La banda alemana llegó en el marco de su gira de despedida; crónica y fotos.
Lo sabemos todos: en el rock, las despedidas no suelen ser siempre tales. Junto con las reuniones, son dos malas palabras para el rockófilo desconfiado, que las cree inspiradas por maniobras oscuras de la industria. Scorpions, sin embargo, parece decidido a ofrendarse el retiro digno de una carrera que los tuvo escribiendo historia durante 40 años. Grupo acostumbrado a largas y exóticas giras, hizo escala porteña en un despido itinerante que lo tendrá ocupado durante los próximos dos años.
Anoche, promediando las 21, la banda alemana asumió su compromiso de retirarse defendiendo sus coronas en el Luna Park, un lugar de inquebrantable mística boxística pero que sigue sin dar el peso a la hora de los rendimientos sonoros. Pese a ciertos inconvenientes, Scorpions fue a lo suyo casi de entrada: luego de empezar con "Sting in the Tail" (de su homónimo y reciente disco), concentró todos sus esmeros en revisitar el período 1980-1990, sus horas más célebres. Con el pecado de marginar en su despedida a la etapa setentosa marcada por el ex guitarrista Uli Roth, pero con la irresistible eficacia de "Make it Real", "Bad Boys Running wild" y "The Zoo", trío demoledor de Animal Magnetism (1980) que calentó la temperatura de un Luna colmado con espaldas mojadas por la lluvia de la noche porteña.
"Coast to coast", esa genial pieza instrumental con la que las guitarras de Rudolf Schenker y Matthias Jabs sellaron en 1979 la sociedad que le daría forma definitiva al elemento musical de Scorpions, fue la transición perfecta hacia el momento de celulares en alto y arrumacos en la platea. Por supuesto, el cantante Klaus Meine aclaró de rigor que "una tarde de 1989 sentíamos vientos de cambio", mientras la balada "Wind of Change" comenzaba a sonar apoyada por imágenes de la caída del Muro de Berlín. El inconfundible solo-de-silbada fue uno de los momentos más intensos de la velada.
Justo cuando el dulce estaba por empalagar, Rudolf reavivó el fuego. "¿Están listos para rockear?", preguntó, antes colgarse su legendaria guitarra Flying V y dedicarse a "Raised on Rock", relato autorreferencial de su último disco que torció el repertorio nuevamente hacia el rigor hardrockero, de la mano de "Dynamite". Luego, el baterista James Kottak aprovechó sus quince minutos warholianos con un extenso solo de batería acompañado por un video en el que él mismo recreaba varias de las (polémicas) tapas de la discografía de Scorpions. La última de ellas, Blackout, dio lugar a ídem mientras Rudolf barría el escenario enmascarado con el antifaz de tenedores que tiene el inquietante sujeto de esa portada.
Una cascada de agua roja, casi inmoral, ofreció desde las pantallas de LED el tono justo para una vibrante interpretación de "Still loving you", guardada para los últimos rounds junto a himnos de ceño fruncido y puño cerrado como "Big City Nights" y "Rock You Like a Hurricane".
Las verdaderas despedidas son inclasificables. James Kottak, que se sumó a Scorpions cuando Meine, Jabs y Schenker ya se había comido la torta, lo definió mostrando la proclama que le ocupa casi toda la espalda. Mientras sus compañeros se despedían ante las últimas luces, él mostraba su "Rock and roll forever" tatuado en la piel. En nombre de aquel hicieron lo que hicieron, y ahora, camino a su canonización, se despiden pegando el último franelazo para darle a la chapa el brillo definitivo e imborrable.
Por Juan Ignacio Provéndola
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