Se luce Nicholson como el antihéroe de una sátira
"Las confesiones del Sr. Schmidt" ("About Schmidt", Estados Unidos/2002). Dirección: Alexander Payne. Con Jack Nicholson, Hope Davis, Kathy Bates, Dermot Mulroney, June Squibb, Howard Hesseman y Len Cariou. Guión: Alexander Payne y Jim Taylor, basado en la novela de Louis Begley. Fotografía: James Glennon. Edición: Kevin Tent. Música: Rolfe Kent. Diseño de producción: Jane Ann Stewart. Producción de New Line presentada por Distribution Company. Duración: 124 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
En la reciente entrega de los premios Globo de Oro, Jack Nicholson fue considerado el mejor actor dramático. "Yo pensé que había hecho una comedia", dijo el intérprete al recibir la estatuilla sobre el escenario. La perplejidad de la estrella y la confusión de los votantes tienen una explicación: "Las confesiones del Sr. Schmidt" es la sátira más trágica (o el melodrama más hilarante) que se haya filmado en mucho tiempo.
Con el retrato de Warren Schmidt, el tipo más común y más corriente que se pueda imaginar dentro de la intrascendente Omaha, una ciudad ubicada en el mediocre Medio Oeste estadounidense, Alexander Payne se convierte en uno de los grandes críticos sociales del cine independiente norteamericano junto con Todd Solondz, los hermanos Coen, Paul Thomas Anderson, Spike Jonze, David O. Russell y Wes Anderson. Tres ácidas películas ("Ciudadano Ruth", "La elección" y ésta) ya le alcanzan a Payne para consagrarse como heredero de la riquísima tradición satírica de Billy Wilder, Ernst Lubitsch y especialmente Preston Sturges.
Schmidt es el prototipo del ciudadano medio norteamericano, un perfecto antihéroe (resulta al mismo tiempo tan patético como querible) que encarna toda la ingenuidad, la vulgaridad, la brutalidad, la mediocridad y el vacío existencial que pueden fermentar en un ser humano dominado por el consumismo, el conservadurismo, la rutina, las apariencias y el cinismo que impregna tanto a las relaciones familiares como a las amistades.
El film comienza con los últimos segundos de Schmidt como empleado de una compañía de seguros. En un país que apela a la "guerra del cerdo", pero barnizada con una buena capa de hipocresía, este hombre de 66 años es "homenajeado" con una penosa cena de despedida llena de discursos supuestamente emotivos. Así, Schmidt pasa a engrosar el ejército de hombres prescindibles para el sistema, sin nada más que aportar en el terreno laboral o afectivo.
Pero el destino le juega inmediatamente otra mala pasada: la muerte de su insulsa esposa (June Squibb), con la que ha convivido 42 años odiando sus olores, sus hobbies y sus obsesivas indicaciones. Pero la pérdida, sumada al descubrimiento de una vieja traición, y al desinterés de su única hija (Hope Davis), que vive lejos y está más preocupada por su casamiento que en la repentina depresión de su padre, lo transforman en una suerte de fantasma inútil.
Haciendo zapping como un poseído, Schmidt descubre una iniciativa de una ONG para "sponsorear" niños africanos por 22 dólares mensuales. Su "hijo adoptivo" resulta ser Ndugu, un chico huérfano de 6 años. Crédulo y bienintencionado como es, Schmidt sigue al pie de la letra las directivas de la institución y acompaña cada cheque mensual con una carta en la que debe contar detalles íntimos de su vida. Así, el pequeño de Tanzania (al que nunca se ve en pantalla) se convierte en el confidente, la excusa perfecta para edulcorados soliloquios que la voz en off de Nicholson convierte en los mejores momentos de la película.
Tras ese arranque, Schmidt intenta una suerte de examen de conciencia, de replanteo existencial, y se propone cruzar el país para impedir la boda de su hija con un patético candidato (Dermot Mulroney). Lo que sigue es una película de caminos que resulta un reverso opuesto de esa road-movie iniciática que un joven y rebelde Nicholson protagonizó hace un cuarto de siglo con "Busco mi destino". Aquí, Schmidt también sale con su casa rodante por las rutas en un intento por redescubrirse, pero Payne nos lleva a un viaje hacia ninguna parte, un ensayo sobre la imposibilidad de ese "volver a empezar" porque en el interior del protagonista ya no queda nada para encontrar o rescatar.
Un trabajo con matices
Nicholson, alguna vez icono de la rebeldía y en los últimos años devenido actor demasiado ególatra y amanerado, se desprende de su status de gran estrella y "es" Schmidt. Algunos podrán descubrir en su interpretación ciertos gestos ampulosos que lo delatan, pero su trabajo está lleno de matices, de emoción, de humor y, viniendo de él, de esa humildad de los verdaderamente grandes. Dentro de un sólido equipo de secundarios, se destaca Kathy Bates, como una veterana ex hippie que se encargará de agobiar al ya atribulado Schmidt.
Acusado por algunos de ser demasiado cínico y por otros de ser demasiado indulgente con sus personajes, lo cierto es que Payne no le teme al sarcasmo ni a la caricatura y, en definitiva, arremete contra la dictadura de la corrección política, contra el discurso new-age de la autoayuda y contra el mito del sueño americano. En la rabia, el dolor y la frustración contenidas en el personaje de Schmidt, el director concreta una implacable disección de la idiosincrasia de una sociedad estadounidense oprimida por las convenciones y la doble moral. Por eso, casi sin proponérselo, esta pequeña y agridulce película resulta una obra mucho más provocativa y subversiva que tantas producciones que los grandes estudios de Hollywood elevan a la categoría de cine "importante".