Se presume inocente: una lograda vuelta de tuerca política y personal al thriller de Harrison Ford de los 90
Protagonizado por Jake Gyllenhaal y escrito por David E. Kelley, amplía la mirada a los personajes femeninos de la historia
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Se presume inocente (Presumed Innocent, Estados Unidos/2024). Creador: David E. Kelley. Elenco: Jake Gyllenhaal, Ruth Negga, Renate Reinsve, Billy Camp, O-T Fagbenle, Peter Sarsgaard, Elizabeth Marvel, Chase Infiniti, Kingston Rumi Southwick. Disponible en: Apple TV. Nuestra opinión: muy buena.
En 1990, la exitosa novela de Scott Turrow, publicada apenas unos años antes, llegó al cine presidida por el aura de los thrillers eróticos de la época, un estilo que modeló como ninguna otra la admonitoria Atracción fatal, de Adrian Lyne, decálogo de advertencias para los maridos infieles. En aquella Se presume inocente, protagonizada por Harrison Ford, la infidelidad de un fiscal probo culminaba con una acusación de asesinato y un proceso judicial humillante y escabroso. Como en todo buen ejemplo del género, las claves estaban, primero, en la identificación del espectador con el acusado, su presumida inocencia y las sospechas que se dispersaban alrededor de su círculo íntimo, y segundo, en la efectividad de la vuelta de turca, ese giro que conduce la resolución hacia lo inesperado. Dirigida por Alan J. Pakula, uno de los artífices del cine de la paranoia en los 70 (con la genial Asesinos S. A. a la cabeza), quien sintonizaba con la era yuppie y las ansiedades de la posmodernidad en los albores de los 90, la película se afirmaba con astucia en los contornos del cine judicial.
La nueva adaptación comandada por el multifacético David E. Kelley (Ally McBeal, Boston Legal, Big Little Lies) adapta el texto de Turrow a los nuevos tiempos y propone otro abordaje. Rusty Sabich (Jake Gyllenhaal) es un fiscal de renombre en la recta final de una carrera electoral que involucra a su jefe político, el fiscal de distrito Raymond Horgan (Billy Camp), y a su rival en la elección, el oportunista Nico Della Guardia (O-T Fagbenle). Poco sabemos de él antes del descubrimiento del cadáver de Carolyn Polhemus (la excelente actriz noruega Renate Reinsve, protagonista de La peor persona del mundo, que aquí aparece en sucesivos flashbacks) más allá de esa reñida disputa por un cargo público que involucra declaraciones altisonantes a la prensa, chicanas políticas y abundante labia varonil.
Por ello, el hallazgo del cadáver, con el cráneo destrozado a golpes y maniatada en forma ritual, exige una inmediata investigación por parte de Horgan, investigación que recae en las experimentadas manos de Sabish. La primera pista ofrece la ruta de la venganza: un condenado a cadena perpetua que puede haber orquestado la revancha brutal desde la prisión. Pero Sabich no tiene demasiado tiempo: el triunfo electoral de sus adversarios políticos lo sienta en el banquillo de los acusados.
El primer elemento que transforma Kelley en su adaptación es la construcción del personaje de Carolyn Polhemus. En la novela, y en la versión de Pakula, resulta ser una astuta femme fatale cuyas ambiciones personales se van destejiendo como una lenta maraña que ensombrece su condición de víctima. El sexo es una pieza clave en esa idea y la voracidad de Carolyn no solo atañe a lugares de poder sino a los amantes que pueden facilitarlos. El personaje de Renate Rainsve es una mujer diferente, brillante y temeraria, audaz en la intimidad y en la práctica del derecho, admirada por colegas y respetada por adversarios. El vínculo con Sabich es algo más que una ocasional infidelidad, hay un trasfondo que se revela lentamente y anuncia una complejidad mayor que el mero romance laboral.
Allí ingresa un personaje central de la historia que es Barbara Sabich (Ruth Negga), la esposa del fiscal y madre de sus dos hijos adolescentes, quien se ve envuelta en el escándalo cuando su marido queda detenido por el crimen. No solo pierde su trabajo y enfrenta una humillación pública, sino que transita interiormente la exploración de sus propias decisiones: el haber perdonado el engaño, priorizado la integridad de su familia, relegado su deseo individual. Esa línea va a correr en paralelo a la investigación concentrando en ella una mirada menos atada a lo judicial que a lo humano.
Es claro que esta nueva Se presume inocente se desmarca del ritmo paranoico de la persecución que padece Harrison Ford en la película por el pecado de su traición. Lo que más interesa a la miniserie es el trasfondo político que impulsa la puja por la condena: Della Guardia y su delfín Tommy Molto (Peter Sarsgaard) esgrimen un discurso sensacionalista en nombre de la seguridad que tiene, en este caso, el artilugio perfecto para la vindicación de un programa político. De hecho, siendo un fiscal que tiende a demorar en los procesos para sacar ventaja, la decisión de un juicio rápido y una investigación vertiginosa es su primer revés frente a Sabich y Horgan, este último convertido en abogado defensor. Pero lo que nutre el recorrido propuesto por Kelley sobre aquel material original más concentrado en los resortes judiciales y sus trampas, es una constante tensión entre justicia y legalidad.
Cuando surgen las sospechas de una revancha de un condenado por violación y asesinato a manos de Carolyn Polhemus, Sabich descubre que ella ocultó evidencia para facilitar la condena porque creía en la culpabilidad del acusado. ¿Puede la certeza moral estar por encima de la ley? Su impronta recuerda la oscura filosofía del capitán Hank Quinlan de Sed de mal (1958), el clásico de Orson Welles en el que pasar por encima de la ley para hacer el bien implica un desenlace en el que todos pierden. Es en esas aristas en las que la serie ofrece algo más que un thriller judicial con vuelta de tuerca. Su lógica se desmarca del intento de exculpar a Sabich para concentrarse en la búsqueda de la verdad de lo sucedido y la posibilidad concreta -o no- de hacer justicia.
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