pandemia con Poco ortodoxa y la primera temporada de El juego del calamar y más tarde con Bebé reno, nada casualmente tres propuestas realizadas, como Adolescencia, por fuera del sistema de producción de Hollywood.
Sin embargo, más allá de los sesudos ensayos y las estadísticas que horrorizan y la miniserie puso en el centro de la escena, lo cierto es que también es una obra de ficción producida por Brad Pitt a través de su compañía Plan B y lanzada por Netflix, el gigante del streaming global que apunta a mantener entretenida a la mayor cantidad de espectadores posibles durante la mayor cantidad de tiempo posible. Es decir, Adolescencia existe en el marco de las fragmentadas sociedades actuales, pero también en el contexto de Netflix, donde una de las tendencias más establecidas tanto entre sus ficciones como en sus documentales es la fascinación por los crímenes violentos. Ya sea con sus muchas opciones dentro del género “True Crime” sobre casos famosos o sus reconstrucciones ficcionales, según las mediciones de la plataforma entre sus miles y miles de opciones de contenido, la mayoría de sus suscriptores se acostumbraron a ver y eligen este tipo de relato por sobre otros. No es un fenómeno limitado al streaming: el true crime es una industria que mueve millones desde la industria literaria hasta la de los podcast. Lo que explica, al menos en parte, tanto el éxito de Adolescencia como su trama. Sin explicitarlo la miniserie señala como hipótesis de la tragedia en el centro de su relato el entumecimiento ante el dolor ajeno y la relación casi clínica con la violencia que tienen algunos adolescentes “gracias” a las redes sociales y el consumo de cierto tipo de historias de ficción.
El lado liviano de la vida y la muerte
Claro que el drama alrededor de un crimen que puso en estado de emergencia a los adultos alrededor del mundo no es la única historia de una muerte intrigante que está teniendo su gran momento en Netflix. “Los crímenes misteriosos son muy populares ahora. A la gente le parecen divertidos, el público ama jugar a los detectives”, dice con mucho de autorreferencia y bastante irritación uno de los personajes de La residencia, la comedia de misterio que se metió en el podio de la plataforma desde su estreno el jueves pasado.
Frente a los rigores de Adolescencia aparece la liviandad (en el mejor sentido) de La residencia, una serie producida por Shonda Rhimes (Grey’s Anatomy, Bridgerton y muchos etcéteras) que hace del asesinato una especie de juego de mesa en el que los participantes/espectadores deben reunir pistas para revelar la identidad del asesino. Así, desde los extremos opuestos del espectro del género policial, ambas ficciones abarcan los oscuros y oscurísimos aspectos de los crímenes no tan verdaderos. Su coincidencia en la pantalla de inicio y en los primeros puestos del ranking de Netflix también sirve como muestra del alto grado de sofisticación de la producción de series actual. En este caso, aunque Adolescencia y La residencia aparentan existir en universos paralelos, sus puntos de encuentro y diálogo son más que sus superficiales diferencias.
La premisa inicial de ambas ficciones es un asesinato cometido en circunstancias que desafían la comprensión inicial. En el caso de la miniserie británica la víctima es una adolescente violentamente asesinada a cuchilladas mientras que en La residencia el crimen no sorprende tanto como lo hace el lugar en el que fue cometido: el sector de la Casa Blanca donde vive el presidente de los Estados Unidos junto a su familia. Allí también hay un cuchillo involucrado, pero ese detalle es apenas uno de los muchos que la detective Cordelia Cupp (Uzo Aduba) registra en los cuadernos que la ayudan a resolver lo que sucedió la noche en que el administrador de la residencia apareció muerto mientras que en el salón ubicado dos pisos más abajo se celebraba una cena de estado con el primer ministro de Australia e invitados ilustres como la cantante Kylie Minogue y Hugh Jackman.

Inspirada libremente en los relatos de detectives de Agatha Christie y sus adaptaciones audiovisuales y con más de una pizca de la renovación del género que fue Entre navajas y secretos, de Rian Johnson, y de su peculiar investigador Benoit Blanc interpretado por Daniel Craig-más adelante se estrenará en Netflix su tercera aventura-, que de hecho es mencionado explícitamente en el guion, La residencia desarrolla su trama con un método casi opuesto al que utiliza Adolescencia. Una de las características más salientes de la puesta en escena del drama son sus planos secuencias y el modo en que consiguen que el espectador se involucre con lo que está viendo de un modo casi visceral, donde le es imposible alejar la atención, una de las consecuencias más usuales del consumo por streaming. La cámara que sigue a los personajes sin tregua por momentos muta en registro documental o al menos así empieza a percibirse con el paso de los cuatro episodios. La inclusión de registros de video que hacen avanzar la trama contribuyen a construir esa idea de “naturalidad”. Del otro lado, en La residencia, la buscada artificialidad de la puesta de escena es su punto más fuerte. Con una edición fragmentada que subraya el humor y los enredos alrededor de la investigación, la comedia hace de los flashbacks su arma más poderosa y de los guiños a la cultura popular su lenguaje preferido. De hecho, sus personajes no dejan de hablar, de vociferar, de susurrar, de decirlo todo, aunque no digan nada. Del otro lado, en Adolescencia, el silencio pesa, lo que no se dice es tanto más de lo que se expresa en balbuceos de incredulidad, de dolor, de desesperanza. La habitual resistencia de los jóvenes a hablar con los adultos, a gruñir sin levantar la vista de sus teléfonos se vuelve una densa presencia en escenas donde la violencia siempre está al borde del estallido. En La residencia el mutismo también existe, pero como repetido recurso de la detective que, se dice, es la mejor del mundo, una ostentación de talento y habilidades que deviene en remate humorístico de muchas secuencias.

Durante muchos años la competencia entre canales de la TV abierta para liderar el rating indicaba que una de las mejores estrategias para salir bien parado de las contiendas era la contra programación. Si una emisora estrenaba su ciclo de ficción más esperado del año, del otro lado su rival podía sostener sus marcas de audiencia poniendo al aire una propuesta totalmente diferente aunque potencialmente igual de atractiva de la que se podía ver del lado de enfrente. Esa práctica que la televisión tradicional cada vez utiliza menos no parece tener sentido en el mundo del streaming. La posibilidad o la ilusión del acceso total y constante a los contenidos hacen de la competencia entre plataformas por la atención un conflicto menor frente a su mayor obstáculo, la lucha contra las horas de sueño de sus suscriptores y por su atención que tan fácilmente se desenfoca en el bullicioso de estrenos sin fin. Sin embargo, en el caso de Netflix y su ambición de ofrecer contenido para todo el mundo en todo el mundo, la idea de la contraprogramación cobra (otro) sentido. Con Adolescencia y su angustiosa inmersión en el laberinto del vínculo entre padres e hijos, y los burbujeantes enredos de La residencia, la ilusión de ofrecer contenido que no deje a nadie afuera se construye en base a este par de ficciones que en muchos aspectos resultan las dos caras de una misma moneda.
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