Se fue como una niña
Conocí a China en 1973. Ella venía de hacer Un guapo del 900, que dirigió Lautaro Murúa. En ese momento, Alberto Migré la convocó para la telenovela Pobre diabla. Hacía de mi madre. Ahí inventó ese "Mamita sabe...", que fue una expresión que caló en todos. La última vez que la vi fue hace un año, cuando estuve haciendo Nada del amor me produce envidia, en su Montevideo. Fui a verla varias veces: siempre estaba rodeada de su familia, de sus sobrinos, de su gente. Y siempre me esperaba con sus labios recién pintados, con sus vestiditos hechos por ella misma y con su sonrisa, siempre cantando sus canciones de la infancia, contando sus viajes a París, regalándome anécdotas. Se fue como una niña y se fue convencida de que iba a volver, de que íbamos a hacer juntas, como tantas otras veces, un espectáculo. Es más, imaginábamos hacer algo sobre el amor filial. Lo último que me dijo fue: «No me puedo quejar Doña Lola, -siempre me decía así- tuve una vida gloriosa". Y es cierto, tuvo una vida gloriosa. Tenía una claridad humana, un sentido del otro, una ironía, una sabiduría de vida, un manejo de lenguaje, un manejo del tiempo en escena que la convirtieron en un ser único. China era magia. Magia pura.
Soledad Silveyra
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