La historia de Sebastián Estevanez e Ivana Saccani: amor a primera vista
Sebastián Estevanez es una rara avis. No cumple con cierto deber ser al que, supuestamente, hay que responder en el mundo del showbusiness. No ostenta su linaje perteneciente a una familia televisiva, no hace gala ostentosa de un cuerpo trabajado en el gym, ni anda por la vida seduciendo, rol que deja en exclusividad para los sets de televisión. No tuvo mil y un romances. No se le conocen escándalos. Elige mostrarse enamorado de su mujer, la ex modelo Ivana Saccani, y posar, una y otra vez, junto a ella y a los tres hijos de la pareja: Francesca, de 9 años, Benicio, de 7, y Valentino, nacido hace un año. Lo suyo no es el alcohol sino el asado con la familia y los amigos. Prefiere el día a la noche. Y en lugar de salir de ronda por bares de moda, opta por estar en su casa de Tigre, junto a sus hijos y a su escultural esposa, a quien conoció hace ya 17 años y de la que no se despegó jamás.
A primera vista
En la ciudad de Campana, en el norte de la provincia de Buenos Aires, sucedió el milagro. Esos momentos imprevistos que logran modificar el rumbo de una vida y confirman que eso llamado destino existe. “Estaba escrito”, se dice con filosofía casera, pero encerrando cierta verdad cotidiana. Y así parece haber sucedido para que, azarosamente, Sebastián se cruzó con Ivana cambiando definitivamente la brújula de sus caminos. Un desfile de modas. Ella, 18 años, una de las top models que desandaría la pasarela con glam. El, 31 años, la figura invitada para cerrar la noche con el auspicio de la marca de ropa que lo vestía. ¿El objetivo? Un evento con fines benéficos. “Aquella noche entré a un lugar lleno de chicas que se estaban cambiando y la vi a Ivana a unos quince metros de donde estaba yo parado. El estómago se me estrujó, me dio como un cosquilleo. Yo tenía que ir para el otro lado, pero me fui directo a verla de cerca. No entendía nada, se me paró el mundo”, explica Sebastián Estevanez a LA NACION y revive esas sensaciones de su cuerpo estremecido con solo recordar. La charla le permite resucitar uno de esos momentos de la vida que se convierten en trascendentales. Únicos. En medio del almuerzo, y antes de volver a grabar sus escenas en la telenovela Golpe al corazón, que emite Telefe y de la que es protagonista, el actor se dispone a conversar pausado. Se le notan las ganas de hablar de lo que más quiere: su mujer, sus hijos, y una historia de amor que bien podría ser el relato de una de las tiras en las que le tocó participar. Esta vez, no se trata de ficción, sino de su propia vida.
-Aquella vez del primer encuentro, a pesar de la conmoción, ¿saludaste a Ivana?
-Le dije un hola, pero me tenía que ir porque las chicas se estaban vistiendo, no podía quedar como un desubicado.
-¿Cómo retomaste el contacto?
-Yo me había comprometido con una amiga a traerla a Buenos Aires luego del desfile. Como ella la conocía a Ivana, le ofrecimos acercarla junto a dos chicas más. Mi intención era que Ivana se bajase última, pero no pudo ser. Fue la anteúltima. De todos modos, combinamos para salir otro día.
-¿Sabías quién era ella?
-No la había visto nunca, esa noche me enteré que trabajaba en la agencia de Pancho Dotto.
-¿Cómo fue el segundo encuentro?
-Coincidimos en un evento en Santiago del Estero y, al tener que volver, el vuelo tuvo un problema que demoró la partida. Ese viaje se dio en medio de una celebración del día del padre. Como ninguno de los dos quería dejar de saludar a sus viejos, le propuse alquilar un auto para ir hasta Córdoba y allí tomar otro avión.
-¡Los mejores 426 kilómetros de tu vida!
-¡Fue hermoso, pero no pasó nada! Tomamos un auto destruido, sin calefacción, con una temperatura de cinco grados bajo cero. Hacía tanto frío que terminamos abrazados todo el viaje.
-¿No hubo ni un beso?
-¡Nada! Abrazados muertos de amor, pero para combatir el frío.
Finalmente en Buenos Aires, el idilio platónico se plasmó, formalizando una relación que se afianza año a año, hasta hoy. Tres años de novios y llegó la boda. Tres años después, el primer hijo. Sin prisa. Sin pausa.
¡Sí, quiero!
“Siempre fui muy enamoradizo, por eso mis relaciones fueron extensas. Aunque, cuando estuve solo, gocé de la soltería. ¡Disfruté bastante de la soltería! Era medio descontrolado. Pero soy de los que no les gusta estar solo. Mi estado natural y feliz es acompañado, creo que le sucede a casi todo el mundo. Siempre necesité estar con alguien, pero ese alguien no me llegaba tan fácil. El amor verdadero apareció con Ivana”, rememora el actor que interpreta a Rafa Farías en la ficción de Telefe.
-Si a un galán como vos le costaba encontrar ese amor verdadero, ¿qué queda para el resto?
-Así fue. Ese alguien me llegó con el tiempo y es la madre de mis hijos. Cuando apareció Ivana me sentí pleno.
-¿Cómo fueron los amores previos a Ivana?
-Pensaba que eran amores, pero no lo eran. Antes, trataba de creer que estaba enamorado porque todos necesitamos el amor. La vida te pide amor. Uno piensa que lo encontró, pero no es así. Uno se engaña. El amor verdadero es el que no te vuelve loco con los celos, el que no te hace sufrir y es compañero, sino no es amor. O es un amor enfermizo.
-¿Has padecido todo eso que enumeras?
-¡Obvio, me pasó de todo! En el amor verdadero, cuando hay un problema, los dos se matan por solucionarlo, se cuidan, se apoyan, no compiten. En el amor verdadero, las dos partes quieren lo mismo y desean que el otro esté bien.
-¿Cómo recordás esos primeros tiempos de noviazgo con tu esposa?
-Empezamos a salir y enseguida comenzamos a vivir juntos. Estábamos cuatro días en casa de ella y tres en la mía, así que jamás nos separamos.
Ivana es oriunda de Junín, ciudad de la que emigró con solo 14 años para trabajar como modelo en Buenos Aires. Mientras vivía en un departamento que le proporcionaba su mánager, Pacho Dotto, terminaba los estudios secundarios por la noche. “Es una mujer muy madura, tiene una cabeza increíble. Ayudó a su familia, se hizo responsable desde chica. Y, cuando llegaron los hijos, decidió dejar todo para poder criarlos”, explica quien hoy forma dupla de ficción con Eleonara Wexler. Compromiso y boda mediante, Sebastián e Ivana estuvieron seis años disfrutando del idilio hasta que llegó el primer hijo. Y lo que era una pareja se transformó en familia.
-Está claro que fue un amor a primera vista, pero una vez afianzado el romance, ¿qué te enamoró de tu mujer?
-Me sedujo que era igual de linda de adentro que de afuera. No, miento, de adentro es más linda. Recuerdo que, en los primeros tiempos de noviazgo, la miraba y pensaba que no podía ser tan linda. Me levantaba a la mañana y la observaba dormida.
-Y, por lo visto, hoy sigue intacta esa sensación de admiración.
-Es una mujer espectacular, una madre bárbara, en el ambiente del modelaje la quieren todos, nadie habla mal de ella.
-Ivana dejó todo para sostener a la familia. ¿Fue una imposición tuya?
-Ella no llegó a más en lo suyo porque por sus hijos dejó todo. La querían llevar a Estados Unidos y Europa, y no aceptó. De hecho, cuando viajó, le fue bárbaro, pero siempre quiso tener una familia, al igual que yo. Todo junto no era compatible. Para trascender en el mundo de la moda, hay que estar diez años en Milán o en París.
-¿Cómo llegaron a la conclusión que no era viable una vida trashumante?
-A mí me iba bien acá, se hacía difícil viajar, pero no fue una imposición mía. Cuando tuvo la oportunidad de viajar, nos preguntamos si tenía sentido romper lo que habíamos armado en nuestro país.
Apasionadamente juntos
Ni los años de convivencia, ni la rutina familiar, han hecho mella en la pareja que se muestra acaramelada como el primer día. “Siempre se dice que hay que echar leña al fuego, regar la plantita. Yo no hago nada de eso porque se da solo. En nuestro caso, es natural. Y espero que no se acabe nunca, sino que se modifique con los años. Nosotros decidimos estar juntos porque así somos felices”, explica.
-En medio del trajín familiar y laboral, ¿cómo hacen para preservar los espacios de pareja?
-De vez en cuando nos vamos solos al teatro, a comer afuera y tomarnos un vino. Buscamos la manera de tener nuestros momentos.
-Esos momentos, ¿se disfrutan de la misma manera que al comienzo de la relación?
-El otro día hablábamos con Ivana sobre eso. Nosotros disfrutamos cada vez más. Hoy es mayor la felicidad. Además, vemos que los chicos crecen, que estamos bien. No podemos pedir más.
-Todo eso potencia a la pareja.
-Mucho.
-¿Cómo es el sexo luego de 17 años de relación?
-Distinto.
-¿Mejor? ¿Peor?
-¡Mucho más lindo! Estamos muy bien, el sexo está buenísimo. Hay confianza, sabemos qué quiere cada uno. Es genial.
-¿Qué no se perdona en el amor?
-La infidelidad.
-¿Te sucedió?
-Sí.
-Y ahí se terminó.
-Sí.
-¿No se puede seguir luego de una infidelidad?
-Hoy te digo que no se perdona, pero no sé qué pasará mañana. Uno cambia de opiniones.
Acerca del amor
“El éxito de la vida pasa por hacer las cosas con amor. Lo fui aprendiendo con el tiempo y hoy siento que eso es lo que sostiene al mundo. Sin amor, todo es más difícil, el día se te hace extenso. Mi meta es que lo que dure mi vida, sea con amor, con respeto hacia mi mujer, mis hijos, mis compañeros. Que haya muy poco de situaciones sin amor. Cuando veo que algo no viene bien, estoy aprendiendo a correrme. Trato de juntarme solo con gente que disfruta la vida, con los que no tengo diferencias, en un espacio donde somos todos iguales”, enumera Estevanez buceando en una filosofía propia que le da buenos resultados. Y apelando a un concepto del amor como mecanismo de vínculo que va más allá de la pareja.
-¿Te corriste muchas veces de lugares donde no compartías modos o formas de convivencia?
-Sí, obvio. Me corrí en el trabajo, en la vida, en el colegio.
Sebastián no guarda el mejor recuerdo de sus años escolares. Pareciera ser que la madurez es la que le trajo la plenitud total: “En el colegio no la pasé bien. De grande descubrí que tengo dislexia. Me costaba retener, estar sentado y quieto. Mi hija también es disléxica y, sin embargo, es abanderada, pero yo me di cuenta en la adultez.
-Pareciera ser que la búsqueda de la concordia es algo a lo que le pones especial atención.
-A eso apunto. Busco estar en armonía desde que me subo al auto hasta que me duermo por la noche.
-No es sencillo.
-Se puede. Yo vivo en Tigre, y antes me subía al auto para ir a grabar y, ni bien arrancaba, vivía puteando por el tráfico. Ahora aprovecho el viaje para ir haciendo llamados a la familia, a los amigos. Antes protestaba por el garrón del viaje y ahora respeto las velocidades, voy relajado, tranquilo, sin apuro y charlando. De todo hay que sacar el lado bueno, aunque a veces no se puede. Todo tiene algo positivo. Si no te volvés loco. Basta con mirar el diario o los noticieros. Hay cosas que uno no las puede manejar, así que trato de estar en equilibrio y en eje. Estoy en esa.
-¿Hacés terapia?
-Hice mucha terapia. Pero Ivana es quien me ayudó mucho en encontrar ese equilibrio. Ella es muy tranquila. También contribuyen la vida, los hijos, la madurez.
-¿Qué te cambió la llegada de los hijos?
-Es una enseñanza, te acomodan. Te hacen entender que la vida pasa por ellos y no por vos. Pasé a un quinto plano luego de mis nenes y mi mujer. Después de ellos, estoy yo.
-Priorizar a los demás es un buen ejercicio personal. En una carrera tan individualista, ¿cómo manejás la mirada externa, los egos?
-A mí no me importa nada todo eso, jamás lo voy a entender. El éxito no es para siempre, si te comés esa película terminás mal, vas a sufrir mucho. Esto es un trabajo y somos todos iguales.
Sebastián no ostenta ser el hijo del productor de la novela que protagoniza. Mucho menos hace alardes del lugar estelar que ocupa. Recorriendo las instalaciones de los Estudios Pampa, pertenecientes a su padre Quique Estevanez, es uno más. Los técnicos se acercan a saludarlo, un compañero de elenco lo entusiasma para compartir un asado y hasta le pide consejos al fotógrafo porque dice que no le gusta posar. Curiosa tara para quien, desde hace años, también vive un romance con las cámaras. “Esa onda de las estrellitas a mí no me va. A veces, hasta me genera vergüenza ajena. Por suerte me enseñaron a no creérmela y a que somos todos iguales. Me lo inculcó mi viejo y yo se lo inculco a mis hijos. Hacerte de abajo ayuda. Tener poco cuando sos chico te hace valorar cuando tenés más. Un par de zapatillas, a mis hermanos y a mí, nos tenía que durar dos años. Y no teníamos las zapatillas que queríamos sino la más barata, con la ropa pasaba lo mismo. Eso te enseña. Me encanta haber vivido eso, porque no la pasé mal. Me preocupa que mis hijos no lo vivan, pero también pienso que transmitírselo es suficiente”.
-A pesar de ser una familia consagrada del medio, los orígenes fueron duros.
-Nosotros arrancamos bien de abajo. Teníamos que cuidar la guita para vivir. Mi viejo viene de una familia de inmigrantes españoles, laburantes, son cinco hermanos que no pararon de trabajar. Es el día de hoy que mi viejo labura 17 horas por día. Así desde los 12 años.
-Con ese derrotero, ¿se valora más el éxito?
-Yo creo que sí. Mi viejo no se va de vacaciones. Nuestros veranos eran temporadas de teatro en Mar del Plata, esas eran las vacaciones. Se producían tres obras en enero, durante quince años. Así me crié yo. Hice de todo: daba puerta, fui también maquinista, atendía la boletería. Siempre fuimos una empresa familiar.
-No es fácil trabajar en familia. Ahí también hay que poner una buena dosis de amor.
-Hace treinta años que trabajamos juntos. No hacemos nada solos, sin consultarnos. El arrancó y estamos todos con él. Tuvimos que aprender porque nos matábamos hasta no hace mucho. Hubo peleas a los gritos. La gente decía: “Vayan a ver porque se están matando”. Pero nunca hubo violencia física ni nada de eso. Gritamos, somos testarudos.
Balanza a favor
-¿Imaginabas formar la familia que tenés?
-Superó lo que soñaba. Uno tiene miedos, piensa si se va a llevar bien, si el matrimonio será lo mismo que cuando se está de novio. Es difícil. Pero encontré una compañera de verdad. No me aburro estando con Ivana. No tengo que armar planes porque estoy aburrido. No me tengo que ir a pescar. Disfruto estar con ella y con los chicos. Aunque también tenemos nuestros momentos individuales, cuidamos esos espacios.
-¡La pareja ideal!
-Nos llevamos muy bien. No hay peleas, normalmente reina la armonía.
-¿Y si surge alguna diferencia?
- Lo charlamos. Pero no hay muchas diferencias, tocamos la misma música, nos complementamos muy bien.
-La relación de ustedes es fruto del destino. De un cruce en un backstage de un desfile que les cambió la vida. ¿Creés en el destino?
-Sí, pero, a veces, no entiendo cosas que pasan, me pregunto por qué suceden algunas tragedias o a una madre se le muere un niño. Esa parte del destino no la comprendo.
Sebastián termina su almuerzo frugal en base a sopa y pechuga de pollo sin piel. Es hora de regresar al set para continuar grabando. Pero, antes, hay una llamada a Ivana. Saber que en casa todo está en orden, le permite encarar con energía una larga tarde frente a cámaras. Ese llamado es un acabado signo de amor.
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