Sean Baker, el cronista de la marginalidad globalizada
El director de Starlet, Tangerine y Proyecto Florida se hizo un nombre en el indie norteamericano por su capacidad de encontrar personajes memorables entre los descastados
TORONTO.- Proyecto Florida es un retrato de la pobreza que se vive a la sombra de los parques de diversiones más famosos del mundo, pero reducirla a esa descripción sería injusto. Es cierto que la película muestra la vida de una niña, su madre y sus amiguitos que sobreviven con muy poco dinero y tienen como hogar un motel en las afueras de Orlando. Pero Proyecto Florida -actualmente en cartel en las salas locales- no se detiene solo en la oscuridad y el dolor de la situación de estas familias, aunque nunca lo niega. Ese equilibrio tan complicado funciona gracias a su director, Sean Baker, quien sabe cómo presentar en la pantalla el humor y los destellos de belleza que se cuelan entre la sombría realidad que viven los relegados del capitalismo que florece a su alrededor en forma de parques temáticos.
"Chris Bergoch, mi coguionista, fue el que me hizo conocer este mundo -cuenta Baker, a un pequeño grupo de medios internacionales, entre los que se cuenta LA NACION, durante un encuentro en el último festival de Toronto-. Es un problema nacional e internacional que está escondido. Recibe atención de algunos periodistas locales por la misma razón por la cual nosotros nos enfocamos en esto: familias con niños que técnicamente no tienen hogar y viven en moteles baratos a pasos de un lugar bautizado 'el lugar más mágico de la Tierra'. Espero que al mostrarlo la gente le preste atención a lo que pasa también en sus propias ciudades".
No es la primera vez que Baker apunta su cámara a una situación de marginalidad y la muestra a través de una lente sensible. Su segundo largometraje, Take Out, escrito y dirigido en colaboración con Shih-Ching Tsou, se centraba en un inmigrante chino que trabaja como delivery en Nueva York y su desesperada carrera contra reloj para saldar su deuda con los contrabandistas que lo llevaron a los Estados Unidos. Después realizó en solitario Prince of Broadway, sobre un vendedor callejero que descubre que es padre de un niño, y Starlet, sobre la particular amistad entre una joven actriz porno y una señora mayor.
Esta última película marca el comienzo de la colaboración de Baker con Bergoch, guionista y productor, con quien trabajó en la película que lo consagró, Tangerine. El film sigue a Sin-Dee Rella, una prostituta trans que acaba de salir de la cárcel y con la ayuda de su amiga Alexandra intenta encontrar a su novio, quien la engañó con una mujer. El quinto largometraje de Baker resultó revolucionario en forma y contenido. Por el lado técnico, fue filmado con un iPhone 5, utilizando lentes especiales adaptadas para la cámara del teléfono, con un resultado impactante. Las calles del lado menos glamoroso de Hollywood y el cielo teñido de colores brillantes se lució como si se tratara de un trabajo con las cámaras más sofisticadas.
"Gracias a Dios, Tangerine me abrió las puertas y llamó lo suficiente la atención como para conseguir financiación para usar fílmico en Proyecto Florida -explica el guionista y director-. Me estaba convirtiendo en 'el tipo del iPhone' y quería hacer algo que la gente no esperaba. Hay otras razones para usar fílmico en esta película, como que al tratarse sobre niños quería evocar un sentimiento de nostalgia. Además, trabajé con Alexis Zabe, un director de fotografía increíble y quería aprovechar lo que él había hecho en 35 mm, especialmente en Luz silenciosa, de Carlos Reygadas. Estoy en una situación extraña porque aliento la idea del cine hágalo usted mismo, de usar cualquier medio que tengas disponible para hacer tu película, porque eso me funcionó. Pero, al mismo tiempo, soy un defensor del fílmico y quiero ayudar a mantenerlo vivo. Si perdemos al fílmico, vamos a perder una gran parte del cine".
La lotería actoral
Como sucedía en Tangerine, gran parte del humor y encanto de Proyecto Florida tiene que ver con sus protagonistas, muchos de ellos actores no profesionales. La pequeña Brooklyn Prince es como una Shirley Temple endemoniada en el papel de Moonee, una chiquita que pasa sus días planeando y ejecutando travesuras, liderando a su grupo de amiguitos. La relación con su joven madre se parece más a la de hermanas y es fascinante ver cómo la niña actriz y la debutante Bria Vinaite componen ese lazo tan fuerte que las ayuda a sobrellevar las malas condiciones en las que viven.
"Siento que me gané la lotería con mi elenco -dice, sonriente, el director-. Brooklyn nos impresionó en el casting. A Bria la encontré en Instagram. Con Tangerine me di cuenta de que las redes sociales son una gran herramienta para el casting. Alguien reposteó un posteo de Bria bailando, diciendo algo gracioso y fumando marihuana. Me pareció que era la vibra, el aspecto físico y la actitud despreocupada que necesitábamos para Halley. Claro que estábamos haciendo una película que costó un par de millones de dólares así que era una apuesta muy grande jugarse por alguien no reconocible. Sin embargo, volvíamos siempre a ella. No hay ninguna actriz famosa de Hollywood que pueda captar esto y también quería que el público entrara rápido en la historia y eso es más fácil con una cara fresca".
Baker sí eligió a un actor experimentado y reconocido, Willem Dafoe, para el papel de Bobby, el gerente del motel en el que viven las protagonistas, que representa a su manera una figura paterna. "Willem es un actor clásico -dice Baker-. Estaba un poco preocupado de tener una cara reconocible que sacara al público de la película, pero ni bien aparece Willem ya es el personaje de Bobby. Él también vino antes a la locación y tuvo charlas con los gerentes de los moteles. Nos hizo una lista de los accesorios que necesitaba. Es un hombre paciente. Tuvo que trabajar con chicos de seis años y eso te cansa. Nuestra producción tuvo varios problemas, pero él se adaptó y dio una interpretación muy sutil". Dafoe, que fue nominado al Oscar por su actuación en el film, quedó impactado con el método de trabajo de Baker. "Tiene una estructura y está muy organizado pero, a la vez, está muy abierto a las cosas que van pasando en el rodaje y crea una situación que permite que sucedan cosas. Es difícil de explicar porque cuando la gente habla de improvisación tienen una idea errónea, ¡incluso los actores suelen tener la idea equivocada! Ve lo que está ahí y encuentra la verdad en eso, no lleva su punto de vista y retuerce todo para poder probar lo que traía de antes".
El estilo de Baker tiene características únicas y sus dos últimas películas señalan una muy interesante dirección en la que se está desarrollando su carrera. El realizador parte de una base documental, crea una historia e intenta encontrar una verdad, pero sin dejar de ocuparse por construir una estética acorde a lo que quiere contar.
"Creo que todas mis películas son respuestas a lo que no estoy viendo -explica Baker-. Hay muchas personas que no están representadas en pantalla y pareciera que solo se permitieran contar en el cine las historias de un grupo de gente privilegiada. Esta es una película política, pero está lo suficientemente disfrazada para que el público no se sienta expulsado. La idea es no pegarle en la cabeza al espectador con la política sino inspirarlo a pensar. Es un equilibrio muy complicado, si te vas a un extremo terminas siendo condescendiente e insultante. Pero estoy viendo que varios están intentando hacer algo así. El mejor ejemplo del año pasado es ¡Huye! que lleva un mensaje muy importante y presenta temas en los que pensar, pero envueltos en un paquete entretenido, así es como llega al gran público. Esto es casi como Pequeños traviesos, son las aventuras cómicas de unos niños. Pero como pasaba en esa película hay un trasfondo de crisis económica y aunque te dejaba pensando en eso, el foco estaba puesto en hacerte reír y pasar el rato con estos chicos. Eso es lo que queríamos hacer".