Se estrena "El Baile", la ópera en la que Oscar Strasnoy retrata una catástrofe familiar
Oscar Strasnoy recuerda que el último encargo de la Ópera de Hamburgo se le hizo, en 1997, a Helmut Lachenmann, que escribió La vendedora de fósforos. "Una locura. Es muy posible que me linchen el día del estreno", contó en su momento el compositor. Eso no sucedió. Las primeras críticas periodísticas estuvieron bastante lejos del linchamiento. En el Süddeutsche Zeitung, Wolfgang Schreiber escribió que la ópera había sido un "golpe de genio". Eso se confirmó después en 2012 en Présences, el Festival de Création Musicale de Radio France. El baile llegó allí con la decoración ilustrada por Hermenegildo Sábat, igual que ahora en el Teatro Colón, donde, como parte del ciclo Colón Contemporáneo, la ópera tendrá hoy, a las 20, su primera audición local. La dirección musical será de Wolfgang Wengenroth, y en los papeles principales estarán Sabrina Cirera, Laura Pisani, Carlos Ullán, Marisú Pavón, Alejandra Malvino y Víctor Torres. Además de un estreno, será un homenaje a Sábat.
Pero la historia de El Baile es bastante anterior. Hacia el año 2005, el escritor Alberto Manguel le mandó a su amigo Strasnoy la novela El Baile, que Irène Némirovsky concluyó en París en 1928. En el volumen, entre las páginas, había una notita: "¿Por qué no escribís una ópera sobre esto?". Así son los amigos: antes que imponer, sugieren. El proyecto quedó dormido hasta que Simone Young, directora musical de la Ópera Estatal de Hamburgo, le pidió en una obra con un personaje central femenino que hiciera de eco a Erwartung, de Arnold Schönberg.
"En El Baile, hay dos personajes femeninos principales y hay una espera imposible. Caía como anillo al dedo. Es muy operístico", cuenta Strasnoy. Su ópera, estrenada en 2010, formó parte de un programa triple llamado Trilogie der Frauen (Trilogía de las mujeres) que incluía, además de Erwartung, Das Gehege, de Wolfgang Rihm.
Strasnoy tiene un instinto teatral infalible; no falla nunca. Esto lo sabe cualquier que, en Buenos Aires, haya visto sus óperas Réquiem, en el Colón, o Cachafaz, en el Teatro San Martín. Pero el librito de Némirovsky presenta algunas sutilezas que parecerían a primera vista muy difíciles de resolver musicalmente; sobre todo el final, ese momento en el que Antoinette, la protagonista, abraza a la madre para consolarla y en realidad sonríe y se burla. Incluso la frase que la precede resulta ardua de resolver: "Fue un segundo, un destello inaprensible mientras se cruzaban ‘en el camino de la vida’; una iba a llegar, y la otra a hundirse en la sombre. Pero ellas no lo sabían".
Strasnoy señala aquí la importancia de la colaboración. "Tuve la suerte de trabajar desde el principio con Matthew Jocelyn, el libretista y director de escena. Eso hizo que pensáramos música, libreto y escena desde el principio". Sin embargo, el final pedía una resolución puramente musical. Hay infinitas sutilezas en el libro. ¿Cómo hacer (¡en 50 minutos!) para sugerir el pasado oscuro de la madre, la impostura entre un presente inventado y un pasado vergonzante? La sonrisa de la hija es el final de la ópera. La música ya es bastante grave en ese momento. La sonrisa de Antoinette es un rictus histérico que tiene más que ver con la embriaguez de haber demolido una casa que con la felicidad."
Esa ambigüedad –igual que todas las otras– lleva la marca de la maestría de Strasnoy, tan atento a revelarla, sin jamás anularla en una certeza.
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