Santiago Nader. La caída de los directores machos y el regreso de la dramaturgia de escritorio
El joven director y dramaturgo tucumano acaba de estrenar Potrillo Ben, una obra distópica queer, en el Teatro Nacional Cervantes.
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¿Cuáles son los nombres de la “novísima dramaturgia argentina”, como denomina el investigador Ricardo Dubatti a la producción teatral de los sub 35? Uno de ellos, seguramente entre los más jóvenes, es el tucumano Santiago Nader, de 26 años, el autor y director de Potrillo Ben, la historia de un lisérgico amor adolescente en un contexto distópico amenazado por una extraña epidemia equina. Escrita a sus 20, la obra ganó el segundo premio Germán Rozenmacher 2019 (el primero fue para El hombre de acero, de Juan Francisco Dasso) y se presenta hasta el 1º de abril en la sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes.
Con tres intérpretes –Lucía Deca, Marcos Kripovocapich y Federico Lehmann– y tres músicos en escena –Franco Calusso, Juliana Isas y Carola Zelaschi–, Potrillo Ben no es la primera creación de Nader. En 2017, la obra La clase de rikudim participó en el festival El Porvenir; dos años después, estrenó el unipersonal Garnett Kelly y el torso ganador (con la actuación de Lehmann, también en Potrillo Ben) en la Bienal de Arte joven; y con Hola, casa de Aarón (otro unipersonal) participó ese mismo año en el primer festival Monoblock.
“Jamás ensayé una obra seis uocho horas al día, estoy muy conforme cómo organizamos el trabajo y esta disponibilidad para poder hacerlo sin que nadie piense en otra cosa que no sea lo artístico. Tuve mucha suerte, siempre hice todo en un marco institucional, con ese apoyo que permite asignar tiempo y energía a lo que hacés: los festivales, la Bienal, ahora el Cervantes”, dice Nader, quien asume que la gestión y producción no son tareas que lo convoquen. Si bien empezó estudiando actuación, muy pronto comenzó a escribir o dirigir sus obras y, en especial, se dio cuenta que su mayor pasión era la escritura. “Hasta ahora siempre dirigí mis cosas pero me gustaría que Mi hermano y el puma (una de sus obras aún no estrenada) la dirigiera otro”, dice el autor, también, de un libro de cuentos, Una curiosidad nueva, publicado por editorial De Parado. Tres de ellos los narrará en vivo junto con músicos, en un espectáculo –de igual nombre que el libro– en el teatro Nün, en mayo.
“Amo esta ciudad que conocí a los once años. Tengo una tía hada madrina que me trajo a comprar libros y visitar teatros, cines, museos porque siempre fui la misma niña marica nerd y quedé deslumbrado. En el Abasto vi gente de todos lados caminando, esa diversidad me dio miedo y me fascinó a la vez. Mis vacaciones nunca fueron la playa sino venir a morirme de calor y a internarme en clases y talleres”, cuenta este joven que no escapó de ningún ambiente hostil. Hijo de dos contadores que lo apoyan en todo, vino a Buenos Aires con la excusa de una beca para estudiar Ciencias Sociales en la Universidad Di Tella pero la dramaturgia se impuso. Estudió con Maruja Bustamante, Ariel Farace, Mariano Tenconi Blanco, Ignacio Bartolone y, sobre todo, se relacionó con otras dos jóvenes autoras –ambas ganadoras del Germán Rozenmacher– que son sus referentes y amigas: Laura Sbdar (Turba) y Giuliana Kiersz (El fin).
“Ellas son dos influencias muy fuertes, me enseñan que hay un lugar para la narrativa dentro del teatro. Es una forma de reivindicar la belleza de la palabra en la dramaturgia, que es lo más importante para mí y tiene que tener predominancia. Hay miles de formas de producir teatro pero yo lo hago por la escritura, construir lenguaje entre la narrativa y la poesía, algo que nos dijo Maruja Bustamante en un taller, hace mucho, y me quedé muy prendido a esa idea. No me interesa un lenguaje realista en el teatro porque me gusta sumergirme en la ficción cuando me siento en una sala. Quiero que el espectador construya la escena a partir de la narración, que venga al teatro a ver y escuchar un cuento contado por personajes narradores”, dice marcando la cancha con una apuesta generacional, la de los límites difusos entre lo narrativo y lo dramático, una frontera donde un texto puede ser leído como un cuento o una nouvelle y también ser llevado a escena.
En Potrillo Ben, hay tres intérpretes pero se trata de una misma voz, es un monólogo en boca de tres “bambis” (como dice el texto de Nader), vehículos para contar la historia de amor entre dos adolescentes, Potrillo y Bambi. “Amo los monólogos, siento que mi misión en el mundo es profundizar en el desarrollo de esa única voz que en este caso es contada por tres entidades, que se parecen pero a la vez son diferentes. Y son unos bambis power rangers que creamos a través del vestuario y el registro de actuación; bambis como imagen generadora, como dice Mauricio Kartun, porque es un animal joven, frágil que se transformará en un animal grande, igual que un potrillo”, explica el autor. En su primera obra, el unipersonal Garnett Kelly y el torso ganador –que podrá verse este año, si bien aún no tiene sala confirmada–, un joven espera a un australiano que va a llegar a una fiesta, pero esa situación se posterga indefinidamente por lo que este chico impaciente convoca las voces de amigos, de fans, de otros jóvenes.
El teatro tiene valor literario en sí mismo, no es algo menor que opera en función de la escena. La teatralidad reside entonces en el personaje que es narrador y reconstruye los hechos en tiempo real, como cada vez que nos juntamos con amigos y nos contamos cosas: “La obra renderiza el discurso de los demás personajes, quizá para restarle importancia a esos personajes que casi no lo son sino vehículos de discurso. En última instancia siempre son monólogos”.
Podría decirse que Nader representa a (parte de) una generación de dramaturgos y teatristas que se acerca a los abuelos y toma distancia de los padres. Tal como lo reconoce, a pesar de las diferencias formales con el realismo, “no tenemos una riña con la dramaturgia tradicional, venimos de ahí y hacia allá vamos, la estamos reformulando. Tenemos en común el objetivo de crear belleza a través del lenguaje, el de sentarnos a escribir, el valor a la literatura”. En cambio, se separa de la dramaturgia del actor como la única alternativa creativa: “Es una forma pero no todo debe pasar por el campo imaginario de los intérpretes, aunque entiendo que es muy fuerte en la generación anterior a la mía donde se le asignaba otro peso al campo propositivo del cuerpo en escena”.
A Nader le cuesta apropiarse de la categoría “generación”, quizá por temor a encorsetarse. Y porque siempre su precocidad lo ubicó en grupos de personas, en general, de más edad. Sin embargo, afirma que hay algunos postulados en común entre los amigos y amigas que lo rodean y con quienes comparte la misma vocación. Más que en coincidencias estéticas o poéticas, se siente representado en las formas de producir, es decir, “en la caída de los directores locos, los machos, la verticalidad. Me encuentro en formas más polifónicas donde el director no tiene necesariamente la última palabra sino que orquesta el trabajo de los actores”.
–¿Potrillo Ben es una obra queer?
–Es una obra queer en tanto yo soy queer y porque es una obra que se pelea con la heteronorma casi de una manera caricaturesca. Esta obra representa un momento en mi vida que ya quiero superar, el del trolo cyborg, el nenito solo en la ciudad que se cae a pedazos y que tiene que pelearse y defenderse de malhechores. Acabo de terminar una obra sobre una mamá comunicándose con su bebé recién nacido por telepatía. Tenía que explorar la ternura, correrme de la zona ríspida, donde voy a la escritura a quejarme o con una espada a defenderme.
–¿Cómo imaginás a tu público cuando escribís?
–Hay que contemplar la experiencia del espectador, tentativamente porque nunca lo sabremos, pero debe estar presente la pregunta sobre la interpelación. Supongo que Potrillo Ben una obra que, por el contenido, puede interesar a los más jóvenes pero, a la vez, creo que cualquiera puede relacionarse. Puede que mucha gente se extrañe por este cuento, pero espero que mi propuesta sea aceptada porque intenté contemplarlo. No transo con los materiales crípticos, masturbatorios, que no contemplan la experiencia de quien mira. No soy sordo ni ciego a la experiencia de quien está del otro lado.
PARA AGENDAR
Potrillo Ben, de Santiago Nader. Jueves a domingos, a las 21. En el Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. $ 900.
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