Saluzzi, el explorador
"Recuerdos", ciclo de recitales de Dino Saluzzi (bandoneón), junto a su hijo José (guitarra) y a Javier Malosetti (bajo eléctrico). Club de Vino, Cabrera 4737. Viernes y sábados, a las 22.
Nuestra opinión: excelente
No necesita ni de admiraciones condescendientes, ni de hiperbólicos elogios, ni de digresiones eruditas que pretendan convalidar su descomunal talento.
El arte de Dino Saluzzi está lejos de la superstición que presupone que determinados géneros (aquí hablamos de música popular) valen por sí mismos, como forma, más que otros.
Al pergeñar atmósferas y giros inesperados de música ciudadana, al inventar un fascinante folklore imaginario, al plasmar complejas arquitecturas de la mejor música contemporánea, Dino destituye los preconceptos. Es que su música está dictada por su portentosa imaginación. Y ella se reserva la suprema virtud de sorprender y conmover.
Estos "Recuerdos" no son sino una nueva muestra de su arte proteico, polifacético, insospechado.
No es por estos recuerdos que Dino está de vuelta. Es por la sabiduría de su arte creador e interpretativo.
Bastarían los primeros temas, "Minguito", "Cuchara", "La mikinga", desgranados despaciosamente en este reencuentro de los viernes y sábados, para descubrir y disfrutar del vuelo de cóndor de Saluzzi.
Reminiscencias tangueras asidas a inéditas melodías por las que se cuela un ancestro andaluz; ecos nostálgicos de una Buenos Aires lejana, y resonancias de puna (de esa eterna puna mágica en los dedos de Dino) que explora regiones pentatónicas y atonales vienen de pronto a nuestro encuentro para deslumbrarnos.
Los hallazgos de su inventiva parecen hoy menos barrocos, más acotados, con esa síntesis magistral de quienes han buceado en las esencias.
El valor de los silencios
La belleza de la música no está en las notas, sino entre las notas, dijo alguien. Y entre notas hay silencios. Los silencios son parte del encanto. Y en Saluzzi, los silencios están cargados de musicalidad y emoción.
Dino cultiva esos silencios para irrumpir luego con sabrosas armonías y arranques de ritmos alucinantes que confirman su pertenencia a la tierra: a su Salta natal y a la Buenos Aires que lo vio crecer como artista. Pero también para dar fe de esa creatividad ecuménica que abrió su horizonte estético al mundo, a esa dimensión cosmopolita de la que también disfrutan los públicos que lo reclaman desde Europa.
Aunque la guitarra de José Saluzzi se esfume en la apertura del ciclo, se entrevé la trama urdida por Dino, en la que se destacan las notas prolijas y certeras de Malosetti.
Dino músico y Dino intérprete se fusionan para demostrar que la buena música no está en la cantidad de notas, sino en la calidad del lenguaje. Una música que viene desde adentro mismo del temblor estético, desde aquellos secretos encuentros y diálogos del artista con la belleza.
Saluzzi corona estos momentos musicales -tras regalar temas como "A Osvaldo Tarantino", "Deledón", "Calore", "Vienen del Sur los recuerdos" y "Urpila"- con su zamba "El tren de las nubes". Dino canta solo con su bandoneón y hace de los fraseos todo un milagro. Uno percibe, entonces, que aquí vive y palpita, intacto, incontaminado, ese folklore esquivo que andamos buscando.
Sus sutilezas y refinamientos, sus visiones y sus provocaciones, su garra visceral,sus nuevas visiones, su don anticipatorio, sus empinados vuelos desde la raíz están dictando cátedra para todos los que buscan enriquecer la música popular.
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