Callejeros
Nuevas señales de humo
En su primer disco pos Cromañón, Callejeros llora las muertes, ataca a los medios y busca una épica en la fatalidad
En julio de 2004, ROLLING STONE Argentina publicó por primera y única vez en su historia dos críticas de un solo disco. El álbum era Presión, el segundo de Callejeros, y el propósito fue estimular el debate en un medio -el periodismo de rock- cada vez más unidimensional. Aunque el formato no duró más que aquel envío, lo que sugieren oblicuamente esas críticas confrontadas (una lo calificaba de "malo", la otra de "muy bueno") es hasta qué punto Callejeros venía a abrir una grieta en el ideario y la historia del rock nacional. La generación barrial pos Renga y Piojos había encontrado su espécimen superador. Superador no tanto por sus módicos méritos artísticos, sino porque construía un espacio propio desde una cosmovisión pequeña pero convencida, apoyada en una banda endeble pero con un cantante que modelaba buenas melodías de voz y acertaba un registro entre juvenil y canyengue, a ratos lastimero y a ratos prepotente.
Dos años después, Cromañón de por medio, Callejeros vuelve a promover una excepción en estas páginas: Señales, su cuarto disco, no recibe puntuación, sencillamente porque es incalificable. Todo lo que contiene se hunde en la fuerza centrípeta de la tragedia que intenta conjurar y en esa búsqueda de una expiación íntima y pública. En ese peregrinaje por los círculos de un infiernillo urbano, Callejeros triunfa en la resolución cancionera y le pifia feo a su lugar en la historia. Tal vez no sea una banda a la que pueda achacársele cinismo, pero sí una estrechez de miras y una necedad que, en semejante contexto, se vuelven insoportables.
En el mundo de Señales, los medios masivos son los grandes villanos ("no creo en el circo de la información", "los diarios mienten a diario", "¿puede el gran suplemento masturbar al pop?") y ellos (los Callejeros) son mártires suburbanos puestos a prueba en un vía crucis por las arenas impiadosas de las instituciones. Las penas son de nosotros, las mentiras son ajenas. Por las circunstancias que lo rodean, probablemente se trate del disco más autoindulgente de todos los tiempos. Porque el drama de Cromañón profundizó una característica genética del grupo, su pensamiento fundante: el mundo es una mierda que se nos viene en contra, lo único genuino son nuestros afectos, nuestras lealtades y nuestro canto, que traerá un poco de justicia a este lugar. "Tal vez te asombra que no crea ni en mi sombra o te sorprende que aun así pueda cantar. Es que cuando la canción canta verdades ni la censura ni el rencor la han de callar" ("Señales").
El arte de tapa a cargo de Daniel Cardell -por cuya realización, en teoría, el disco cuesta la friolera de 45 pesos- es tétrico: con estilo rocambolesco, los hechos se presentan como una fábula de santos y pecadores ("nosotros" y "ellos") plagada de ínfulas religiosas y mitología aerografiada. Esa tozudez por afirmarse en las convicciones del grupo previas al incendio -desde esas imágenes del averno barrial hasta el discurso defensivo, presentado a modo de coartada ideológica en cinco canciones firmadas antes de diciembre de 2004-, convierte a Señales en un disco incómodo en el peor sentido. "Los cristales y puñales son señales, son caminos que tal vez hay que pasar", canta Pato Fontanet en "Creo", infundiéndole un espíritu de misión trascendente a la supervivencia fatal. Su segunda persona es a veces íntima ("Frente al río", inspirada en su amor perdido), a veces abstracta (apelando a la sintonía emocional de sus fieles) y a veces acusatoria (en la tradición Solari). En medio de ese magma doliente y doloroso, las canciones podrían componer la mejor síntesis del rocanrol barrial de su generación. Seudo-vodevil de Villa Celina ("Daños"), una precisión métrica que se abre paso a los tumbos ("Puede", "Creo", "9 de Julio"), aires milongueros ("Límites"), reggae bonaerense ("Sueños") y un saxo ligero hasta lo absurdo (Juancho Carbone, también productor) que remite tanto a los Redondos como a los Abuelos de la Nada. Todo encaja, a la vez que todo se despeña.
Los callejeros leales, "los invisibles", encontrarán aquí una épica que intensificará el halo de martirio alrededor de sus héroes. Los que los ven como los corresponsables de 194 muertes que no quieren asumir su parte, lo tomarán como otra acción egoísta en su campaña de absolución. En definitiva, los discos no se dirimen en Tribunales. Ni tampoco en una instancia de justicia divina, como los Callejeros a veces parecen tentados a creer.
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