"Schrader era un chico malo que quería cambiar el cine norteameric".
Paul Schrader: el autor de "Taxi Driver", valorado guionista, se consagró como director definitivamente con "Días de furia".
A principios de los años 70, un grupo de talentosos e iracundos jóvenes guionistas, actores y realizadores tomó por asalto la por entonces decadente fortaleza hollywoodense y provocó el que seguramente ha sido el último gran cimbronazo creativo en el cine norteamericano hasta la actualidad.
De aquel movimiento surgieron, realizadores como Steven Spielberg, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, George Lucas, Brian De Palma, Walter Hill, Michael Cimino y muchos otros. Entre ellos, asomó un prometedor crítico llamado Paul Schrader, que moría por el trabajo de autores como Jean Renoir, Roberto Rossellini, Jean-Luc Godard, Robert Bresson y Yasujiro Ozu (de estos dos últimos, así como de Sam Pekinpah, Carl Dreyer y el cine- noir hasta llegó a escribir libros).
Hoy, un cuarto de siglo más tarde, aquel joven protegido por la mítica e influyente crítica de New Yorker Pauline Kael, es dueño de una de las carreras artísticas más sólidas e interesantes del panorama estadounidense, con una docena de largometrajes dirigidos y clásicos guiones como los de "Taxi Driver", "El toro salvaje", "La costa mosquito" y "La última tentación de Cristo".
La gran pluma de Hollywood
A los 53 años, Schrader sigue siendo un escritor indiscutido, casi reverenciado. Los grandes estudios siguen apostando a su pluma y, tras un paréntesis de una década, volvió a trabajar para su amigo Martin Scorsese en la todavía inédita "Bringing Out the Dead", la historia de un chofer de ambulancias neoyorquino que protagonizó Nicolas Cage.
Sin embargo, y a pesar del enorme prestigio obtenido con sus libretos originales y con sus trabajos como script-doctor (especialistas llamados de urgencia para arreglar guiones con problemas), la carrera de Schrader como director se ha mantenido siempre fuera de los estándares de Hollywood, haciendo equilibrio en ese delicado y riesgoso límite entre la producción mainstream y el cine de arte.
Sus películas, aun aquellas que parecen refugiarse dentro de los más previsibles cánones de los géneros como "La marca de la pantera" o "Traficantes", lo han subvertido, trascendido, para convertirse en arriesgados intentos por reflejar sus obsesiones y búsquedas más íntimas.
Educado según los dictados del rígido calvinismo holandés que lo convirtieron en un verdadero experto en la Biblia, Schrader sólo descubrió el cine en la adolescencia y desoyendo las advertencias de sus padres.
La tardía fascinación por las películas fue tal que, según admite en el excelente libro "Schrader on Schrader", se pasó prácticamente toda la cursada en la Universidad de California en Los Angeles (UCLA) desmenuzando a los grandes maestros europeos y norteamericanos del séptimo arte.
Sus primeros cortos experimentales, claramente influidos por Godard, por el maoismo y por las revueltas estudiantiles de fines de los años 60, indignaron tanto a sus profesores que prefirió escudarse durante bastante tiempo en su labor de crítico. En esta profesión, llegó incluso a dirigir su propia revista, llamada Cinema.
Su carrera dentro de la industria sólo comenzó en 1974 con el guión (posteriormente reescrito por Robert Towne) de "The Yakuza", un film sobre la mafia japonesa en el que Sydney Pollack dirigió a Robert Mitchum.
Dos años más tarde, Schrader escribiría uno de los grandes clásicos del cine:"Taxi Driver". El personaje de Travis Bickle que interpretó Robert De Niro es uno de los más logrados retratos sobre la alienación, la paranoia, la soledad y la violencia en las grandes urbes. Ya en ese guión -en el que nadie creía- sobrevuelan temas que se mantendrían durante toda su producción como guionista y director: indagar en la contracara del sueño americano y la búsqueda de la redención y la purificación.
Con imagen de marginal
Como realizador nunca tuvo (con la excepción de "American Graffiti") éxito comercial, aunque sus películas tampoco perdieron demasiado dinero. Acusado de intelectualizar en demasía, de poseer un estilo frío y de ofrecer un erotismo muy estilizado, se convirtió en un outsider cuyos austeros proyectos, hoy por hoy, son financiados por productores japoneses, franceses e ingleses. Alejado de esta manera de las presiones de los grandes estudios, Schrader se despachó con personalísimos trabajos como la esquizofrénica "Mishima", atormentado acercamiento a la trágica existencia del escritor y dramaturgo japonés Yukio Mishima, "Patty Hearst" o la inminente "Días de furia".
Sus películas, ambiguas, provocativas, por momentos perversas y herméticas, nunca fueron debatidas en profundidad, como sí ocurrió, por ejemplo, con su controvertida adaptación de "La última tentación de Cristo". En un país como la Argentina, donde su cine se ha visto poco y mal, el estreno de "Días de furia" surge, entonces, como una excelente oportunidad para recuperar a uno de los míticos chicos malos que, hace 25 años, irrumpieron con el propósito de cambiar el cine norteamericano. No lo lograron, es cierto, pero sus carreras siguen siendo verdaderos oasis en el desolador desierto creativo de estos tiempos.
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