Orange Is the New Black, cuya séptima temporada y última temporada ya está disponible en Netflix, fue algo grande. Grande por su alcance (al menos es lo que se supone, ya que las cifras de espectadores reales de las series de Netflix siguen siendo un misterio). Grande por su influencia, como uno de los programas más originales del nuevo medio del streaming. Y grande por su ambición de mostrar rostros y situaciones que hasta entonces quedaban afuera de la pantalla de televisión.
Pero también fue simplemente masiva –plagada de historias y de personajes– de un modo que se vuelve evidente si uno le echa un vistazo a la lista de spoilers de Netflix para la temporada final de la serie ¡Cuántas cosas no se pueden contar sobre el final de esta serie! Muertes, liberaciones y encarcelamientos. Reapariciones y desapariciones. Amor y cambios y enfermedades y nuevas circunstancias y mas muertes. En esa lista se menciona a una docena y media de personajes, y se alude a muchos más. Pero la lista no advierte nada sobre las gallinas, así que hablaremos de las gallinas.
Quien haya visto la serie creada por Jenji Kohan recordará que en la temporada 1 se rumoreaba que había una gallina deambulando por las instalaciones del penal para mujeres de Litchfield, donde transcurre la ficción. Ese ave de corral se convirtió en una leyenda, un talismán, un símbolo esquivo de libertad y esperanza.
En uno de sus muchos guiños a los inicios de la historia, en estos últimos capítulos aparecen muchas gallinas, criadas en el penal como parte de un programa para las internas "neurodiversas". Una de las gallinas termina mal y Suzanne Warren (Uzo Aduba) está convencida de que una de las aves del gallinero es una asesina. Trata de separarlas, de confinarlas, de vigilarlas. Con las gallinas, dice Suzanne, toda precaución es poca. "Son superdepredadoras", dice. La prisionera se convierte en carcelera: hasta ahí, ninguna sutileza. Pero la gallina es una metáfora más que adecuada para toda la serie.
Después de todo, las gallinas son aves de corral, animales de confinamiento, a los que se explota para obtener ganancias, al igual que a las mujeres encerradas en una prisión privada manejada por una corporación. También son aves especialmente asociadas con la maternidad, o sea, con el huevo. No pueden levantar vuelo: están en tierra por factores que exceden el simple hecho de estar enjauladas. Y dentro de su cautiverio, mantienen sus propias jerarquías.
Una gallina no es un alado símbolo de la libertad, como un águila o una mariposa. Pero se las ingenia para sobrevivir. Persevera. Al igual que la propia Orange is the New Black, la gallina es un ser extraño, por momentos poco grácil, y sin embargo majestuoso.
No sabría cómo bautizar a la actual era de oro de la TV, ésa que arrancó más o menos con el ocaso de los clásicos del cable, como Los Sopranos y Breaking Bad, y con los albores del streaming ¿La era de Netflix? ¿La era posantihéroe? Pero más allá de cómo la llamemos, comenzó con Orange Is the New Black.
A su estreno, allá por el verano boreal de 2013, Orange no era la primera serie original presentada por Netflix, pero realmente era la primera "serie de Netflix" en el sentido en que las conocemos ahora. Lilyhammer, de 2012, era noruega; Arrested Development, a principios de 2013, era un revival. Hasta House of Cards, que se estrenó pocos meses antes que Orange y concitó toda la atención, era una serie negra sobre un macho alfa ruin y siniestro que perfectamente podría haber transmitido Showtime. Pero Orange era una historia original, en oposición a House of Cards, que era una adaptación de una serie británica.
Tenía algunos de las marcas de la vieja escuela televisiva, pero la especificidad y la envergadura de lo mejor del cable. Era sutil y ambiciosa, pero también malhablada y sin pretensiones. Su objetivo era contar historias que hasta el momento habían quedado afuera de la pantalla. Y también era algo más, y se tomó siete temporadas para establecer exactamente qué.
Una prueba de inmersión televisiva
Cuando Netflix arrancó con su propia programación, nadie tenía claro cómo serían las "series de Netflix", ni siquiera quienes los estaban haciendo. La cuarta temporada de Arrested Development era una red narrativa de cuatro dimensiones, y House of Cards simplemente abordaba el streaming como un cable premium. Orange fue la primera serie que nos mostró cómo podía funcionar realmente el streaming y nos enseñó cómo mirarlo.
Pero mirar una serie solo es la mitad de la experiencia cultural de la televisión. La otra mitad son las conversaciones y debates que suscitan las ficciones, y eso cambia cuando la gente no está prendida a la pantalla mirando un mismo programa en un mismo canal, a la misma hora y el mismo día de la semana. Como los espectadores no coincidían a la misma hora y por el mismo canal, debieron encontrar otro modo de conectarse, algo que permitieron las redes sociales, que surgieron más o menos en el mismo momento.
Y después estaba el tema de las historias que trataba Orange. Los protagonistas preferidos de la era anterior eran mayormente hombres blancos, probablemente parecidos a los que manejaban las cadenas de televisión. Pero la era siguiente estaría abierta a un amplio espectro de identidades, razas, orientaciones sexuales y experiencias de vida. Y Orange fue crucial para abrir las puertas de esa nueva era.
A pesar de su cuota de guardiacárceles varones y de otros hombres significativos en las vidas de las reclusas, Orange era feminocéntrica sin tapujos y sin ruborizarse. Era polimorfa en cuestión de género y de identidad sexual. Las reclusas se identifican como transgénero, heterosexuales, bisexuales, homosexuales "y gays mientras dure la estadía".
Más que diversa, la serie era compleja: las bandas carcelarias suelen dividirse por raza, pero dentro de esos grupos hay subdivisiones, marcadas por diferencias generacionales, de origen social, o por el simple hecho de que cada persona es un individuo. La estructura de los episodios fomentaba esa filosofía, intercalando flashbacks en el relato del presente.
La serie ilustraba ese principio que dice que cuando de representar gente se trata, la cantidad, a veces, sí es sinónimo de calidad. Cuando uno tiene abundancia de personajes de diferentes colores de piel, etnias y orígenes sociales, puede mostrar que ninguno de esos grupos es monolítico, porque ningún personaje está obligado a representar a la totalidad de un grupo demográfico.
De alguna manera, Orange –con su vasto conjunto de subgrupos que a su vez se dividen en otros tantos sub-subgrupos– era la metáfora perfecta para Netflix y de cómo la plataforma de streaming era y no era lo mismo que la TV del pasado. Al igual que las cadenas de televisión tradicionales, Netflix se proponía hacer programas "para todos". Pero al igual que los canales de cable premium, no esperaba que cada programas sedujera a todos los espectadores. Netflix era macro y micro a la vez: una confederación en lugar de una cultura monolítica y homogénea.
Para contar esa historia del nuevo Estados Unidos, Orange apeló a un viejo truco televisivo: una línea de tiempo flexible. En la prisión de Litchfield transcurre apenas más de un año, pero la serie arrancó a mediados de la era Obama y llegó hasta Donald Trump, mientras que cada temporada iba reflejando los cambios políticos del mundo exterior.
Horror y risa
Debe resaltarse que por duros que sean los temas que trata la serie, Orange es una serie desopilante. Y allí comprueba su identificación con lo mejor de la TV de nuestros tiempos, que como BoJack Horseman,Crazy Ex-Girlfriend, Atlanta, Better Things, Transparent y Fleabag, existen en esa incómoda y fértil zona que existe entre el drama y la comedia.
Orange desafía las categorizaciones más que ninguna otra serie. Literalmente, en las nominaciones a los Emmy y Globo de Oro ha integrado alternativamente las ternas de drama y de comedia, dejando expuesta la arbitrariedad de esas categorías.
Esta última temporada navega entre el nihilismo y las falsas esperanzas. Reconoce que la debilidad de la Justicia y las fuerzas que operan en el delito tal vez sean imposibles de rastrear. Sin embargo, ofrece una posibilidad de redención, pequeños gestos de decencia y golpes de suerte.
Orange Is the New Black no es la mejor serie de nuestros tiempos, pero tal vez sea la más representativa de lo mejor y más excitante que ofrece la televisión en esta época de intensos cambios.
¿Comedia o drama? ¿Vuelta a la vieja escuela o portavoz del futuro? ¿Serie creada para conformarse a los imperativos del streaming o ficción visionaria que rompió las reglas del género? La belleza de una serie tan expansiva y polimorfa como Orange es que puede ser todas esas cosas a la vez: el huevo y la gallina al mismo tiempo.
Traducción de Jaime Arrambide
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